Un surrealista inspirado por obras tradicionales.
Por KAREN ROSENBERG
Siempre inconformista, el pintor catalán Joan Miró se rebeló volcándose a los viejos maestros.
Y no cualquier viejo maestro: empezó con las escenas costumbristas de Jan Steen y Hendrick Sorgh, con sus estereotipos de sirvientas revoltosas, comensales borrachos y niños pícaros. En "Miró: Interiores holandeses" actualmente en el Metropolitan Museum, estas presencias se convierten en apariciones surrealistas flotantes desconectadas y ambiguas pero igualmente maliciosas.
Esta exposición intimista, que llega al Met desde el Rijksmuseum de Amsterdam, se concentra en una época tensa en la carrera de Miró: 1928. Su tercera exposición individual en una galería de París ese invierno había sido un éxito que le valió una fuerte base de coleccionistas y las felicitaciones de André Breton. Pero Miró, fiel a su personalidad, se asustó. "Entendí los peligros del éxito y sentí que, en vez de aprovecharlo aburridamente, debía lanzarme a nuevas aventuras", escribió ese mismo año. "Siento un gran deseo de desanimar a los que creen en mí".
Por eso, cuando su amigo, el artista Jean Arp (conocido también como Hans) tuvo una inauguración en Bruselas, Miró aprovechó la ocasión para visitar Holanda por primera vez. Fue al Mauritshuis, en La Haya y al Rijksmuseum.
Allí, como escribiría más tarde, se sintió "seducido por la capacidad de los pintores holandeses para hacer puntitos tan pequeños como el polvo visible y concentrar la atención en una pequeña chispa en medio de la oscuridad".
En el cuadro de Sorgh, un hombre y una mujer sentados intercambian miradas significativas durante una sesión agotadora de música. En el de Steen, cuatro niños revoltosos sostienen a un gato sobre las patas traseras ante la mirada de un spaniel que ladra.
(Podríamos interpretar la acción como crueldad hacia los animales, pero los contemporáneos de Steen habrían percibido la combinación de animales, instrumentos y baile como una insinuación sexual.) De regreso en España, en la granja de su familia cerca de Barcelona, Miró decidió hacer sus propias versiones de Sorgh y Steen (Interior holandés I e "Interior holandés II"). También hizo un tercero ("Interior Holandés III") que parece combinar elementos de varias pinturas holandesas. Los tres están expuestos, junto con las obras de los viejos maestros que los inspiraron.
También figuran en la muestra del Met algunos de los pequeños dibujos a lápiz de Miró, junto con las postales que tenía pinchadas en su caballete. De todas éstas, sintetizó un estudio final más grande, en carbonilla y pincel, para cada "Interior Holandés".
Los dibujos muestran con qué rapidez y estrategia llegaba Miró a los elementos grandes de su composición: el músico de laúd caricaturesco en la primera pintura, o el perfil del niño casi como una ameba en el segundo.
Algunas formas, como los instrumentos musicales, hacen que la transición quede más o menos intacta; otros sufren una formidable "Miromorfosis", para utilizar el apropiado término de los ensayistas del Rijksmuseum Panda de Haan y Ludo Van Halem.
Miró trasladó algunas de las figuras de Steen y Sorgh y, quizás a partir de observaciones en su granja, introdujo otros nuevos: un murciélago, una araña, un sapo, un pez, un cisne. (Se pueden comparar sus versiones con los originales en dos diagramas, que el museo provee solícitamente.) Cada una de sus pinturas tiene su propia personalidad, que no tiene mucho que ver con su fuente. Su "Interior Holandés I" es una fantasía frívola en verde y naranja, con el intérprete de laúd como una suerte de Flautista de Hamelin acompañado de varios animales y aves. La mujer de la pintura de Sorgh desapareció y con ella todas las sugerencias de intimidad.
"Interior holandés II" ya es un poco más libre; sus abultadas manchas flotantes con reminiscencias de genios, muestran la influencia de Arp, el amigo de Miró, y posiblemente de Calder, cuyas performances de "Circus" acababa de ver hacía poco tiempo en París.
Al llegar a "Interior holandés III" Miró ya estaba demasiado cómodo, y él lo sabía; en esta pintura se lo puede ver resistiendo a la tentación de conformarse con los espacios agradables de Sorgh y Steen, que para entonces ya conocía íntimamente. Esta tela es significativamente más grande que las otras, con un fondo cautivante de amarillos sutilmente diferenciados. También las formas resultan más difíciles de leer, sin las expresiones faciales y los planos arquitectónicos que sustentan las obras anteriores.
Miró definió a esta pintura como un "resumen" de las otras pinturas de la serie; el Rijksmuseum parece estar de acuerdo.
Pero el curador de la muestra del Met, Gary Tinterow, tiene una interpretación más persuasiva.
Colocó "Interior Holandés III" (que es propiedad del Met) muy cerca de otro trabajo de Steen, "Woman at Her Toilet" de la colección del Rijksmuseum.
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DON VITTO GIOVANNI
martes, 16 de noviembre de 2010
La Capilla Sixtina: Miguel Angel se habría inspirado en un “sauna”
Eran lugares donde se hacían masajes y baños de vapor y había prostitución. El Vaticano dijo: "No cambia nada".
Por Tom Kington, THE GUARDIAN. ESPECIAL
Para los miles de peregrinos y turistas que recorren todos los días la Capilla Sixtina, El juicio final, de Miguel Angel, es una monumental representación de la segunda venida de Cristo.
Pero ahora un nuevo estudio sostiene que la enorme pintura se basa también en las sórdidas escenas que el artista del siglo XVI vio en los baños públicos romanos, que también hacían las veces de burdeles para prostitutas de ambos sexos.
