DON VITTO GIOVANNI
PRESENTA: BIOLOGIA EN ARSENICO
Por Jorge Forno - Pagina 12
Desde el desconcertante mar con conciencia propia que proponía Stanislav Lem en Solaris hasta el archiconocido y previsible E.T., los creadores de ficción se las ingeniaron para imaginar formas de vida extraterrestre más o menos similares a las que alberga nuestro planeta. Pero para la ciencia el asunto no es tan sencillo. Las posibles formas de vida deben ceñirse a características muy claras y definidas, sin mucho lugar para el vuelo imaginativo. Una de ellas es la rigurosa presencia de seis elementos químicos indispensables para la formación de proteínas, genes, lípidos y otros componentes biológicos. Así como en una orquesta de cuerdas no pueden faltar los violines, los violonchelos, las violas y los contrabajos, para pensar la vida tal como la conocemos en la Tierra, el carbono, el oxígeno, el hidrógeno, el nitrógeno, el azufre y el fósforo integran el selecto grupo de los constituyentes infaltables.
Si alguna forma de vida pudiera incorporar a sus moléculas constitutivas elementos químicos distintos a los que integran el grupo de los seis, y lo hiciera de manera estable y funcional, estaríamos frente a una verdadera revolución en la química de la vida. Pero, tanto en la bioquímica como en las sociedades, las revoluciones largamente anunciadas algunas veces tardan más de lo previsto y otras veces nunca llegan.
EL POLVO DE LA SUCESION
El arsénico es un elemento químico altamente tóxico que se puede encontrar en la naturaleza combinado con azufre o metales, y que ha adquirido a lo largo de la historia una triste pero bien ganada fama de poderoso veneno. Comenzó a obtener truculenta popularidad en la Francia del siglo XVII cuando, siendo el componente principal del llamado polvo de la sucesión, era utilizado en ciertos ámbitos para sacar del medio a competidores molestos en pos de alguna herencia esquiva. Con el tiempo, su letal fama se agigantó al ser reconocido como protagonista destacado de las novelas de Agatha Christie, de intrigas políticas que costaron la vida de papas y generales, y de resonantes casos policiales. Como si esto fuera poco, el arsénico también es un villano de fuste en cuestiones ambientales: sus partículas pueden afectar las fuentes de agua potable o el aire que respiramos. Ya sea como contaminante de aguas o alimentos, o servido en el café, en confituras caseras y en otras variadas e ingeniosas formas de deshacerse elegantemente de los enemigos, su acción letal está basada principalmente en la propiedad de reemplazar al fósforo en moléculas cruciales para el funcionamiento de los organismos vivientes.
Es que el arsénico y el fósforo tienen propiedades químicas bastante similares: pertenecen a un mismo grupo de la tabla periódica y comparten valencia (en buen criollo: la capacidad de combinarse con otros elementos químicos). Pero las diferencias empiezan cuando de estabilidad y funcionalidad se trata: como si integráramos violines desafinados a la orquesta de cuerdas, el arsénico ocupa el lugar del fósforo para alterar las funciones de enzimas, proteínas y mecanismos de absorción celulares, provocando disfunciones variopintas, que en sus formas agudas pueden anular la respiración celular y llevar a la muerte.
LOS CAMINOS DE LA VIDA
Las especulaciones científicas y no científicas sobre formas de vida que sean capaces de existir –aquí o en otros mundos– reemplazando a los elementos o sustancias básicas aceptadas actualmente por la biología no son nuevas. Por ejemplo, desde la ciencia ficción, el prolífico Herbert George Wells imaginó a seres constituidos por silicio y aluminio. Una idea que tiene sustento científico: el silicio, que comparte grupo y valencia con el carbono, podría reemplazar en ciertas condiciones a este elemento, puntal de la química orgánica. En el mismo sentido, ríos de metano o amoníaco podrían jugar el papel del agua terrestre en otros planetas, haciéndolos habitables para formas de vida exóticas. De la búsqueda de formas de vida extraterrestre se ocupa la exobiología, una disciplina que tiene un objeto de estudio aún hipotético.
