DON VITTO GIOVANNI

DON VITTO GIOVANNI

domingo, 7 de noviembre de 2010

Mi vida sin vos-----Lennon y McCartney

Lennon y McCartney de nuevo en Buenos Aires: Lennon en las disquerías con la edición remasterizada de sus discos solistas (que incluye una perla como la versión pelada de Double Fantasy) y McCartney en la cancha de River el miércoles y jueves de la semana que viene. Este año, además, se editó You never give me your money, el libro del inglés Peter Doggett sobre la conflictiva pero intensa relación entre Los Beatles después de la separación. Sergio Marchi, autor de The Beatlend, se sumergió en él para buscar esos momentos en que John y Paul volvieron a estar juntos... y a punto de grabar. Además: las secuelas solistas de la simbiosis musical del siglo.


Por Sergio Marchi   --PAGINA 12 ---RADAR

Era inevitable que el 2010 se transformara en un año beatle. Con Paul McCartney de gira, la reedición de los discos de John Lennon aprovechando que se cumplen 70 años de su nacimiento, los 70 años de Ringo y los 30 que transcurrieron desde el asesinato de Lennon, las efemérides estaban alineadas. Las reediciones remasterizadas de Los Beatles, editadas el año pasado, sumadas al juego interactivo Rock Band, habían iniciado las festividades. Da la impresión de que Los Beatles no quieren irse o, mejor dicho, no podemos dejarlos ir. No se trata sólo de un plan de marketing maestro o de una nostalgia facilonga: hay que entender que por más que se hayan separado hace 40 años (¡otro número redondo!), justamente eso fue lo que peor les salió. El lazo en torno de los cuatro beatles puede ser disuelto afectivamente, legalmente y temporalmente. Pero es sólo una ilusión, porque la obra que los une en el inconsciente colectivo es indestructible: a prueba de Beatles. Y aun cuando la banda no haya existido por cuatro décadas, los trabajos de sus integrantes suelen ser comparados con los logros individuales de los otros. Ellos mismos lo reconocieron en los ‘90 cuando emprendieron la aventura de desenterrar su legado y ofrecer su propia versión en forma de antología visual y auditiva (el proyecto Anthology, que tuvo formato en dvd y cd). Al contemplar con ojos que ya no estaban inyectados de sangre por la furia contra los demás, George, Paul y Ringo tuvieron que rendirse ante lo evidente: The Beatles jamás podrían separarse.

Hoy, en 2010, las tapas de las diferentes revistas de actualidad musical muestran a Paul McCartney, con 68 gallardos años, o bien a John Lennon, eternamente joven. Lejos de ser considerados pasado, Lennon y McCartney siguen siendo materia del presente. Esto mismo se puede comprobar en Buenos Aires, que en octubre apareció empapelada con la campaña que anunciaba la remasterización de la discografía de Lennon, y que en noviembre cuenta ansiosamente los días para la presentación de McCartney en River. En septiembre, la revista británica Uncut lanzó un especial sobre Lennon apelando al archivo del extinto tabloide Melody Maker y el imbatible New Musical Express. Y Lennon habla de sus discos como si hubiesen sido editados ahora y jamás se hubiese cruzado con Mark David Chapman.

Algo similar pasa ahora con McCartney por la reedición de Band on the road, su disco solista de 1973, uno de los más festejados de su carrera idividual. McCartney aparece en la tapa de la revista Clash, y es entrevistado por un miembro de Kasabian para un número especial de NME. El status legendario de Band on the road, que ahora se edita con todos los chiches y en formato para pobres, ricos y muy ricos (standard, special y deluxe) de alguna manera le da la razón a Lennon que, refiriéndose al primer álbum de Paul solista, vaticinó que “hará uno mejor cuando se asuste un poco”. Dicho y hecho: McCartney en 1973 estaba desesperado por borrar toda mancha de duda acerca de su talento. Y en la grabación de Band on the road no se asustó un poco sino muchísimo. Primero, dos miembros de Wings huyeron espantados ante la idea de grabar en Lagos, Nigeria. Segundo, McCartney fue asaltado y entre otras cosas le robaron todo lo que había grabado hasta el momento. Tercero, en un momento se desmayó por el estrés, el calor y vaya uno a saber qué otra cosa. Cuarto, músicos de Fela Kuti se le acercaron nada amistosamente y lo acusaron de haber ido a Lagos para robar la música africana. Quinto, Ginger Baker tenía sus propios estudios en Lagos, y quería que McCartney abandonase los de EMI y contratase los suyos. Ahí tuvo sus sustos.