“Las figuras que descienden al infierno y ascienden al cielo se inspiran en los viriles y fornidos obreros y porteros que Miguel Angel habría visto durante sus visitas a estos baños, que están bien documentadas” explicó Elena Lazzarini, investigadora en la Universidad de Pisa y autora de este estudio. “Fue aquí donde definió la contextura del hombre trabajador como el físico ideal” agregó.
Los baños públicos, que proliferaron en Roma en su momento, ofrecían baños de vapor, masajes y tratamientos médicos básicos con sanguijuelas “pero también ofrecían habitaciones en donde había escenas de promiscuidad y prostitución, tanto entre hombres como entre mujeres” añadió Lazzarini.
Según Lazzarini, muchos de los beatos y condenados que forman parte de los frescos de la Capilla Sixtina son retratados en situaciones obscenas.
Lazzarini destacó también que en la pintura, que ocupa una pared entera de la capilla en donde se realizan los cónclaves papales, uno de los condenados es arrastrado de sus testículos hacia el infierno mientras que los hombres que van hacia el cielo se abrazan y besan “en forma ambigua”.
“Este tipo de escenas podrían haberse inspirado en las visitas a los baños romanos” agregó Lazzarini.
Antonio Paolucci, director de Museos del Vaticano, aclaró que la teoría de Lazzarini no era motivo de vergüenza para la Santa Sede.
“Es perfectamente posible y no cambia nada ” dijo Paolucci. “Miguel Angel estudió la forma humana en todos lados, incluidos los hospitales. Y esa pasión por el cuerpo humano , masculino en especial, se mantiene intacta. Si hubo alguna vez alguna vergüenza por ello fue en su época, no ahora”.
Luego de su concreción, quienes se oponían dentro del Vaticano a la preponderancia de hombres desnudos en la pintura estuvieron a punto de destruirla . Los genitales expuestos fueron cubiertos por el artista Daniele da Volterra, bautizado como “el pintor de calzones”.
“El maestro de ceremonias del Papa, en su momento, dijo que la pintura era una obra que sólo podía exhibirse en baños públicos y posadas y fue muy específico en su comentario” concluyó Lazzarini.
Traducción: Silvia S. Simonetti
Por Tom Kington, THE GUARDIAN. ESPECIAL
Para los miles de peregrinos y turistas que recorren todos los días la Capilla Sixtina, El juicio final, de Miguel Angel, es una monumental representación de la segunda venida de Cristo.
Pero ahora un nuevo estudio sostiene que la enorme pintura se basa también en las sórdidas escenas que el artista del siglo XVI vio en los baños públicos romanos, que también hacían las veces de burdeles para prostitutas de ambos sexos.
“Las figuras que descienden al infierno y ascienden al cielo se inspiran en los viriles y fornidos obreros y porteros que Miguel Angel habría visto durante sus visitas a estos baños, que están bien documentadas” explicó Elena Lazzarini, investigadora en la Universidad de Pisa y autora de este estudio. “Fue aquí donde definió la contextura del hombre trabajador como el físico ideal” agregó.
Los baños públicos, que proliferaron en Roma en su momento, ofrecían baños de vapor, masajes y tratamientos médicos básicos con sanguijuelas “pero también ofrecían habitaciones en donde había escenas de promiscuidad y prostitución, tanto entre hombres como entre mujeres” añadió Lazzarini.
Según Lazzarini, muchos de los beatos y condenados que forman parte de los frescos de la Capilla Sixtina son retratados en situaciones obscenas.
Lazzarini destacó también que en la pintura, que ocupa una pared entera de la capilla en donde se realizan los cónclaves papales, uno de los condenados es arrastrado de sus testículos hacia el infierno mientras que los hombres que van hacia el cielo se abrazan y besan “en forma ambigua”.
“Este tipo de escenas podrían haberse inspirado en las visitas a los baños romanos” agregó Lazzarini.
Antonio Paolucci, director de Museos del Vaticano, aclaró que la teoría de Lazzarini no era motivo de vergüenza para la Santa Sede.
“Es perfectamente posible y no cambia nada ” dijo Paolucci. “Miguel Angel estudió la forma humana en todos lados, incluidos los hospitales. Y esa pasión por el cuerpo humano , masculino en especial, se mantiene intacta. Si hubo alguna vez alguna vergüenza por ello fue en su época, no ahora”.
Luego de su concreción, quienes se oponían dentro del Vaticano a la preponderancia de hombres desnudos en la pintura estuvieron a punto de destruirla . Los genitales expuestos fueron cubiertos por el artista Daniele da Volterra, bautizado como “el pintor de calzones”.
“El maestro de ceremonias del Papa, en su momento, dijo que la pintura era una obra que sólo podía exhibirse en baños públicos y posadas y fue muy específico en su comentario” concluyó Lazzarini.
Traducción: Silvia S. Simonetti
La calle estaba muy dura--Teatro Abierto
25 AñOS > EL SIMBOLO DEL ARRIBO DE LA DEMOCRACIA SIGUE SIENDO TEATRO ABIERTO
En la democracia el teatro ya no tenía enfrente al gran enemigo de la censura. Pensaron que perdería fuerza pero, en los ’90, la recuperación de la historia encarnó en muchas obras. La Ley Nacional del Teatro fue un triunfo de la democracia.