La cuestión es que mientras no se pueda experimentar en el presunto lugar de los hechos, los exobiólogos deben conformarse con buscar formas de vida terrestre que, de acuerdo con los criterios que fijan los limitados conocimientos humanos, encajen con los parámetros que supuestamente tendría la vida en otros lugares del Universo. En ese sentido, las bacterias constituyen un formidable banco de pruebas. Existen especies que con gran pragmatismo microbiano pueden adaptarse a las condiciones más hostiles, soportando temperaturas extremas, escasez de nutrientes y otras situaciones poco amigables, similares a las que se espera hallar en ciertos sitios del cosmos.
Lanzados a la carrera con obstáculos que significa la búsqueda de organismos que estén en condiciones de vivir fuera de la Tierra, científicos de la NASA se ocuparon de encontrar un lugar que parece ser el infierno de los seres vivientes. Se trata del lago Mono, en California, con aguas de inusitada salinidad y extraordinaria presencia de tóxicos como el arsénico.
DAME TU VENENO
Hace años se sabe de algunos microorganismos que se las arreglan para eludir la toxicidad de los compuestos de arsénico en sitios increíblemente inhóspitos. En 1996, científicos de una universidad australiana dieron a conocer la existencia de un microorganismo, bautizado referencialmente como Chrysiogenes arsenatis, que posee la capacidad de utilizar compuestos arsenicales como fuente de energía. Otras bacterias que viven en las rocas volcánicas como las Pseudomonas arsenitoxidans, cepa NT-26, no sólo se ocupan de usar los derivados arsenicales como recurso energético sino que, además, al disminuir la toxicidad de su hábitat, ayudan a la colonización del difícil medio rocoso por bacterias no adaptadas.
En un trabajo publicado en The International Journal of Astrobiology, la investigadora de la NASA Felisa Wolfe-Simon y sus colegas de la Universidad de Arizona Ariel Anbar y Paul Davies habían formulado años atrás una hipótesis acerca de la existencia de microorganismos altamente afines al arsénico. Con este antecedente, la NASA y Wolfe-Simon se lanzaron a la caza de aquellas bacterias de tan extraños gustos bioquímicos en el tan extraño ambiente del lago Mono.
EL QUE BUSCA, ENCUENTRA
Según un artículo de cuatro páginas publicado en la revista Science el 2 de diciembre de 2010, el grupo de investigación de la NASA inoculó fango del lago Mono a un medio de cultivo extremadamente alcalino que tenía nutrientes y compuestos arsenicales, pero no fosfatos. Luego de varias diluciones, que llevaron la presencia de compuestos de fósforo a niveles insignificantes, hicieron crecer a las sufridas bacterias sobrevivientes en un medio carente por completo de fósforo, pero en presencia de arsénico. Y encontraron que una cepa bacteriana de la familia Halomonadaceae, tipificada como cepa GFAJ-1, crecía en ese medio experimental, aunque en cantidades y velocidades menores a las de un medio control con compuestos de fósforo. También comprobaron que la ahora archifamosa GFAJ-1 no crece en medios sin fósforo ni arsénico. Los resultados muestran que en realidad el menú arsenical es sólo una ración para la supervivencia ya que, puesto a elegir, el microorganismo prefiere los convencionales compuestos de fósforo, en el que crece con más fuerza y rapidez.
El grupo de la NASA avanzó sobre otro asunto relevante. Utilizando como marcador un isótopo de arsénico, observaron que ese elemento parece incorporarse a moléculas que constituyen el material genético, proteínas y lípidos de la bacteria. Hasta ahí lo que explica el artículo científico.
¿Y LOS EXTRATERRESTRES DONDE ESTAN?
El tema fue presentado con la estridencia propia de un anuncio revolucionario. La NASA convocó a una ronda de prensa en la que prometía anunciar “un descubrimiento astrobiológico que impactará en la búsqueda de evidencia de vida extraterrestre”. No era la primera vez que la agencia espacial estadounidense proclamaba sorprendentes descubrimientos astrobiológicos que luego se desvanecían en el aire, sin haber sido nunca sólidos. En 1996 se presentaron presuntas pruebas de pasada vida extraterrestre en un meteorito marciano, con rueda de prensa comandada por el director de la agencia y artículo en Science incluidos. Pero luego las pruebas fueron aplastadas por evidencias en contrario, de mayor peso que el meteorito supuestamente habitado en el pasado por los microscópicos marcianitos.
Para este nuevo anuncio todo fue más medido. Estuvieron los científicos, pero no las autoridades de la NASA y se contó con la transmisión en directo por el canal de Internet NASA TV, todo un signo de los tiempos que corren. La satisfacción que mostraron los científicos, en especial Felisa Wolfe-Simon, fue tan notoria como la ausencia contundente de referencias a la vida extraterrestre en el artículo de Science.