PAREDES Y PUENTES Y YOKOS

No deja de ser curioso que tanto Lennon como McCartney piensen lo mismo con respecto al disco del otro en un mismo tiempo. En 1973, John Lennon se encontraba en Los Angeles, brindando entrevistas para promocionar su Mind Games, y en un momento menciona el disco de Paul, Red Rose Speedway, y dice que “está bien”. No lo articula, pero su frase deja flotando un “podría hacerlo mejor”. Es exactamente lo mismo que dice McCartney sobre Walls and Bridges, un año más tarde. Y el “podría hacerlo mejor” se completaba con la frase “si yo lo ayudase”. Sin verbalizarlo, tanto Lennon como McCartney hablaban de una reunión.

Esa es una de las tantas visiones que aporta el autor británico Peter Doggett en su excelente libro You never give me your money, recién editado en Estados Unidos, en donde realiza no sólo una dedicada autopsia del cuerpo de Los Beatles sobre la mesa de operaciones de Apple, sino que avanza en el tiempo y llega a ese momento en el que John y Paul consideraban que con el otro podrían hacerlo mejor. Con buen ojo clínico, Doggett establece que los dos estaban en una frecuencia similar al notar que “Lennon se había revelado como un maestro de los estilos de soul contemporáneo en Walls and Bridges, y McCartney estaba grabando en una ciudad que era la cuna del rhythm & blues (New Orleans). Es más, McCartney reconocía que no estaba en un pico creativo”.

You never give me your money establece ese mes de enero de 1975 como el momento en que todo podría haber cambiado. Y saca a la luz la historia de una cena que Lennon compartió con otro “separado” como él: Art Garfunkel, quien había vuelto a retomar el contacto con Paul Simon. “Estoy recibiendo llamados de mi Paul –le cuenta Lennon–. Y me pregunta si estoy disponible para grabar. ¿Qué debo hacer?”. Garfunkel, consciente no sólo de su dilema sino del peso que la historia depositaba sobre sus hombros, lo alentó a disfrutar de un reencuentro con Paul. Peter Doggett también cita a Linda McCartney, que en 1984 dijo que “Paul se moría por volver a componer con John”, y se lamenta por no haber sabido en 1975 lo que supo una década más tarde.

Esta teoría de la reunión no era nueva: May Pang, la amante de Lennon durante el célebre “fin de semana perdido”, ya la había expuesto muchos años atrás en su libro Loving John. Y ella era una de las más contentas con el hecho de que John y Paul considerasen volver a trabajar juntos, y de hecho había estado presente en dos visitas que Paul y Linda les hicieran. En la segunda, celebrada en New York, es cuando Paul lo invita a pasar por New Orleans y John se entusiasma con la idea de presenciar el Mardi Gras. Pero en la primera, Paul, sin saberlo, colocó una bomba que se activaría en el momento más inoportuno. Esa primera visita fue en California, y John todavía estaba bajo el influjo de Yoko Ono. Le dijo a Paul que quería volver con ella y fue Paul el que le recomendó que empezara las cosas desde cero: cortejarla, enviarle flores, invitarla a salir, seducirla. Es más, alguna vez Yoko Ono sugirió que fue Paul el que salvó su matrimonio con John.

Lo cierto es que en vísperas del viaje de John a New Orleans, Yoko Ono puso en marcha una operación de salvataje y manipuló a Lennon como ella bien sabía. Le habló de un tratamiento para dejar de fumar, lo intrigó y alimentó su ansiedad hasta el punto en que John fue directo al Dakota. En ese momento, se cerró la trampera y New Orleans, May Pang y, sobre todo, Paul McCartney, cayeron en la consideración de John. Un mes más tarde, Yoko Ono quedaba embarazada. Ya no había modo de volver atrás. A John lo aguardaba una futura paternidad y cinco años de domesticidad en el Dakota, mientras Yoko Ono ocupaba el rol de manager de su fortuna. McCartney grabó solo, entonces, Venus and Mars, un disco que no es de lo más brillante de su producción. Podría haber sido mucho mejor... si John lo hubiese ayudado.