Por Hilda Cabrera
“A ver, che, si las anotan en la agenda, que la calle está dura.” Ese era el saludo –vía tarjeta del Día del Periodista– enviado en los ’90 por el director de un teatro nacional, dramaturgo y latinoamericanista que conoció el exilio. Entonces la calle estaba dura para una actividad que necesita imperiosamente del público. Se vivía en democracia y el pulso era de la calle. Ganarla después de la apertura democrática significaba dejar atrás los miedos y poner alas al deseo de libertad enraizado desde antes en la escena y expresado en obras metafóricas, poderosas y poéticas. El símbolo de ese tiempo anterior fue y sigue siendo Teatro Abierto 1981, ciclo que ganó calle y sala por el empuje de sus integrantes, la calidad de los trabajos y el fervor del público. A esa propuesta siguieron otras, y más obras para revisar el pasado (incluida la guerra de Malvinas) y transparentar un ideario esperanzado en el que se agolpaban preguntas.
¿Qué hacer? Lo de siempre: animar al público con trabajos nacidos de las ganas de expresarse y sin escatimar estilos. Renacieron grupos y se conformaron otros, de sala y calle, barriales, comunitarios. Algunos subsisten y son invitados a festivales internacionales. Todo esto en Buenos Aires y ciudades de provincia con tradición teatral, cuyos elencos sufrieron persecución. Claro que aquellos entusiasmos no fueron parejos ni la experiencia igual para los más jóvenes: pasaron años antes de que los estudiantes de teatro, salvo excepciones, adquirieran conciencia cívica. ¿Consecuencia de la eliminación de materias y la cesantía de profesores? Es probable que el desconocimiento, sumado al paso del tiempo y el gusto por otras formas de expresión, profundizara el rechazo hacia el teatro elaborado en años anteriores. Resultaba viejo para las nuevas generaciones de autores y para los directores-puestistas fascinados por la reinvención de la dramaturgia y el “teatro de imagen”. Fue así que algunos autores lastimados por el desdén se preguntaron si la palabra había perdido peso y la gente de teatro rehuía el compromiso. Se dijo incluso que sin el enemigo omnipresente (la censura) el teatro no tenía contra quién luchar.
Ese discurso acabó cuando divisaron otros enemigos vestidos de demócratas y cuando la nueva dramaturgia (que contó con agrupamientos e individualidades valiosos) abrió camino en la década del ’90, calificada de frívola, no tanto por las zonceras vertidas en espectáculos olvidables sino por el jolgorio encarnado en políticos, funcionarios y ciudadanos cómplices. Aun en ese contexto era posible generar anticuerpos y optar por comprometerse con la coyuntura sociopolítica o apresar otros aspectos de una democracia que era y sigue siendo tumultuosa e imperfecta. El antídoto es el básico en todo tiempo y lugar: defender la independencia del propio trabajo desde el aquí y ahora.
No existen paraísos en la democracia, tampoco garantía de justicia, pero estas falencias no impiden atravesar las distintas coyunturas con humor. De ahí la variedad de monólogos y sketches que desde la apertura subrayan las ruindades y torpezas de políticos y funcionarios encumbrados pero también las de los ciudadanos del llano. El humor y la pasión por la escena originaron bandas y grupos que mixturaron con gracia elementos del nuevo varieté y el clown, la comedia y el sainete, la música y la danza. Metidos en temas cómicos o serios, jugando con el lenguaje y el movimiento, sorprendieron a un público que les fue fiel.
Zarandeados por las reiteradas crisis económicas y las políticas culturales adversas, los teatristas supieron organizarse y vencer la indiferencia de los que estaban al frente de las instituciones. Esa batalla la dieron los independientes, imbatibles cuando decidían tomar por asalto el Congreso ante la sorpresa de empleados y políticos que, inspirados a la vista de tantas figuras prestigiosas allí reunidas, creían llegado el momento de mostrar ductilidad artística y recitar un soneto clásico. Arte mayor, sin duda. Fue así que entre idas y vueltas se logró en 1997 (después de cuarenta años de indiferencia ante los reclamos) la Ley Nacional de Teatro, y a partir de su sanción la creación del Instituto Nacional del Teatro que, con sus más y sus menos, produjo un importante cambio a nivel país, así como años más tarde Proteatro en el ámbito de la Ciudad Capital. Resucitadas las Fiestas Nacionales, se puso en marcha el primer Festival Internacional de Buenos Aires, discutido en materia de organización e invitados. La pionera en muestras internacionales fue la ciudad de Córdoba, que organizó con éxito su Festival Iberoamericano en 1984.
Con o sin apoyo la actividad teatral se expandió a los barrios, desarrollándose en espacios abandonados, como galpones y fábricas, o en el living de alguna casa. Antes no pudo frenarse el cierre y la demolición de teatros. En el período 1983 a 1991 cayeron alrededor de veinte, desde el modesto Parakultural hasta el histórico Odeón, de Corrientes y Esmeralda, visitado por celebridades del mundo. Inaugurado en 1891 y demolido en enero de 1991, pasó a ser playa de estacionamiento a pesar de haber ostentado la calificación de Monumento Histórico. Resolución que en 1987 firmó el entonces ministro de Educación Jorge Sábato.
En 2001, otro año de debâcle, la autogestión permitió reconstruir la geografía teatral de Buenos Aires. Los artistas multiplicaron roles: de modo que un autor era a la vez actor y director de su obra e incluso encargado o dueño de sala. Esto permitió la coexistencia de estéticas sin fricciones, y al público el acceso a obras de formato tradicional y de ruptura sin inútiles enojos de parte de los creadores. La tendencia a “pensar el teatro” fue en aumento. Se organizaron foros y encuentros para teorizar, y se alentaron cruzamientos y muestras con espectáculos que recuperaban con sentido político (no partidario) asuntos caros a la historia argentina, como la memoria, la identidad y el exilio. Algunos irritados han desvalorizado tales expresiones tildándolas de piezas para un catálogo de mártires. Otros, por el contrario, advierten que con estas puestas se ha ido recuperando una aspiración que desapareció con el golpe del 24 de marzo del ’76: tender un puente con los sectores vulnerados de la sociedad (a los que se acercó también aquel dramaturgo preocupado porque la calle estaba dura) para canalizar inquietudes desde el teatro.