NI POCO, NI DEMASIADO
Los resultados difundidos en la revista presentan algunas conclusiones que, aunque preliminares, son destacables. Para empezar, Halomonadaceae GFAJ-1 incorporó el arsénico usado como trazador en cantidades similares a las que en condiciones normales incorpora fósforo, dando muestras de una formidable capacidad de adaptación microbiana. Además, los datos habilitan a los investigadores a postular que el arsénico ocupa en las estructuras celulares lugares propios del fósforo. Pero se está lejos de verificar si las bacterias podrían vivir y reproducirse en un medio natural sin fósforo, ya que usar arsénico es sólo un plan B. Si hay fósforo, prefieren decididamente el fósforo.
Por otra parte, esta sustitución forzada abre un interrogante acerca de la estabilidad y funcionalidad de las macromoléculas arsenicales, que sólo podrá ser confirmada por futuros experimentos. La investigación de Wolfe–Simon y sus colaboradores dejó en claro que los microbios crecen más lento en el medio estrictamente arsenical, y además lo hacen alterando su tamaño, como si se “hincharan”, dejando espacios vacíos y disfuncionales. Con estas salvedades, hablar de formas de vida que prescinden del fósforo y lo reemplazan por el arsénico resulta prematuro y aventurado.
Los investigadores aclararon en la rueda de prensa que estamos ante los primeros pasos de una investigación que debería prolongarse por varios años. Una aclaración dirigida a calmar los seguros cuestionamientos de los científicos más inquietos y a preparar el terreno para convencer a quienes deberán proveer de financiamiento a los proyectos futuros de la NASA. Mientras tanto, conviene ser precavidos ante anuncios sobre vida extraterrestre, que terminan siendo, por cierto, típicamente humanos y terrestres.
CELULAS DE LA BACTERIA GFAJ-1 CULTIVADAS EN ARSENICO.
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DON VITTO GIOVANNI
sábado, 11 de diciembre de 2010
El narrador del dolor - LETRAS DEL HORROR
DON VITTO GIOVANNI
PRESENTA: LETRAS DEL HORROR
RADAR - diciembre de 2010
El narrador del dolor
Uno de los grandes relatos de los campos de concentración, Necrópolis es la obra que ubica a Boris Pahor junto a Primo Levi e Imre Kertész entre los inmensos narradores del horror en carne propia. Mezcla de testimonio y literatura, este non fiction indaga en la reconstrucción de la memoria y la identidad individual a través del relato de un sobreviviente que vuelve a su infierno para encontrarlo convertido en un museo.
Por Fernando Krapp
A los fines prácticos, aquella frase del filósofo alemán Theodor Adorno sobre la imposibilidad de escribir poesía después de los campos de concentración resultó bastante contraproducente. No sólo porque sí se escribió mucha poesía, sino porque los testimonios sobre el Holocausto derivaron en un género literario en sí mismo, cuyos máximos exponentes fueron Primo Levi e Imre Kertész. El escritor esloveno Boris Pahor ha sabido alzarse como otro referente con su obra Necrópolis (1966), recientemente traducida al castellano.
Necrópolis. Boris Pahor Anagrama 258 págs.
Nacido en 1913 en Trieste, Pahor, a pesar de haber nacido en una ciudad que hoy se encuentra bajo los dominios de Italia, siempre se autoproclamó esloveno. Esa es la mayor razón por la que Pahor fue capturado y enviado al campo de concentración Natzweiler-Struthof, situado en Alsacia, al este de Francia: por luchar contra el arrasante fascismo italiano como un modo de recuperar la identidad eslovena en Trieste. Medio siglo después, el narrador de Necrópolis regresa a la ciudad de la muerte y se enfrenta con el último fenómeno turístico europeo: los campos de concentración devenidos museos. Siguiendo un hilo paralelo al del guía turístico, quien describe el accionar de los nazis sobre sus víctimas con un lenguaje de folleto, Pahor, frente al dilema ético sobre cuál es la función de un museo, decide omitir opinión, y traduce en palabras qué le pasa cuando la violencia de los objetos aparentemente muertos atraviesan a la fuerza su memoria emotiva, el dolor renace, los objetos cobran vida, y las cicatrices se abren. Pero la experiencia del horror ha vuelto inmune su escritura, y con una desconcertante frialdad emocional, el narrador cuenta cómo, después de ser capturado por los nazis, logró esquivar los trabajos forzados del campo al ser tomado como enfermero de un médico noruego nazi, y cómo ahí vio el desfile de cadáveres y asistió a los experimentos médicos, hasta que finalmente logró escapar. Pero, es claro, la parábola que se crea en el relato no tiene principio ni final. No hay mesura ni estructura posible que soporte el peso del antiguo dolor, y tampoco hay imágenes contundentes que nos hagan ver como en una película qué fue lo que pasó de un modo unidireccional o, si se quiere, jurídico. Porque al asumir la forma errática de la memoria involuntaria, Pahor cuestiona aquella sentencia de Adorno y tensiona la imposibilidad de abordar el horror desde la literatura con la necesidad pulsional (o terapéutica) de contarlo.