LADRILLOS A TU VENTANA

La reunión de The Beatles era como una caja de seguridad con solo dos personas que tenían las llaves que permitían su apertura: John Lennon y Paul McCartney. No es solamente porque ambos conformaron un equipo compositivo que se probó imposible de igualar, sino porque otras combinaciones posibles fueron intentadas sin causar ningún efecto. John y George tocaron juntos en el Lyceum de Londres en 1969, para un concierto a beneficio de Unicef. Paul tocó, compuso y cantó en el tercer álbum solista de Ringo Starr y la tierra no se sacudió. Es más: en el mismo disco hay un tema en el que figuran John, George y Ringo con músicos amigos como Billy Preston y Klaus Voorman, pero los planetas no cambiaron sus órbitas. Ahora, si John y Paul hubiesen hecho otra cosa juntos más allá de jugar a las visitas y entablarse juicios, seguramente algun volcán hubiese entrado en erupción.

El libro de Peter Doggett deja en claro que el problema para una reunión no era John Lennon, como quedó instalado, sino Paul McCartney, y sobre todo su relación con George Harrison, que parecía irreparable. La paradoja es que McCartney fue el que más luchó por mantener a Los Beatles unidos. Pero una vez que decidió separarse fue el más obstinado en sellar herméticamente las paredes para evitar cualquier posibilidad de reunión. George Harrison pensaba que era egoísta que el grupo no se reuniese para grabar, pero su condición era que los cuatro fueran considerados iguales a la hora de seleccionar las canciones para los álbumes; esto es: terminar con la preeminencia de Lennon-McCartney. Estaba claro que Ringo se veía harto de todos los tejes y manejes, pero que estaba dispuesto a pasar por alto su hartazgo, pero John Lennon, quien en principio fue el principal fogonero de la disolución, siempre se encargó de dejar un camino que pudiese conducir a un trabajo en común. Claro que cuando comenzó la actividad tribunalicia y Paul pudo probar varios de sus puntos ante una corte, John fue el primero en tirarle un ladrillo a la ventana de la casa.

La paz legal alcanzada en 1974 tuvo efectos paradojales no previstos, detonando nuevas guerras y nuevos armisticios. Hubo un ajuste de cuentas entre George y John, que los enemistaría por el resto de sus vidas, y permitió que John y Paul volvieran a verse. Ni siquiera Yoko Ono pudo detener los intentos de Paul por contactarse con John, y una tarde de 1976 los encontró juntos mirando la televisión en el preciso momento en que el comediante Lorne Michaels satirizaba cierta ola de beatlemanía reavivada por las extravagantes ofertas del empresario Sid Bernstein, empeñado en reunir a Los Beatles. Michaels oferta apenas tres mil dólares y como la división resulta complicada, dice que “si no le quieren pagar a Ringo, no es problema mío”.

A John la situación le parece sumamente divertida y le dice a Paul que deberían ir al canal para “aceptar” la oferta, sabiendo que la presencia de ambos provocaría una repercusión de locos. Algo pasa, el taxi no viene, o Yoko dice que tiene sueño, pero el viaje no se produce. Días más tarde, Paul se aparece en lo de John con una botella de vino bajo el brazo y John lo recibe en la puerta diciéndole que tuvo un día infernal con su hijo y que ya no están en Liverpool. Que la próxima vez llame antes de pasar. Fue la última vez que hablaron.

PAUL EN EL TELEFONO (DESCOMPUESTO)


You never give me your money es un libro que no teme pisar territorio maldito: el transitado por el detestado Albert Goldman, autor de The lives of John Lennon, considerado anatema por cualquier fan beatle. Yoko Ono contó una vez más con la ayuda de Paul McCartney a la hora de destrozar el trabajo de Goldman, que si bien era propenso al amarillismo, no por eso había dejado de mencionar detalles inquietantes. Algunos de ellos son recogidos por Doggett, que en su trabajo consigna que McCartney siempre estuvo al acecho de John por teléfono y que Yoko Ono era quien siempre impedía la comunicación.

