DON VITTO GIOVANNI

DON VITTO GIOVANNI

jueves, 27 de enero de 2011

Alberto Fuguet: “La verdad es relativa y se la puede mejorar, para que produzca emoción”




DON  VITTO  GIOVANNI

PRESENTA : LITERATURA URBANA

Alberto Fuguet: “La verdad es relativa y se la puede mejorar, para que produzca emoción”

 

Fuguet, periodista, escritor y cineasta, admitió haber mentido en sus crónicas. Y abrió así un intenso debate.

POR PABLO CALVO -

AMATEUR. “NO ME SIENTO UN MENTIROSO PROFESIONAL, DICE FUGUET. “PERO AL NARRAR NO EXITE LA OBJETIVIDAD”.

Clarin - Revista Ñ
Cambió palabras de sus entrevistados, dijo haber estado en lugares que no conoció y alteró el clima de sitios en que se desarrollaron sus crónicas. El periodista, escritor y cineasta chileno Alberto Fuguet se asumió como un maquillador de paisajes y personas y despertó un debate: ¿mintió como cronista de hechos reales o simplemente lo hizo como escritor de ficción? En su respuesta, el autor de Sobredosis , Mala onda yTinta roja , caminó por la frontera entre la reconstrucción de una historia y su manipulación, que considera válida si el objetivo, en vez del engaño, es la emoción.
¿Le ha pasado, como ocurrió aquí con novelas de Tomás Eloy Martínez sobre Evita y Perón, que periodistas o historiadores hayan tomado datos de su ficción como información real? Algo. Pero más con cosas extra literarias, lo que llamo el síndrome del making off . Esos que van reproduciendo frases o errores de otros hasta armar una verdad. En general, no me molesta. Cito la película de John Ford, “El hombre que mató a Liberty Valance”: “Entre publicar la verdad y la leyenda, mejor publicar la leyenda”. No me siento un mentiroso profesional. De hecho, me molestan las mentiras, sobre todo entre gente cercana. Pero a la hora de narrar, sea ficción o lo que sea, creo que no existe la objetividad. La verdad es relativa y se la puede mejorar, para que produzca emoción.
Una reflexión de Mark Twain en “La decadencia del arte de mentir”: “Nadie podría vivir con alguien que dijera la verdad de forma habitual; por suerte, ninguno de nosotros ha tenido nunca que hacerlo”. ¿Blanqueó usted una práctica que está más extendida de lo que se cree?  En el encuentro de escritores de Rosario dije que como cronista he mentido. Creo que todos lo saben: sobre todo los editores. Pero ojo, lo que hice fue exagerar. O sea, mentir. No es que todo lo que yo escriba sea mentira o un invento del ciento por ciento. Manipulo, me doy licencias en las respuestas de la gente, pero para llegar, como diría Vargas Llosa, a una verdad más verdadera: mentir por mentir es de niños. Si he “mentido” es para ayudar a la realidad. Las mejores entrevistas que me han hecho son las que han resumido mis respuestas. Las transcripciones “reales” no captan lo que dije. Uno puede salpicar el guiso, que es la crónica o la no-ficción, con sal o pimienta, pero hay al menos dos leyes éticas: que esa mentira no vaya contra la integridad de la gente o del tema; y dos, que esa mentira sea tanta que termine por falsear todo. Digamos: inventar una crónica desde cero me parece una pérdida de tiempo, algo de un muy mal cronista y de un ser despreciable. Para eso, que escriba un cuento.