Lo valioso de la escena del presente es la diversidad de estéticas y obras, sean éstas elaboradas o inconexas, artificiosas o pegadas a ciertas realidades, como aquellos trabajos que señalan actos impunes y humillaciones cotidianas que no son ya las de una dictadura sino las de una democracia sin justicia social. Un estado de cosas en el que se advierte el gusto por sondear secretos, derribar mitos y generar corrientes de sensibilidad que no pasen por el tamiz de los formadores de opinión adoradores del consenso, al que por variadas razones se confunde con libertad o pensamiento crítico.
Nota de Don Vitto Giovanni: Marcando un principio meramente ilustrativo que fueron los antiguos griegos llegando al hoy, el teatro ha sido una de las manifestaciones del hombre buscando libre manifiestos, individuales, colectivas y libertad de expresion
En la democracia el teatro ya no tenía enfrente al gran enemigo de la censura. Pensaron que perdería fuerza pero, en los ’90, la recuperación de la historia encarnó en muchas obras. La Ley Nacional del Teatro fue un triunfo de la democracia.
Por Hilda Cabrera
“A ver, che, si las anotan en la agenda, que la calle está dura.” Ese era el saludo –vía tarjeta del Día del Periodista– enviado en los ’90 por el director de un teatro nacional, dramaturgo y latinoamericanista que conoció el exilio. Entonces la calle estaba dura para una actividad que necesita imperiosamente del público. Se vivía en democracia y el pulso era de la calle. Ganarla después de la apertura democrática significaba dejar atrás los miedos y poner alas al deseo de libertad enraizado desde antes en la escena y expresado en obras metafóricas, poderosas y poéticas. El símbolo de ese tiempo anterior fue y sigue siendo Teatro Abierto 1981, ciclo que ganó calle y sala por el empuje de sus integrantes, la calidad de los trabajos y el fervor del público. A esa propuesta siguieron otras, y más obras para revisar el pasado (incluida la guerra de Malvinas) y transparentar un ideario esperanzado en el que se agolpaban preguntas.
¿Qué hacer? Lo de siempre: animar al público con trabajos nacidos de las ganas de expresarse y sin escatimar estilos. Renacieron grupos y se conformaron otros, de sala y calle, barriales, comunitarios. Algunos subsisten y son invitados a festivales internacionales. Todo esto en Buenos Aires y ciudades de provincia con tradición teatral, cuyos elencos sufrieron persecución. Claro que aquellos entusiasmos no fueron parejos ni la experiencia igual para los más jóvenes: pasaron años antes de que los estudiantes de teatro, salvo excepciones, adquirieran conciencia cívica. ¿Consecuencia de la eliminación de materias y la cesantía de profesores? Es probable que el desconocimiento, sumado al paso del tiempo y el gusto por otras formas de expresión, profundizara el rechazo hacia el teatro elaborado en años anteriores. Resultaba viejo para las nuevas generaciones de autores y para los directores-puestistas fascinados por la reinvención de la dramaturgia y el “teatro de imagen”. Fue así que algunos autores lastimados por el desdén se preguntaron si la palabra había perdido peso y la gente de teatro rehuía el compromiso. Se dijo incluso que sin el enemigo omnipresente (la censura) el teatro no tenía contra quién luchar.
Ese discurso acabó cuando divisaron otros enemigos vestidos de demócratas y cuando la nueva dramaturgia (que contó con agrupamientos e individualidades valiosos) abrió camino en la década del ’90, calificada de frívola, no tanto por las zonceras vertidas en espectáculos olvidables sino por el jolgorio encarnado en políticos, funcionarios y ciudadanos cómplices. Aun en ese contexto era posible generar anticuerpos y optar por comprometerse con la coyuntura sociopolítica o apresar otros aspectos de una democracia que era y sigue siendo tumultuosa e imperfecta. El antídoto es el básico en todo tiempo y lugar: defender la independencia del propio trabajo desde el aquí y ahora.
No existen paraísos en la democracia, tampoco garantía de justicia, pero estas falencias no impiden atravesar las distintas coyunturas con humor. De ahí la variedad de monólogos y sketches que desde la apertura subrayan las ruindades y torpezas de políticos y funcionarios encumbrados pero también las de los ciudadanos del llano. El humor y la pasión por la escena originaron bandas y grupos que mixturaron con gracia elementos del nuevo varieté y el clown, la comedia y el sainete, la música y la danza. Metidos en temas cómicos o serios, jugando con el lenguaje y el movimiento, sorprendieron a un público que les fue fiel.
Zarandeados por las reiteradas crisis económicas y las políticas culturales adversas, los teatristas supieron organizarse y vencer la indiferencia de los que estaban al frente de las instituciones. Esa batalla la dieron los independientes, imbatibles cuando decidían tomar por asalto el Congreso ante la sorpresa de empleados y políticos que, inspirados a la vista de tantas figuras prestigiosas allí reunidas, creían llegado el momento de mostrar ductilidad artística y recitar un soneto clásico. Arte mayor, sin duda. Fue así que entre idas y vueltas se logró en 1997 (después de cuarenta años de indiferencia ante los reclamos) la Ley Nacional de Teatro, y a partir de su sanción la creación del Instituto Nacional del Teatro que, con sus más y sus menos, produjo un importante cambio a nivel país, así como años más tarde Proteatro en el ámbito de la Ciudad Capital. Resucitadas las Fiestas Nacionales, se puso en marcha el primer Festival Internacional de Buenos Aires, discutido en materia de organización e invitados. La pionera en muestras internacionales fue la ciudad de Córdoba, que organizó con éxito su Festival Iberoamericano en 1984.