En uno de esos llamados, Paul asegura tener una “marihuana asesina” para convidarle a John. Yoko le dice que John no está interesado y en el transcurso de la conversación Paul comenta que está por viajar a Tokio y que justo se va a alojar en la suite imperial que John y ella habían ocupado. Preocupada por los efectos karmáticos que las pisadas de Paul y Linda podrían tener sobre el lugar, Yoko habría alertado a las aduanas niponas sobre la “marihuana asesina” que Paul portaría consigo. Un músico de Paul citado por Doggett asegura haber sido advertido de la severidad de las autoridades japonesas, por lo que no se explica el descuido de McCartney al esconder tan mal su tesoro verde. Le costó una semana de cárcel.

Otro llamado que Yoko intercepta sucede durante la grabación de Double Fantasy en 1980. No dejaba de ser sugestivo que cuando Lennon decide grabar “Woman” nota que la canción tiene un aire beatle, y se pregunta qué arreglos se le hubieran ocurrido a Paul para ella. Cuando suena el teléfono en el estudio, Jack Douglas, el productor del álbum, escuchó la conversación de Paul y Yoko. McCartney quería hablar directamente con Lennon y Ono estaba dispuesta a que nada le quitase la concentración a su marido. “No pienso que Paul hubiera sido una distracción –reflexiona Douglas en el libro de Doggett–; John tenía ganas de juntarse con Paul para escribir algo.”

Se trató de un caso de “teléfono intervenido”, con Yoko jugando el papel de agente de inteligencia. En el comienzo de los años ‘80, las razones que condujeron a la separación de Los Beatles se habían evaporado o bien sus efectos se habían atenuado por el paso del tiempo y la madurez de los protagonistas. Vistas las cosas desde las perspectivas de los diferentes autores, el conflicto neurálgico no fue el de John y Paul, sino el de Yoko y Paul, luchando por el cariño, la aprobación y la obediencia de Lennon. Paul no podía hacer demasiado; sin embargo, lo intentaba y sólo habría hecho falta un poco de determinación de Lennon para que las piezas encajasen en su sitio. Pero Yoko parecía tener todo el tablero controlado. Ni a uno ni a otro se les ocurrió que Mark Chapman lo iba a arrebatar de sus manos.

Treinta años más tarde, John Lennon y Paul McCartney continúan ocupando el espacio, discutiendo a través del archivo, generando nuevas noticias, nuevas teorías, nuevos libros y enviándose señales a través de la prensa. Como si ni siquiera la muerte pudiera separar lo que la música alguna vez unió.

Combatiendo a los bárbaros

PAGINA 12 - RADAR
Sábado, 6 de noviembre de 2010

ENTREVISTAS > TZVETAN TODOROV EN BUENOS AIRES

Combatiendo a los bárbaros


Tzvetan Todorov es un humanista a la vieja usanza, interesado en el amplio espectro del conocimiento humano entendido como un camino hacia la integridad y el saber. Lingüista, filósofo, historiador, crítico literario, interesado tanto en la semiótica como en los desarraigos del siglo XX, este hombre nacido en la Bulgaria comunista antes de la guerra y emigrado a París a los 24 años, autor de libros fundamentales en prácticamente todos los terrenos en los que ha incursionado, es un impenitente devoto de la claridad del pensamiento como arma contra la intolerancia, la incomprensión y el totalitarismo en todas sus formas. De paso por Buenos Aires, invitado por la Fundación Osde para dar unas charlas la semana pasada, accedió a hablar con Radar apenas conocidos los funestos resultados de las elecciones en Estados Unidos.


Por Martín Granovsky

Es alto, canoso, tiene ojos curiosos y da la mano fuerte. Su francés es perfecto. Tzvetan Todorov nació en Bulgaria en 1939 pero vive en París desde 1963. Se fue por un año a Francia y se quedó. Estudió con Roland Barthes. Escribió, entre otros libros, Teoría de los géneros literarios, Los aventureros del absoluto, La conquista de América y La experiencia totalitaria. Vino a dar conferencias en la Argentina y aceptó dialogar con Radar. La entrevista se realizó en la mañana del miércoles, cuando ya era sabido en detalle que los extremistas del Tea Party habían sido el corazón de la victoria republicana en los Estados Unidos.