En la nota “El viejo oficio de mentir”, Sergio Ramírez escribió: “De la verosimilitud de los procedimientos es que depende la eficacia de la narración”. ¿Siente la mentira como un juego de habilidad o como un elemento peligroso, que puede minar la confianza de sus lectores? La confianza se logra emocionando, provocando una conexión verosímil. Si se miente para ayudar a la realidad no se comete un pecado, se favorece esa comunión. Es un medio, no un fin. La confianza se logra cuando el lector siente que lo que está leyendo es verdad. Y eso sucede cuando se produce una identificación o porque la narración de la crónica o la noticia hacen creer que en efecto así sucedió todo. Yo he mentido muy poco; y no me siento mal o creo que he faltado a la ética; soy un narrador y el solo hecho de narrar, de elegir adjetivos, es ficcionar la realidad.
Hay quienes “matan” por una primicia. Un conductor de la televisión brasileña fue investigado por asesinatos cometidos aparentemente para que le subiera el rating. Podría ser un personaje de “Tinta roja”.
Yo nunca hice eso. Ayudé a hacer cosas bastante burdas y eso está en Tinta roja , en efecto, pero para potenciar lo que había sucedido: como mover un cadáver de un lugar oscuro a donde cae la luz para que se vea mejor. Es cuestionable, pero esas eran las reglas del sensacionalismo. Como me dijo mi editor, aquí contamos historias. Me cuesta creer lo de Brasil. Pero si es verdad, es estúpido y asqueroso. Eso supera la creatividad; es maldad.
Una biografía crítica sobre Kapuscinski, maestro de periodistas, lo acusa de “colorear” los hechos, ¿cree que cuando escriban la suya estará su reciente confesión? Dudo que la escriban. Una biografía es la más grande de las mentiras. Además, creer que un cronista no colorea sus escritos es como creer que un adolescente nunca se ha masturbado. Ojo, lo mío no fue una confesión, fue una provocación. No sentí culpa ni que necesitara ser absuelto.
Su trabajo en la prensa, ¿hubiera resistido la lupa de un verificador de datos? Sí. Nadie me ha reclamado ni demandado. Darle espesor narrativo a una crónica no es inventar o calumniar. He escrito para The New York Times varias veces y pasé por la lupa. Lo que no pasa por la lupa son las metáforas, lo que uno piensa o siente. No hay que caer en la paranoia de la prensa. Estamos hablando de literatura periodística, no de medicina.
Durante la guerra de Bagdad, un supuesto enviado especial de una revista inventaba sus historias desde Buenos Aires. ¿Se hubiera animado a eso? No. ¿Para qué? Lo que Bagdad te puede dar es mucho. Quizás hubiera exagerado desde Bagdad o quizás al revés, hubiera despachado cosas menos terribles porque tanta atrocidad no emociona.