Con o sin apoyo la actividad teatral se expandió a los barrios, desarrollándose en espacios abandonados, como galpones y fábricas, o en el living de alguna casa. Antes no pudo frenarse el cierre y la demolición de teatros. En el período 1983 a 1991 cayeron alrededor de veinte, desde el modesto Parakultural hasta el histórico Odeón, de Corrientes y Esmeralda, visitado por celebridades del mundo. Inaugurado en 1891 y demolido en enero de 1991, pasó a ser playa de estacionamiento a pesar de haber ostentado la calificación de Monumento Histórico. Resolución que en 1987 firmó el entonces ministro de Educación Jorge Sábato.
En 2001, otro año de debâcle, la autogestión permitió reconstruir la geografía teatral de Buenos Aires. Los artistas multiplicaron roles: de modo que un autor era a la vez actor y director de su obra e incluso encargado o dueño de sala. Esto permitió la coexistencia de estéticas sin fricciones, y al público el acceso a obras de formato tradicional y de ruptura sin inútiles enojos de parte de los creadores. La tendencia a “pensar el teatro” fue en aumento. Se organizaron foros y encuentros para teorizar, y se alentaron cruzamientos y muestras con espectáculos que recuperaban con sentido político (no partidario) asuntos caros a la historia argentina, como la memoria, la identidad y el exilio. Algunos irritados han desvalorizado tales expresiones tildándolas de piezas para un catálogo de mártires. Otros, por el contrario, advierten que con estas puestas se ha ido recuperando una aspiración que desapareció con el golpe del 24 de marzo del ’76: tender un puente con los sectores vulnerados de la sociedad (a los que se acercó también aquel dramaturgo preocupado porque la calle estaba dura) para canalizar inquietudes desde el teatro.
Lo valioso de la escena del presente es la diversidad de estéticas y obras, sean éstas elaboradas o inconexas, artificiosas o pegadas a ciertas realidades, como aquellos trabajos que señalan actos impunes y humillaciones cotidianas que no son ya las de una dictadura sino las de una democracia sin justicia social. Un estado de cosas en el que se advierte el gusto por sondear secretos, derribar mitos y generar corrientes de sensibilidad que no pasen por el tamiz de los formadores de opinión adoradores del consenso, al que por variadas razones se confunde con libertad o pensamiento crítico.
Nota de Don Vitto Giovanni: Marcando un principio meramente ilustrativo que fueron los antiguos griegos llegando al hoy, el teatro ha sido una de las manifestaciones del hombre buscando libre manifiestos, individuales, colectivas y libertad de expresion
El preciado fruto de los islotes pancreáticos-Diabetes e Insulina
Por Jorge Forno-Pagina 12 - Futuro
Hablar de diabetes –más concretamente de diabetes mellitus, nombre oficial que la diferencia de otra patología no relacionada, la diabetes insípida– es hablar en realidad de un grupo de enfermedades caracterizadas por niveles altos de glucosa en la sangre. La protagonista central de esta historia es una hormona normalmente fabricada en el organismo, pero que en los diabéticos presenta defectos en su calidad y/o cantidad. La hormona en cuestión es la insulina, producida por un tipo de célula del páncreas llamadas células beta. La diabetes es un problema médico que está en franco avance: afecta a casi un 7 por ciento de la población mundial y se la considera una epidemia global. Tanto es así que desde 1991 la Organización Mundial de la Salud le otorgó un día propio: cada 14 de noviembre se celebra el Día Mundial de la Diabetes, en coincidencia con la fecha de nacimiento de uno de los descubridores de la insulina, Frederick Banting.
La conmemoración se fundamenta en un hecho innegable: el descubrimiento dio lugar a una verdadera revolución en las prácticas médicas. Como la diabetes es una enfermedad crónica para la que no existe cura, los tratamientos médicos buscan controlar los niveles de glucosa en sangre del paciente basándose en la dieta, el ejercicio físico y la utilización de fármacos. La glucosa que circula en la sangre es como el combustible para que funcionen todas las células del organismo, y la insulina es la responsable de que la glucosa entre en casi todas las células para poder ser utilizada. Si la insulina falta o es de mala calidad y los fármacos por vía oral son insuficientes para el control de la diabetes, se recurre a la administración de inyecciones de insulina. Pero la disponibilidad de este recurso formidable para la supervivencia y la calidad de vida de las personas con diabetes forma parte de un capítulo relativamente reciente en la larga historia de la enfermedad.
AMO ESTAS ISLAS
Durante el siglo XIX, los avances en la construcción y uso de los microscopios permitieron un conocimiento anatómico más preciso sobre las estructuras de los tejidos y abrieron paso a nuevas perspectivas de investigación. Se suponía que los trastornos a nivel celular podían causar fallas en el funcionamiento de órganos y glándulas y con ello provocar muchas de las enfermedades que hasta entonces no podían ser explicadas por el conocimiento médico de la época. Entre ellas la diabetes, una vieja conocida de la humanidad.
En 1869, el alemán Paul Langerhans experimentaba con técnicas de coloración de tejidos, ensayos que en esos años se habían vuelto muy populares –en el ámbito científico, claro– gracias a la cada vez más amplia disponibilidad de colorantes suministrados por la creciente industria química germana. El asunto es que Langerhans diferenció mediante tinciones de tejidos un tipo de células pancreáticas con forma de islotes. La particular morfología de las células llamó su atención, pero, enfrascado en las tinciones, no estaba en sus planes ir más allá de lo descriptivo, por lo que no buscó atribuir a los islotes función alguna. Recién en 1893, casi un cuarto de siglo después, el histólogo francés Gustave Laguesse tomó posesión de los islotes en nombre de su descubridor, que por entonces ya había fallecido. Bautizó a estas células como islotes de Langerhans, y les atribuyó una función secretoria que algunos científicos buscarían develar empeñosamente en los años siguientes.