Necrópolis se convierte entonces más que en un testimonio, en una suerte de nonfiction de su experiencia, es decir, Pahor recurre a procedimientos literarios para construir un relato que, al igual que Walsh o Capote con el periodismo, aborde la trama de lo real con literatura. Pero en este caso el modelo narrativo a seguir es Proust. Pahor hace que su relato se diluya en la sobreimpresión de capas temporales, en la sucesión irracional de yoes, en el extrañamiento que suscita la grieta abierta entre un pasado cruel y un presente fantasmal. Nos hace leer, como Proust, el tiempo; el presente amalgamado en el pasado. Y sin rendirse al placer del divagar inconsciente para recuperar el tiempo perdido, el narrador de Necrópolis afirma continuamente que acciona con conciencia.
En la negatividad se esconde siempre una afirmación; así como en El innombrable de Samuel Beckett la sensación final que se tiene es la de una fe ciega en la escritura más allá de todo lo que la escritura misma denigra, Necrópolis contempla el mismo deslizamiento; a pesar de narrar el horror hay una manera de recuperar, en esa conciencia que narra, en esa afirmación del narrador, una subjetividad. Si un campo de concentración fue la unión a la fuerza de muchos cuerpos para construir una anatomía monstruosa hecha por pedazos de cuerpos, el posterior “género” del Holocausto supone lo contrario: el intento de recuperar una individualidad mutilada más allá de toda división racial, política, religiosa. Es el grito silencioso de quien recupera la palabra para poder decir acá estoy, esto es lo que queda de mí, esto que cuento no es otra cosa que mi propio dolor.
PRESENTA: LETRAS DEL HORROR
RADAR - diciembre de 2010
El narrador del dolor
Uno de los grandes relatos de los campos de concentración, Necrópolis es la obra que ubica a Boris Pahor junto a Primo Levi e Imre Kertész entre los inmensos narradores del horror en carne propia. Mezcla de testimonio y literatura, este non fiction indaga en la reconstrucción de la memoria y la identidad individual a través del relato de un sobreviviente que vuelve a su infierno para encontrarlo convertido en un museo.
Por Fernando Krapp
A los fines prácticos, aquella frase del filósofo alemán Theodor Adorno sobre la imposibilidad de escribir poesía después de los campos de concentración resultó bastante contraproducente. No sólo porque sí se escribió mucha poesía, sino porque los testimonios sobre el Holocausto derivaron en un género literario en sí mismo, cuyos máximos exponentes fueron Primo Levi e Imre Kertész. El escritor esloveno Boris Pahor ha sabido alzarse como otro referente con su obra Necrópolis (1966), recientemente traducida al castellano.
Necrópolis. Boris Pahor Anagrama 258 págs.