Usted escribió que el ultraliberalismo es una forma fundamentalista.

–Sí, y lo sostengo –insiste Todorov.

Se lo preguntaba por el arraigo del movimiento del Tea Party en los Estados Unidos.

–Bueno, en Europa conocemos lo que es el populismo.

En América latina también, pero sospecho que se usa para nombrar cosas distintas. Aquí la palabra se utiliza para sintetizar –o criticar, depende del caso– experiencias de centroizquierda con partidos débiles y líderes fuertes.

–Lo sabía. Por eso me refiero al caso europeo, que es distinto. En Europa es cada vez más decisivo el voto populista de extrema derecha. Un voto que crece porque tiene éxito en focalizar el enemigo de cada pueblo en el extranjero diferente.

Ahora el gran tema en Francia es la expulsión de los gitanos a Rumania. ¿A eso se refiere?

–Es un tema grave pero no es el permanente en la estigmatización. En general, la focalización sobre el extranjero que le mencionaba se refiere al diferente que a menudo, además, profesa la fe islámica. Y esto influye en todos los gobiernos.

Pero la extrema derecha populista que usted refiere no llegó al gobierno.

–Claro, pero la derecha de siempre, la derecha a la que estamos habituados y conocemos bien, no puede gobernar si no se apoya en la extrema derecha. El poder necesita ese apoyo.

En Suecia ganaron los conservadores pero por primera vez la extrema derecha obtuvo el 10 por ciento de los votos y tiene representación parlamentaria.

–En Dinamarca y los Países Bajos la situación es todavía peor. En esos dos países la cuestión del apoyo de la extrema derecha a la derecha tradicional no es solamente social, lo cual de por sí representa un punto grave, sino de mayorías parlamentarias. Los conservadores de Dinamarca y los Países Bajos precisan el voto de la extrema derecha en el Parlamento. Por eso los gobiernos de derecha aceptan muchas posiciones de la extrema derecha.

¿Y en Italia?

–Pasa algo parecido con la Liga del Norte, que también tiene una posición activa en contra del extranjero diferente y peor si tiene relación con el Islam. La Liga del Norte está en el gobierno asociada con Silvio Berlusconi.

¿Por qué usted marca una diferencia en Francia?

–Porque tiene otros matices. Nicolas Sarkozy adopta a menudo temas y obsesiones de la extrema derecha. Pero no exclusivamente de ella. Es un político pragmático preocupado sobre todo por conservar el poder. Así como hoy plantea la cuestión de los gitanos, al principio de su mandato incluso tomó temas de la izquierda.

¿El movimiento del Tea Party en los Estados Unidos también se inscribe en las corrientes que usteseñalaba en Europa?

–En los Estados Unidos, sobre todo en medio de la crisis, hay un movimiento antiinmigratorio. Pero ése no es el tema fundamental del Tea Party. Como la economía anda tan mal, la crítica se dirige al gobierno de Barack Obama y parte de raíces propias. En los Estados Unidos hay una especie de filosofía de vida ultraindividualista. Esa filosofía dice que el ser humano es responsable de lo que vive solo por sí mismo. Es decir: cada individuo es responsable del destino de su vida. Pero esa filosofía de vida agrega que el éxito económico es una medida suficiente para calibrar una vida. Una posición, evidentemente, fantasiosa.

¿Por qué fantasiosa? Todos sus libros hablan de las responsabilidades del ser humano y del individuo.

–Claro, pero no en soledad. Yo estoy profundamente convencido de que los seres humanos tienen necesidad de los otros. Defender la libertad o el derecho del individuo es un valor positivo. Es preciso proteger a los individuos de la violencia de los otros individuos y del Estado. Pero el individuo depende de los demás. La dimensión social del ser humano no puede –no debe– ser eliminada. La economía no puede ser un objetivo último sino un medio.

Usted critica la centralidad de la noción de éxito económico en la concepción que definió como “ultraindividualista”. Si el éxito fuera un valor a tener a en cuenta, cosa que sería discutible, ¿cuál sería su concepción de éxito?