VIDA DE PERROS
Desde 1889 se sabía que el páncreas jugaba un papel central en la regulación de la glucemia. En ese año Oscar Minkowski y Josef von Mering habían probado los efectos de extirpar el páncreas en sufridos perros de laboratorio en pos de confirmar hipótesis acerca del papel de este órgano en la digestión de grasas. Sorpresivamente y en plena recuperación de la cirugía, los sufridos canes olvidaron las reglas de etiqueta que regían en los pulcros laboratorios y comenzaron a orinar frenéticamente sin importar el lugar en que lo hacían. Los perros ganaron el dudoso honor de ser los primeros en sufrir diabetes experimental, sospechada por la presencia de la poliuria –orinar mucho y frecuentemente es uno de los síntomas típicos de la enfermedad– y comprobada por la presencia de glucosa y cuerpos cetónicos en orina, marcadores bioquímicos de la diabetes descompensada. El canino sacrificio sirvió para que los científicos postularan que el páncreas, además de participar activamente en la digestión de las grasas por medio de enzimas digestivas, tenía una función en la regulación de la glucemia.
Algunos años después, el patólogo Eugene Opie encontró que los islotes de Langerhans de los diabéticos presentaban alteraciones en su estructura que podían ser relacionadas con la diabetes. Las puertas se abrieron para la búsqueda experimental de la regulación de la glucemia a partir de la aplicación de extractos pancreáticos. Venían tiempos de pasión hormonal, o más bien de pasión por descubrir hormonas, sustancias que, secretadas por alguna de las glándulas del organismo, actúan como verdaderos mensajeros químicos sobre otros órganos, según las definió en 1905 Ernest Starling, un fisiólogo inglés.
LA IMPORTANCIA DE LLAMARSE INSULINA
Como los hijos muy deseados de padres obsesivamente previsores, el preciado extracto antidiabético producido por los islotes pancreáticos tenía elegido su nombre antes de ser aislado. El nombre de insulina ha sido históricamente atribuido al fisiólogo inglés Sharpey Shafer, aunque actualmente se discute si en realidad el que lo utilizó primero fue el fisiólogo belga Jean de Meyer. Sea como sea, para 1910 la insulina ya había sido bautizada, aunque para aislarla se requerirían muchos años y esfuerzos en una historia no exenta de controversias.
A fines de la segunda década del siglo XX, las revista médicas reflejaban los intentos que –aunque todavía fallidos– los científicos realizaban para aislar la esquiva insulina. La lectura de estas publicaciones y el drama de la muerte de un niño vecino por diabetes parecen haber impulsado a Frederick Grant Banting, un médico canadiense graduado en medicina ortopédica, a trabajar para lograr el control de la diabetes. Para ello obtuvo el apoyo de John James Richard MacLeod, catedrático de Fisiología de la Universidad de Toronto, que le facilitó un espacio en su laboratorio. Un apoyo que luego le reportaría a MacLeod el nada despreciable reconocimiento de la Fundación Nobel.
En noviembre de 1920, Banting incorporó como ayudante al estudiante Charles Best y juntos realizaron experimentos de transplante con extractos de páncreas enteros en otra camada de desdichados perros de laboratorio. En este punto se sumó el aporte del bioquímico James Collip, quien aplicó técnicas para extraer de los islotes una solución que resultó efectiva para disminuir los niveles de glucemia en perros diabéticos. Se había obtenido la tan buscada insulina. Pronto le llegaría el turno a la primera prueba en un humano. Leonard Thompson, de 14 años, había ingresado al Hospital General de Toronto con una glucemia elevadísima y camino a una muerte hasta entonces inevitable. Banting le inyectó insulina, obteniendo en principio un absoluto fracaso: un absceso en el lugar de la inyección que solo consiguió agravar el estado del paciente. Un segundo y más afortunado intento logró normalizar la glucemia, abriendo una nueva era en el tratamiento de la diabetes. Banting, MacLeod y Best presentaron sus trabajos en la Asociación Americana de Fisiología el 30 de diciembre de 1921 y su labor, en principio evaluada con escepticismo, finalmente fue reconocida por la comunidad científica.
Los laboratorios comerciales se interesaron rápidamente por el hallazgo y uno de ellos, Elli Lily, se encargó de perfeccionar los métodos de purificación y, de paso, comercializar la preciada insulina, un producto de demanda asegurada que para 1923 estaba disponible en varios países, incluyendo la Argentina.
NO SE OLVIDEN DE PAULESCU
Un personaje frecuentemente olvidado en la historia de la insulina es el fisiólogo rumano Nicolae Paulescu. Este profesor de la Universidad de Medicina de Bucarest comenzó sus experimentos con extractos pancreáticos en 1916, mientras Rumania se sumergía en el polvorín de la Primera Guerra Mundial. Sus investigaciones siguieron adelante, aunque demoradas por los vaivenes políticos que afectaron a Rumania durante la guerra y la convulsionada posguerra. En 1921 Paulescu dijo haber aislado una sustancia, a la que bautizó pancreína –ni más ni menos que la hormona hoy conocida como insulina–. Sin embargo, este descubrimiento está inmerso en una controversia. Paulescu no fue reconocido como un descubridor hecho y derecho, sino que su trabajo –tal como fue citado por Banting– se consideró solo un antecedente fallido del hallazgo. Años más tarde, Banting explicó el error como un problema de interpretación, producto de la falta de destreza para comprender el francés, idioma en que el rumano había comunicado su hallazgo. Quizá Paulescu, desde su lejana y misteriosa Rumania, no tuvo la suerte de investigar y publicar sus trabajos en ámbitos reconocidos por la élite científica de la época. Así, los reconocimientos fueron para Banting y MacLeod, que en 1923 recibieron el Premio Nobel. Best no fue premiado, lo que provocó la ira de Banting. Collip también quedó afuera del galardón, pero luego los ganadores, a modo de reparación, compartieron con ellos honores y dinero.