La historia del hombre que levantó cinco bibliotecas desde la basura






DON  VITTO  GIOVANNI

PRESENTA :  SOCIEDAD


La historia del hombre que levantó cinco bibliotecas desde la basura

 

 

José Alberto Gutiérrez, bibliotecario colombiano, trabaja como chofer de un camión recolector en Bogotá. En diez años salvó doce mil libros.

POR PATRICIA KOLESNOCOV - 

 
El tipo va por la noche de Bogotá manejando un camión de basura, como siempre. Baja, con sus ayudantes, vuelcan los tachos grandes y entre todo –hay de todo– encuentra una cajita. Hya muchas cajitas, pero levanta ésta, rompe la tapa, pispea:Ana Karenina , dicen las letras, la novela de Tolstoi. El tipo toma una decisión rápida. Mete la cajita en el camión, se la lleva a su casa. Cuando la abre, hay ahí muchos libros más. Al otro día, o al siguiente, o al otro, ve más libros en la calle. “Entonces comienzo a notar que los bogotanos botaban los libros a la basura”, dice ahora, abriendo un poco los ojos. Pero no está en el camión, está en el salón para invitados especiales de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, en México. El tipo se llama José Alberto Gutiérrez y desde entonces –el año 2000– hasta ahora, calcula haber rescatado de la basura unos 12.000 libros. Con los que armó cinco bibliotecas.
Se lo ve incómodo en estos sillones, que hace un rato antes gastaron Paulo Lins, el autor deCiudad de Dios y Jean Marie Gustave Le Clezio, Premio Nobel de Literatura, por ejemplo. Se sienta casi en la punta, sostiene apenas la Coca que le trae el mozo, la apoya en la mesita, no sabe qué cara poner para las fotos.
Es que no está acostumbrado a esto, Gutiérrez. A los aplausos, las palmadas, las entrevistas. A que le pregunten tanto por él, de dónde salió esta locura que terminó con el primer piso de su casa –donde Luz Mery, su mujer, tenía el tallercito de costura y la venta de cierres, botones, encajes para una sábana dominguera– convertido en biblioteca abierta al barrio.
“Como no hubo quién me vendiera ese cuento del estudio y no crecí en un ambiente así como de mucho estudioso, entonces fue cuando decidí seguir trabajando”, dice Gutiérrez. Bajito, lo dice, con suave tono colombiano. Y puede ser romántico pensar que la fuerza de las palabras –así se llama su biblioteca, “La fuerza de las palabras”– puso los libros de manera mágica delante de este bogotano del barrio de Nueva Gloria con sólo tercer grado de primaria terminado, niño albañil, adulto chofer de camión de basura.
Pero las cosas no surgen de la nada: “Mi madre me leía, nos acostaba leyendo. No eran muchos los libritos que tenía, eran como unas cartillas de estudio donde había historias de fábulas... Y todos estos cuenticos me enriquecieron lo que hoy hago”.
¿Y de adolescente? En Bogotá había muchos libreros callejeros. Entonces empecé a comprar libritos que conseguía. Inlcuso sentía más pasión por el libro que por su contenido. A los trece, más o menos, compré La Odisea , de Homero. Y quedé enamorado de la mitología.
Albañil con biblioteca, cuando se casó, Gutiérrez puso sus libros en el taller de su mujer. Venían los clientes y entre una sisa y un dobladillo, veían los títulos. “Y ya vienen a visitar a mi esposa y decirle por qué no me presta un libro para la solución de las tareas de mis hijos. Ya mi hija tiene diez años y empieza a ser tutora ayudando a resolver los problemas,. Ya va creciendo nuestro proyecto...” Las cosas estaban dadas, entonces, para el día de la cajita. “Ahí ocurre la sorpresa más extraordinaria de mi vida”, dice Gutiérrez.
Vienen con la basura, deben estar sucios los libros...
No, no, no. Seguramente las personas, cuando las mesitas de noche ya están llenas y tienen que hacer algo con eso, buscan una caja especial y ahí botan encendedores, radiecitas viejas... lo mismo pasa con los libros.
Entonces sí: año 2000, los libros que brotan de los tachos, Gutérrez y su mujer deciden abrir una biblioteca. “Iniciamos en la salita más grande, conseguimos estantes y mesitas, los vecinos venían a leer y también se llevaban libros prestados. Armamos un catálogo para saber a quién le prestábamos. Y ya la gente comienza a donarme libros, me llegan más libros... lo primero que desaparece es el taller de mi señora. Y luego el lugar de venta, porque me regalaron unos computadores y se transformó en el salón virtual”.
Con los libros en los estantes, llegaron los círculos de lectura, los talleres, los títeres, la danza. “Y nos dimos cuenta de que si era una necesidad del barrio, lo era también de todo Bogotá” Otras tres bibliotecas se instalaron en Sumapaz, una localidad rural, al sur del casco urbano de Bogotá. “Una de ellas está en casa de una familia campesina, la maneja una niña de 12 años”. Y una cuarta biblioteca abrió en Ciudad Londres, un barrio al que el agua corriente llegó el año pasado. “Y tenemos libros para tres más”, sonríe Gutiérrez.
¿Recibe ayuda oficial? No, acá no hay subsidios. Conocen mi proyecto, pero no ha habido acercamiento con nadie, son como apáticos a colaborar.
No hay subsidios, nada, y Gutiérrez sigue manejando su camión , a la pesca del tesoro de cada noche. Mientras tanto, ahí están sus “salitas”. Y a la entrada, esa frase en la que Borges dice que se imagina el paraíso como una biblioteca.
Para usted también el paraíso es la biblioteca Sí, pero yo la tengo ahí.