–Tampoco yo me guío por el éxito como fin de la vida. Pero si, como ser humano, al final de mi vida me preguntaran qué es el éxito, respondería que es haber vivido una vida en la que viví, amé y respeté y fui respetado por los otros a los que amé y respeté. Disculpe que use tanto la palabra “vida” o el verbo “vivir”, pero prefiero no buscar ni sinónimos ni otras formas de decirlo. El éxito de una vida entera, de una vida completa, es el éxito en las relaciones humanas. Una vida sin amor habrá sido desastrosa.

Leí que usted critica también las vidas basadas sólo en el intelecto. En idioma argentino hablaríamos de una vida sin poner el cuerpo.

–Claro. Y lo mismo sucede con una vida encaminada sólo al éxito económico como fin último. Aunque suene redundante, sería una vida que excluye la vida humana.

Lo impresiona el Tea Party.

–Es que más allá de los fenómenos como el de Dinamarca o los Países Bajos, y en cierto modo Italia, la tradición europea es diferente. En Europa durante muchos años todos los gobiernos, de izquierda o de derecha, siguieron un modelo basado en el Estado de bienestar, el Welfare State. Se fundamenta en la solidaridad de toda la población, que se expresa, al final, en medidas adoptadas desde el Estado. Hablo, por ejemplo, de la progresividad de los impuestos. Si se gana más, se paga más. La redistribución de ingresos es el principio constitutivo del Estado. La tradición que aparece con el Tea Party se alimenta, en el origen, de la conquista de un espacio vital. Un híbrido que combina la ideología del sheriff y el espacio del predicador.

¿Qué aporta el predicador?

–La certidumbre de que si yo sigo buscando mi espacio vital y el éxito con un resultado económico como fin último, tengo razón porque Dios me lo dijo.

Estoy predestinado como individuo.


–Sí. Por eso hay un carácter religioso de tipo fundamentalista muy importante. Fíjese que en esa búsqueda...

La búsqueda parece una batalla.

–Así es. Y en esa batalla reaparecen incluso temas del pasado reciente. Obama hasta es acusado de instaurar el Gulag. Sería, para ellos, un comunista.

Pero Obama no es ni siquiera un radical, un hombre de izquierda en términos norteamericanos.


–No, claro, es un político del mainstream, también en el vocabulario norteamericano. Un político normal que está dentro del sistema político. Pero pasa a ser un comunista, en la crítica del Tea Party, porque parece que quisiera regular la vida de los individuos. Tenga en cuenta que cuando el Tea Party y los legisladores que reciben su influencia critican la cobertura médica obligatoria votada por impulso de Obama este año, acusan al presidente norteamericano de meterse en cada vida. El razonamiento es así: “Si yo trabajé y con mi esfuerzo logré un buen seguro y una buena cobertura médica, lo cual me permitirá una buena jubilación privada, ¿por qué debo trabajar para los que no trabajaron y entonces no alcanzaron mi éxito?”. Falta la solidaridad elemental, y eso me parece deplorable.

“Deplorable” es una palabra fuerte.

–Por supuesto. Esa forma de pensar procede, antropológicamente, de una ignorancia de la necesidad del otro. Y lo paradójico es que también tiene escasas posibilidades de generar las condiciones para el éxito económico individual de la clase media. Le voy a explicar mi lógica de razonamiento, para que no quede como un simple slogan. La sociedad queda desequilibrada. Si queda desequilibrada, pierde la fuerza para combatir la extensión de la droga o el desempleo. Para solucionar temas de esa magnitud es necesario contar con toda la población. No alcanza sólo con una parte. Como ve, el Tea Party tiene raíces en una ideología vigente en sectores de los Estados Unidos desde hace mucho tiempo, pero sus efectos son concretos hoy. La lectura es que Obama y su proyecto chocaron con el poder económico.

Y ese poder lo venció en estas elecciones de mitad de mandato.


–Las conclusiones son impactantes. El hombre más poderoso del planeta, que es el presidente de los Estados Unidos, es impotente contra los intereses del gran capital. El mensaje es que las instituciones no permiten ni siquiera que un presidente legítimamente electo despliegue otra política distinta, aunque sea levemente distinta, de la que ellos defienden. La reciente decisión de la Corte Suprema que permite a las empresas hacer contribuciones a la campaña electoral representa un freno a los políticos democráticos. En ese ambiente ultraliberal la democracia corre peligro.

¿Tanto?