DESARROLLAR UNA, DOS TRES, MUCHAS INSULINAS
A lo largo del siglo XX, se perfeccionaron las técnicas de producción de insulina de manera sorprendente. Durante años la hormona utilizada en humanos provenía de páncreas de bovinos y ovinos. En los años ’70 se refinaron técnicas de purificación que evitaban en parte las reacciones inmunes cuando se administraba a los seres humanos. Luego se pasó a la producción de insulina similar a la humana, echando mano a técnicas de ingeniería genética. Se generaron insulinas de acción variopinta: rápidas, semirrápidas o lentas, para un control más preciso de la enfermedad. Hasta hoy, la forma de administración sigue siendo inyectable, pero modernos lápices aplicadores dotados de diminutas y casi imperceptibles agujas reemplazaron a las tradicionales y temidas jeringas. El tiempo dirá cómo sigue esta historia breve y prolífica que, como el sentido simbólico que adquirió su fecha de nacimiento, seguramente Banting nunca imaginó.
Hablar de diabetes –más concretamente de diabetes mellitus, nombre oficial que la diferencia de otra patología no relacionada, la diabetes insípida– es hablar en realidad de un grupo de enfermedades caracterizadas por niveles altos de glucosa en la sangre. La protagonista central de esta historia es una hormona normalmente fabricada en el organismo, pero que en los diabéticos presenta defectos en su calidad y/o cantidad. La hormona en cuestión es la insulina, producida por un tipo de célula del páncreas llamadas células beta. La diabetes es un problema médico que está en franco avance: afecta a casi un 7 por ciento de la población mundial y se la considera una epidemia global. Tanto es así que desde 1991 la Organización Mundial de la Salud le otorgó un día propio: cada 14 de noviembre se celebra el Día Mundial de la Diabetes, en coincidencia con la fecha de nacimiento de uno de los descubridores de la insulina, Frederick Banting.
La conmemoración se fundamenta en un hecho innegable: el descubrimiento dio lugar a una verdadera revolución en las prácticas médicas. Como la diabetes es una enfermedad crónica para la que no existe cura, los tratamientos médicos buscan controlar los niveles de glucosa en sangre del paciente basándose en la dieta, el ejercicio físico y la utilización de fármacos. La glucosa que circula en la sangre es como el combustible para que funcionen todas las células del organismo, y la insulina es la responsable de que la glucosa entre en casi todas las células para poder ser utilizada. Si la insulina falta o es de mala calidad y los fármacos por vía oral son insuficientes para el control de la diabetes, se recurre a la administración de inyecciones de insulina. Pero la disponibilidad de este recurso formidable para la supervivencia y la calidad de vida de las personas con diabetes forma parte de un capítulo relativamente reciente en la larga historia de la enfermedad.
AMO ESTAS ISLAS
Durante el siglo XIX, los avances en la construcción y uso de los microscopios permitieron un conocimiento anatómico más preciso sobre las estructuras de los tejidos y abrieron paso a nuevas perspectivas de investigación. Se suponía que los trastornos a nivel celular podían causar fallas en el funcionamiento de órganos y glándulas y con ello provocar muchas de las enfermedades que hasta entonces no podían ser explicadas por el conocimiento médico de la época. Entre ellas la diabetes, una vieja conocida de la humanidad.
En 1869, el alemán Paul Langerhans experimentaba con técnicas de coloración de tejidos, ensayos que en esos años se habían vuelto muy populares –en el ámbito científico, claro– gracias a la cada vez más amplia disponibilidad de colorantes suministrados por la creciente industria química germana. El asunto es que Langerhans diferenció mediante tinciones de tejidos un tipo de células pancreáticas con forma de islotes. La particular morfología de las células llamó su atención, pero, enfrascado en las tinciones, no estaba en sus planes ir más allá de lo descriptivo, por lo que no buscó atribuir a los islotes función alguna. Recién en 1893, casi un cuarto de siglo después, el histólogo francés Gustave Laguesse tomó posesión de los islotes en nombre de su descubridor, que por entonces ya había fallecido. Bautizó a estas células como islotes de Langerhans, y les atribuyó una función secretoria que algunos científicos buscarían develar empeñosamente en los años siguientes.
VIDA DE PERROS
Desde 1889 se sabía que el páncreas jugaba un papel central en la regulación de la glucemia. En ese año Oscar Minkowski y Josef von Mering habían probado los efectos de extirpar el páncreas en sufridos perros de laboratorio en pos de confirmar hipótesis acerca del papel de este órgano en la digestión de grasas. Sorpresivamente y en plena recuperación de la cirugía, los sufridos canes olvidaron las reglas de etiqueta que regían en los pulcros laboratorios y comenzaron a orinar frenéticamente sin importar el lugar en que lo hacían. Los perros ganaron el dudoso honor de ser los primeros en sufrir diabetes experimental, sospechada por la presencia de la poliuria –orinar mucho y frecuentemente es uno de los síntomas típicos de la enfermedad– y comprobada por la presencia de glucosa y cuerpos cetónicos en orina, marcadores bioquímicos de la diabetes descompensada. El canino sacrificio sirvió para que los científicos postularan que el páncreas, además de participar activamente en la digestión de las grasas por medio de enzimas digestivas, tenía una función en la regulación de la glucemia.