Nacido en 1913 en Trieste, Pahor, a pesar de haber nacido en una ciudad que hoy se encuentra bajo los dominios de Italia, siempre se autoproclamó esloveno. Esa es la mayor razón por la que Pahor fue capturado y enviado al campo de concentración Natzweiler-Struthof, situado en Alsacia, al este de Francia: por luchar contra el arrasante fascismo italiano como un modo de recuperar la identidad eslovena en Trieste. Medio siglo después, el narrador de Necrópolis regresa a la ciudad de la muerte y se enfrenta con el último fenómeno turístico europeo: los campos de concentración devenidos museos. Siguiendo un hilo paralelo al del guía turístico, quien describe el accionar de los nazis sobre sus víctimas con un lenguaje de folleto, Pahor, frente al dilema ético sobre cuál es la función de un museo, decide omitir opinión, y traduce en palabras qué le pasa cuando la violencia de los objetos aparentemente muertos atraviesan a la fuerza su memoria emotiva, el dolor renace, los objetos cobran vida, y las cicatrices se abren. Pero la experiencia del horror ha vuelto inmune su escritura, y con una desconcertante frialdad emocional, el narrador cuenta cómo, después de ser capturado por los nazis, logró esquivar los trabajos forzados del campo al ser tomado como enfermero de un médico noruego nazi, y cómo ahí vio el desfile de cadáveres y asistió a los experimentos médicos, hasta que finalmente logró escapar. Pero, es claro, la parábola que se crea en el relato no tiene principio ni final. No hay mesura ni estructura posible que soporte el peso del antiguo dolor, y tampoco hay imágenes contundentes que nos hagan ver como en una película qué fue lo que pasó de un modo unidireccional o, si se quiere, jurídico. Porque al asumir la forma errática de la memoria involuntaria, Pahor cuestiona aquella sentencia de Adorno y tensiona la imposibilidad de abordar el horror desde la literatura con la necesidad pulsional (o terapéutica) de contarlo.
Necrópolis se convierte entonces más que en un testimonio, en una suerte de nonfiction de su experiencia, es decir, Pahor recurre a procedimientos literarios para construir un relato que, al igual que Walsh o Capote con el periodismo, aborde la trama de lo real con literatura. Pero en este caso el modelo narrativo a seguir es Proust. Pahor hace que su relato se diluya en la sobreimpresión de capas temporales, en la sucesión irracional de yoes, en el extrañamiento que suscita la grieta abierta entre un pasado cruel y un presente fantasmal. Nos hace leer, como Proust, el tiempo; el presente amalgamado en el pasado. Y sin rendirse al placer del divagar inconsciente para recuperar el tiempo perdido, el narrador de Necrópolis afirma continuamente que acciona con conciencia.
En la negatividad se esconde siempre una afirmación; así como en El innombrable de Samuel Beckett la sensación final que se tiene es la de una fe ciega en la escritura más allá de todo lo que la escritura misma denigra, Necrópolis contempla el mismo deslizamiento; a pesar de narrar el horror hay una manera de recuperar, en esa conciencia que narra, en esa afirmación del narrador, una subjetividad. Si un campo de concentración fue la unión a la fuerza de muchos cuerpos para construir una anatomía monstruosa hecha por pedazos de cuerpos, el posterior “género” del Holocausto supone lo contrario: el intento de recuperar una individualidad mutilada más allá de toda división racial, política, religiosa. Es el grito silencioso de quien recupera la palabra para poder decir acá estoy, esto es lo que queda de mí, esto que cuento no es otra cosa que mi propio dolor.
Colon irritable
DON VITTO GIOVANNI
PRESENTA : ARTE MUSICAL EN PROBLEMAS
Colon irritable
Por Rudy - Pagina 12
La Ciudad de Buenos Aires siempre es un tema. Seguramente desde que el primer adelantado, Pedro de Mendoza, en 1536, habla de “los buenos aires” de esta tierra. ¿Tenía la nariz tapada, o ya habían limpiado el Riachuelo, o todavía no lo habían contaminado, o será que el bueno de Don Pedro intentó imitar a Queen y se atragantó con el bigote falso en medio de las risotadas de los pueblos originarios que se preguntaban ¿y éste es el que nos va a conquistar? La cuestión es que esa fundación salió mal, y en 1580 Juan de Garay volvió a fundarnos, pero no le cambió el nombre, quizá por una cuestión de cábala (aunque a Mendoza no la había ido bien). Como sea, desde entonces pasaron más de 400 años, y eso es mucho tiempo. Fuimos la virreina, y luego la Reina del Plata (Queen of Plate), un crisol de razas y de razzias, una ciudad vital, cosmopolita, metropolitana, freudiana y napolitana con ajo.
Buenos Aires inventa comidas, o les cambia el nombre a las que ya existen. ¿No es lo que hacen muchos chefs ahora? ¡En vez de inventar comidas, les cambian el nombre a las que hay, en un acto cuasi religioso: “Te llamabas ensalada mixta, ahora te llamas mezclum de verdes”, proclaman, mientras arrojan un poco de santo óleo, o bien aceto balsámico, sobre el plato de tomate, lechuga, radicheta, rúcula y etcétera.