–Efectivamente. El pueblo se expresa a través de las elecciones. En 2008 se expresó votando a Obama. Pero en la práctica el pueblo no puede gobernar porque no se lo permiten los individuos más poderosos. Si eso fuese verdad, si esa tendencia se profundizara, estaremos asistiendo a una mutación radical. Tan radical como la Revolución Francesa, que en 1789 pasó de una monarquía hereditaria a una asamblea elegida por los ciudadanos. Los que respetamos la integridad del individuo –y no hablo ahora, como usted advertirá, del ultraindividualismo– debemos preocuparnos cuando el dominio de unos pocos políticos poderosos reemplaza la voluntad de los individuos.

¿Cómo la reemplazan?

–Usan, entre otras, dos herramientas. El lobbying y el control de los medios de comunicación. Un ejemplo casi caricaturesco es Italia, donde Berlusconi personalmente es dueño de la mayor cadena de televisión privada y, como presidente del consejo de ministros, controla a las demás señales. Al mismo tiempo despliega un ultraliberalismo combinando el uso de los medios de comunicación más poderosos con presiones sobre la Justicia. Por eso es esencial mantener el pluralismo en la prensa. Hay que evitar que sea controlada por un pequeño grupo de individuos. De oligarcas, como se dice en Rusia. En Francia, Sarkozy se ocupó personalmente de que el aporte de capitales que necesitaba el diario Le Monde no pudiera resolverse con empresarios que no le resultaban simpáticos. En los Estados Unidos, muchas emisoras de radio y canales de televisión como Fox machacan y machacan con un mensaje populista.

¿Populista?

–Sí, ya sé lo que me va a decir. Sé que la palabra “populista” tiene una acepción diferente en la Argentina. Me refiero, por ejemplo, a los mensajes del líder de la extrema derecha francesa Jean Marie Le Pen. ¿En qué consiste su populismo? En que encuentra fórmulas tan falsas como eficaces de llegar al pueblo. Dice: “En Francia hay tres millones de desocupados y tres millones de inmigrantes. Yo les voy a decir cómo se resuelve el problema: echando a los inmigrantes”. Así actúa el populismo ultraconservador. Si Obama aumenta los impuestos para los sectores más poderosos, dirá que el aumento de impuestos afecta a la clase media y lo repetirá hasta el cansancio.

Pero no es sólo cuestión de propaganda, ¿no? O, en todo caso, esa propaganda simplificadora se asienta en el miedo provocado por la desocupación y la crisis, o por la falta de políticas más decididas, al estilo de Franklin Delano Roosevelt en 1933.


–Y además la población no está bien informada y no suele entrar en razonamientos teóricos complejos. La experiencia cotidiana de Francia es que aumentan los precios y que al mismo tiempo el jefe del Gobierno habla bien. Y un señor Le Pen dice: “Los gitanos se quedaron con tu plata”. Recordemos que en 1933 Adolf Hitler fue elegido por sufragio universal. El populismo tal como se lo describo apela a un razonamiento simplificado, rápido, comprensible para todos. Y digo esto no como ángel. No somos un mundo habitado por ángeles. Tampoco por demonios, claro. Me incluyo. O sea, gente que está informada y lee los diarios o hasta los escribe. Lo incluyo a usted, si me permite.

–Por supuesto. Cualquier explicación basada en la lógica ángel-demonio es de fanáticos. Profesor, como periodista y como lector siempre me llamó la atención una frase suya: que hacerse entender, para un intelectual, es un tema ético. Creo que la dijo ironizando sobre Jacques Lacan cuando daba conferencias. Pero más allá de Lacan, ¿por qué dijo “ético” y no “estético”?


–Porque la ética se funda en la relación con los demás seres humanos. Implica un respeto. Y entonces no se deben usar medios indignos. La seducción está muy bien y se justifica cuando se busca despertar la simpatía de un individuo. Hay que mostrarse elocuente, simpático, apelar a todos los fuegos artificiales de los que uno disponga. Eso vale para un hombre, para una mujer, para cualquiera. Pero en el espacio público considero que practicar la demagogia populista en una suerte de discurso oscuro con apariencias de profundidad transgrede un contrato.

–¿Qué contrato?

–El que se establece entre interlocutores, entre personas. Por eso es un contrato ético.