Algunos años después, el patólogo Eugene Opie encontró que los islotes de Langerhans de los diabéticos presentaban alteraciones en su estructura que podían ser relacionadas con la diabetes. Las puertas se abrieron para la búsqueda experimental de la regulación de la glucemia a partir de la aplicación de extractos pancreáticos. Venían tiempos de pasión hormonal, o más bien de pasión por descubrir hormonas, sustancias que, secretadas por alguna de las glándulas del organismo, actúan como verdaderos mensajeros químicos sobre otros órganos, según las definió en 1905 Ernest Starling, un fisiólogo inglés.
LA IMPORTANCIA DE LLAMARSE INSULINA
Como los hijos muy deseados de padres obsesivamente previsores, el preciado extracto antidiabético producido por los islotes pancreáticos tenía elegido su nombre antes de ser aislado. El nombre de insulina ha sido históricamente atribuido al fisiólogo inglés Sharpey Shafer, aunque actualmente se discute si en realidad el que lo utilizó primero fue el fisiólogo belga Jean de Meyer. Sea como sea, para 1910 la insulina ya había sido bautizada, aunque para aislarla se requerirían muchos años y esfuerzos en una historia no exenta de controversias.
A fines de la segunda década del siglo XX, las revista médicas reflejaban los intentos que –aunque todavía fallidos– los científicos realizaban para aislar la esquiva insulina. La lectura de estas publicaciones y el drama de la muerte de un niño vecino por diabetes parecen haber impulsado a Frederick Grant Banting, un médico canadiense graduado en medicina ortopédica, a trabajar para lograr el control de la diabetes. Para ello obtuvo el apoyo de John James Richard MacLeod, catedrático de Fisiología de la Universidad de Toronto, que le facilitó un espacio en su laboratorio. Un apoyo que luego le reportaría a MacLeod el nada despreciable reconocimiento de la Fundación Nobel.
En noviembre de 1920, Banting incorporó como ayudante al estudiante Charles Best y juntos realizaron experimentos de transplante con extractos de páncreas enteros en otra camada de desdichados perros de laboratorio. En este punto se sumó el aporte del bioquímico James Collip, quien aplicó técnicas para extraer de los islotes una solución que resultó efectiva para disminuir los niveles de glucemia en perros diabéticos. Se había obtenido la tan buscada insulina. Pronto le llegaría el turno a la primera prueba en un humano. Leonard Thompson, de 14 años, había ingresado al Hospital General de Toronto con una glucemia elevadísima y camino a una muerte hasta entonces inevitable. Banting le inyectó insulina, obteniendo en principio un absoluto fracaso: un absceso en el lugar de la inyección que solo consiguió agravar el estado del paciente. Un segundo y más afortunado intento logró normalizar la glucemia, abriendo una nueva era en el tratamiento de la diabetes. Banting, MacLeod y Best presentaron sus trabajos en la Asociación Americana de Fisiología el 30 de diciembre de 1921 y su labor, en principio evaluada con escepticismo, finalmente fue reconocida por la comunidad científica.
Los laboratorios comerciales se interesaron rápidamente por el hallazgo y uno de ellos, Elli Lily, se encargó de perfeccionar los métodos de purificación y, de paso, comercializar la preciada insulina, un producto de demanda asegurada que para 1923 estaba disponible en varios países, incluyendo la Argentina.
NO SE OLVIDEN DE PAULESCU
Un personaje frecuentemente olvidado en la historia de la insulina es el fisiólogo rumano Nicolae Paulescu. Este profesor de la Universidad de Medicina de Bucarest comenzó sus experimentos con extractos pancreáticos en 1916, mientras Rumania se sumergía en el polvorín de la Primera Guerra Mundial. Sus investigaciones siguieron adelante, aunque demoradas por los vaivenes políticos que afectaron a Rumania durante la guerra y la convulsionada posguerra. En 1921 Paulescu dijo haber aislado una sustancia, a la que bautizó pancreína –ni más ni menos que la hormona hoy conocida como insulina–. Sin embargo, este descubrimiento está inmerso en una controversia. Paulescu no fue reconocido como un descubridor hecho y derecho, sino que su trabajo –tal como fue citado por Banting– se consideró solo un antecedente fallido del hallazgo. Años más tarde, Banting explicó el error como un problema de interpretación, producto de la falta de destreza para comprender el francés, idioma en que el rumano había comunicado su hallazgo. Quizá Paulescu, desde su lejana y misteriosa Rumania, no tuvo la suerte de investigar y publicar sus trabajos en ámbitos reconocidos por la élite científica de la época. Así, los reconocimientos fueron para Banting y MacLeod, que en 1923 recibieron el Premio Nobel. Best no fue premiado, lo que provocó la ira de Banting. Collip también quedó afuera del galardón, pero luego los ganadores, a modo de reparación, compartieron con ellos honores y dinero.
DESARROLLAR UNA, DOS TRES, MUCHAS INSULINAS
A lo largo del siglo XX, se perfeccionaron las técnicas de producción de insulina de manera sorprendente. Durante años la hormona utilizada en humanos provenía de páncreas de bovinos y ovinos. En los años ’70 se refinaron técnicas de purificación que evitaban en parte las reacciones inmunes cuando se administraba a los seres humanos. Luego se pasó a la producción de insulina similar a la humana, echando mano a técnicas de ingeniería genética. Se generaron insulinas de acción variopinta: rápidas, semirrápidas o lentas, para un control más preciso de la enfermedad. Hasta hoy, la forma de administración sigue siendo inyectable, pero modernos lápices aplicadores dotados de diminutas y casi imperceptibles agujas reemplazaron a las tradicionales y temidas jeringas. El tiempo dirá cómo sigue esta historia breve y prolífica que, como el sentido simbólico que adquirió su fecha de nacimiento, seguramente Banting nunca imaginó.
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