Buenos Aires tiene cines, bibliotecas, canchas de fútbol, centros culturales, y tantos lugares de expresión popular.
Y tiene el Colón. Desde hace más de un siglo, ese teatro, orgullo y símbolo, templo y coliseo, donde las grandes personalidades internacionales y vernáculas se han lucido, y le han mostrado al país y al mundo de lo que somos capaces los argentinos: Y ese es justamente el problema. Los argentinos somos capaces de muchas cosas, demasiadas, buenas, malas, maravillosas y horribles. Y suelen venir mezcladas.
Y ahora el Colón está atravesando una de esas mezclas (¿o la llamamos “mezclum”?) entre una pomposa reinauguración, conflictos gremiales y arquitectónicos diversos. Y nosotros, desde nuestro propio espacio, hacemos oír nuestra voz, que no es barítono ni soprano, es de tenor... de tenor cómico.
PRESENTA : ARTE MUSICAL EN PROBLEMAS
Colon irritable
Por Rudy - Pagina 12
La Ciudad de Buenos Aires siempre es un tema. Seguramente desde que el primer adelantado, Pedro de Mendoza, en 1536, habla de “los buenos aires” de esta tierra. ¿Tenía la nariz tapada, o ya habían limpiado el Riachuelo, o todavía no lo habían contaminado, o será que el bueno de Don Pedro intentó imitar a Queen y se atragantó con el bigote falso en medio de las risotadas de los pueblos originarios que se preguntaban ¿y éste es el que nos va a conquistar? La cuestión es que esa fundación salió mal, y en 1580 Juan de Garay volvió a fundarnos, pero no le cambió el nombre, quizá por una cuestión de cábala (aunque a Mendoza no la había ido bien). Como sea, desde entonces pasaron más de 400 años, y eso es mucho tiempo. Fuimos la virreina, y luego la Reina del Plata (Queen of Plate), un crisol de razas y de razzias, una ciudad vital, cosmopolita, metropolitana, freudiana y napolitana con ajo.
Buenos Aires inventa comidas, o les cambia el nombre a las que ya existen. ¿No es lo que hacen muchos chefs ahora? ¡En vez de inventar comidas, les cambian el nombre a las que hay, en un acto cuasi religioso: “Te llamabas ensalada mixta, ahora te llamas mezclum de verdes”, proclaman, mientras arrojan un poco de santo óleo, o bien aceto balsámico, sobre el plato de tomate, lechuga, radicheta, rúcula y etcétera.
Buenos Aires tiene cines, bibliotecas, canchas de fútbol, centros culturales, y tantos lugares de expresión popular.
Y tiene el Colón. Desde hace más de un siglo, ese teatro, orgullo y símbolo, templo y coliseo, donde las grandes personalidades internacionales y vernáculas se han lucido, y le han mostrado al país y al mundo de lo que somos capaces los argentinos: Y ese es justamente el problema. Los argentinos somos capaces de muchas cosas, demasiadas, buenas, malas, maravillosas y horribles. Y suelen venir mezcladas.
Y ahora el Colón está atravesando una de esas mezclas (¿o la llamamos “mezclum”?) entre una pomposa reinauguración, conflictos gremiales y arquitectónicos diversos. Y nosotros, desde nuestro propio espacio, hacemos oír nuestra voz, que no es barítono ni soprano, es de tenor... de tenor cómico.
Carlos Gardel. : A 120 años del nacimiento de un ídolo
DON VITTO GIOVANNI
PRESENTA : GARDEL VIVE
A 120 años del nacimiento de un ídolo
Carlos Gardel. En Toulouse, un día como hoy, nacía el máximo exponente del tango.
La historia del presunto Gardel uruguayo.
Por Eduardo Parise - CLARIN
Hace siete siglos, a la ciudad francesa de Toulouse se la empezó a conocer como “la ciudad de los trovadores”. Aquella fama tenía que ver con una compañía de juglares con vocación literaria que buscaba conservar el dialecto de esa región. Y aunque sería lógico afirmar que aquéllo fue una casualidad y temerario considerarlo una causalidad, lo cierto es que hace 120 años, en esa ciudad del suroeste de Francia, nació Charles Romuald Gardes, “hijo de padre desconocido y de Berthe Gardes”, un bebé que después iba a convertirse en el máximo trovador de una cultura musical y lírica que el mundo conoce con la denominación de Tango.
Fue el 11 de diciembre de 1890, a las dos de la mañana, en el hospital Saint Joseph de la Grave, según consta en el acta de nacimiento que firmaron una partera, dos empleados del hospital y un adjunto del alcalde de Toulouse. Y dicen que aquella madre soltera, de profesión “planchadora”, eligió el nombre del bebé como un reconocimiento a su medio hermano, quien por entonces integraba el ejército francés que ocupaba la península de Indochina, uno de los tantos enclaves coloniales que aquella potencia tenía en el mundo.
Once días después, aquel nacimiento fue ratificado en otra acta ante un delegado municipal y dos hombres que actuaron como testigos. Lo que nunca fue ratificado fue quién era el padre de ese chiquito que el 10 de marzo de 1893, de la mano de su mamá y con 27 meses de vida, llegaría al puerto de Buenos Aires como otro inmigrante de los muchos que por ese tiempo buscaban en la Argentina un futuro mejor. La historia más firme dice que el papá de aquella criatura se llamaba Paul Lasserre, el hijo de un fabricante de carruajes en Toulouse. Pero el dato se fue a la tumba en junio de 1935, arrasado por las llamas del accidente de Medellín, y definitivamente en julio de 1943, junto con “Doña Berta”.
Esa es la historia lineal que los investigadores tienen comprobada. Pero como la figura de Carlos Gardel es mucho más que la de un simple cantor que inventó y difundió en el mundo el tango canción, la mitología tiene otra versión que es la que le pone pimienta a esa vida que hizo de “El Morocho del Abasto” una leyenda. Es la del presunto Gardel uruguayo.
Todo comenzó porque entre los restos del avión, en Colombia, se encontró un pasaporte que decía que Gardel había nacido en la ciudad uruguaya de Tacuarembó. Aquéllo era consecuencia de un documento que el cantor había gestionado con datos falsos. Tampoco está claro con qué finalidad. Lo concreto es que a partir de allí se alimentó una historia que habla de un coronel llamado Carlos Escayola, supuesto padre de un “Carlitos” Escayola, nunca reconocido como su hijo, entre los tantos que tuvo dentro y fuera de sus varios matrimonios.
Llevaría mucho texto desarrollar lo que dicen los defensores de esta teoría. Pero en síntesis, afirman que ese “Carlitos”, hijo de Escayola y otra mujer, fue criado por Doña Berta. Y que el Charles Romuald Gardes nacido en Toulouse se volvió a Francia en tiempos de la Primera Guerra Mundial y murió luchando por su país. Entonces, sostienen, Berthe Gardes usó la documentación que tenía para decir que ese chico uruguayo (supuestamente nacido en 1887) era su hijo francés. Y que el “Carlitos” de Tacuarembó era el ídolo que se convirtió en figura mundial y murió en Medellín.
Para el mundo, los trabajos más serios reafirman lo primero: que Carlos Gardel nació en Francia el 11 de diciembre de 1890 y murió en Colombia el 24 de junio de 1935. De allí que en este diciembre de 2010 (cuando se cumplen doce décadas de su nacimiento y en un siglo XXI que le da prioridad a cuestiones materiales antes que a la riqueza espiritual), los amantes de la calidad inigualable de su voz salen a recordar que ese cantor aficionado, que se crió y vivió en el porteño barrio del Abasto entre obreros y malandrines, sigue con su sonrisa invicta mostrando porqué cada día canta mejor.
Dos cumpleaños
El Día Nacional del Tango se estableció por decreto en 1977, gracias al impulso de Ben Molar, productor artístico y compositor. Ben Molar contó con el apoyo de Julio De Caro, quien lo ayudó a redactar el decreto y llevó un poco de agua para su molino: el 11 de diciembre no sólo es el cumpleaños de Gardel, sino es también el de De Caro, genial compositor, director y violinista que, así como Gardel puso su impronta fundamental en lo vocal, creó la fisonomía del tango moderno en la faz instrumental.
PRESENTA : GARDEL VIVE
A 120 años del nacimiento de un ídolo
Carlos Gardel. En Toulouse, un día como hoy, nacía el máximo exponente del tango.
La historia del presunto Gardel uruguayo.
Por Eduardo Parise - CLARIN
Hace siete siglos, a la ciudad francesa de Toulouse se la empezó a conocer como “la ciudad de los trovadores”. Aquella fama tenía que ver con una compañía de juglares con vocación literaria que buscaba conservar el dialecto de esa región. Y aunque sería lógico afirmar que aquéllo fue una casualidad y temerario considerarlo una causalidad, lo cierto es que hace 120 años, en esa ciudad del suroeste de Francia, nació Charles Romuald Gardes, “hijo de padre desconocido y de Berthe Gardes”, un bebé que después iba a convertirse en el máximo trovador de una cultura musical y lírica que el mundo conoce con la denominación de Tango.
Fue el 11 de diciembre de 1890, a las dos de la mañana, en el hospital Saint Joseph de la Grave, según consta en el acta de nacimiento que firmaron una partera, dos empleados del hospital y un adjunto del alcalde de Toulouse. Y dicen que aquella madre soltera, de profesión “planchadora”, eligió el nombre del bebé como un reconocimiento a su medio hermano, quien por entonces integraba el ejército francés que ocupaba la península de Indochina, uno de los tantos enclaves coloniales que aquella potencia tenía en el mundo.
Once días después, aquel nacimiento fue ratificado en otra acta ante un delegado municipal y dos hombres que actuaron como testigos. Lo que nunca fue ratificado fue quién era el padre de ese chiquito que el 10 de marzo de 1893, de la mano de su mamá y con 27 meses de vida, llegaría al puerto de Buenos Aires como otro inmigrante de los muchos que por ese tiempo buscaban en la Argentina un futuro mejor. La historia más firme dice que el papá de aquella criatura se llamaba Paul Lasserre, el hijo de un fabricante de carruajes en Toulouse. Pero el dato se fue a la tumba en junio de 1935, arrasado por las llamas del accidente de Medellín, y definitivamente en julio de 1943, junto con “Doña Berta”.
Esa es la historia lineal que los investigadores tienen comprobada. Pero como la figura de Carlos Gardel es mucho más que la de un simple cantor que inventó y difundió en el mundo el tango canción, la mitología tiene otra versión que es la que le pone pimienta a esa vida que hizo de “El Morocho del Abasto” una leyenda. Es la del presunto Gardel uruguayo.
Todo comenzó porque entre los restos del avión, en Colombia, se encontró un pasaporte que decía que Gardel había nacido en la ciudad uruguaya de Tacuarembó. Aquéllo era consecuencia de un documento que el cantor había gestionado con datos falsos. Tampoco está claro con qué finalidad. Lo concreto es que a partir de allí se alimentó una historia que habla de un coronel llamado Carlos Escayola, supuesto padre de un “Carlitos” Escayola, nunca reconocido como su hijo, entre los tantos que tuvo dentro y fuera de sus varios matrimonios.
Llevaría mucho texto desarrollar lo que dicen los defensores de esta teoría. Pero en síntesis, afirman que ese “Carlitos”, hijo de Escayola y otra mujer, fue criado por Doña Berta. Y que el Charles Romuald Gardes nacido en Toulouse se volvió a Francia en tiempos de la Primera Guerra Mundial y murió luchando por su país. Entonces, sostienen, Berthe Gardes usó la documentación que tenía para decir que ese chico uruguayo (supuestamente nacido en 1887) era su hijo francés. Y que el “Carlitos” de Tacuarembó era el ídolo que se convirtió en figura mundial y murió en Medellín.
Para el mundo, los trabajos más serios reafirman lo primero: que Carlos Gardel nació en Francia el 11 de diciembre de 1890 y murió en Colombia el 24 de junio de 1935. De allí que en este diciembre de 2010 (cuando se cumplen doce décadas de su nacimiento y en un siglo XXI que le da prioridad a cuestiones materiales antes que a la riqueza espiritual), los amantes de la calidad inigualable de su voz salen a recordar que ese cantor aficionado, que se crió y vivió en el porteño barrio del Abasto entre obreros y malandrines, sigue con su sonrisa invicta mostrando porqué cada día canta mejor.
Dos cumpleaños
El Día Nacional del Tango se estableció por decreto en 1977, gracias al impulso de Ben Molar, productor artístico y compositor. Ben Molar contó con el apoyo de Julio De Caro, quien lo ayudó a redactar el decreto y llevó un poco de agua para su molino: el 11 de diciembre no sólo es el cumpleaños de Gardel, sino es también el de De Caro, genial compositor, director y violinista que, así como Gardel puso su impronta fundamental en lo vocal, creó la fisonomía del tango moderno en la faz instrumental.
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