DON VITTO GIOVANNI

DON VITTO GIOVANNI

sábado, 19 de noviembre de 2011

LITERATURA : Deseos, placeres, pulsiones y caprichos

DON VITTO  GIOVANNI


PRESENTA


Literatura

Deseos, placeres, pulsiones y caprichos

En todas las épocas hubo normas que se consideraron absolutas y eternas para quedar en desuso pocos años después. Recorrer la comida y la bebida en la literatura –del Quijote a los “Comentarios reales”– permite relativizar las cotizaciones del complejo sistema de valores y de símbolos que se ponen en juego al comer y beber.


POR Daniel Molina



CAESAR VAN EVERDINGEN, BACCHUS WITH NYMPHUS OFFERING (1660). En el libro ''Los frutos del apetito'', Ediciones En Danza.

 CAESAR VAN EVERDINGEN, BACCHUS WITH NYMPHUS OFFERING (1660). En el libro ''Los frutos del apetito'', Ediciones En Danza.


Artescocina y vinos      


Por suerte existe la imaginación gastronómica. Frente a las poco variadas variaciones del erotismo, la comida ofrece todo un universo de posibilidades. En el mundo de las palabras, el sexo apenas si permite algunos desbordes por el costado inexplorado de la ternura, mientras que el delirio culinario casi no tiene límites. Si en la literatura todo fuese sexo sin comida, moriríamos de aburrimiento. En ese aspecto, la comida nunca defrauda: siempre hay un plato nuevo que es posible inventar. El sexo se lleva bien con la imagen: de ahí que en nuestra era web, la pornografía sea ubicua. Las palabras maridan mejor con la comida. Si no me creen lean el menú de un restaurante de moda: las descripciones de los platos pueden llegar a ser un placer culinario extra.


Las relaciones entre literatura y comida son tan antiguas como la civilización; y tan complejas como sólo pueden ser dos de las principales actividades humanas: alimentarse y tratar de inventarle un sentido al absurdo de haber nacido. Desde que los poblaciones neolíticas pudieron tener graneros, acumular reservas y garantizarse una existencia sin la amenaza constante del hambre, la comida se hizo más sofisticada y el discurso sobre lo que se come inundó los muros, los papiros y las tablillas en las se inscribieron las primeras historias. Lo que hoy nos resulta difícil de saber es qué sabor tenían las comidas que preparaban los antiguos egipcios, griegos, etruscos, fenicios o romanos, por no hablar de los chinos o de los mayas.


En los textos que se conservan se habla de distintos productos y bebidas, que creemos identificar; por ejemplo, del vino. Pero cuando los griegos o romanos hablan de sus vinos no sabemos a qué uvas y a qué preparaciones se refieren, salvo en muy contados casos. Tampoco sabemos (con excepción de las pocas veces en que son muy explícitos) cómo tomaban ese vino. A veces diluían el vino con agua de arroyo, pero otras lo hacían con agua de mar: lo cual lo salaba. Muchas veces se lo mezclaba con jugos de frutas exprimidas (no era raro que se usaran naranjas) y hasta se lo fermentaba con miel y especias. O directamente se fermentaba la uva junto a otras frutas o, incluso, cereales, creando un brebaje más parecido a un cóctel con base de vino y cerveza que a nuestros vinos actuales.


El gusto culinario ha variado tanto que es imposible reconstruir sabores o conocer de qué se habla cuando se nombra una comida, hoy desconocida, en un texto griego o latino –que son las fuentes literarias más abundantes en cuando a las primitivas relaciones entre cocina y literatura–. En cada época brillaron normas absolutas que la gente de mundo no podía violar sin caer bajo la censura de los entendidos. Pero esas normas “absolutas” son tan caprichosas, que cada época las cambia. Para el gourmet actual, es “indudable” que la bebida que debe acompañar un plato de pescado o mariscos es un vino blanco seco. Pero a fines del siglo XIX (ayer nomás en la historia de la cultura), en el París del joven Marcel Proust era de buen tono beber vino dulce con las ostras.


Lo primero que se ve al recorrer una historia de las relaciones entre los placeres culinarios y la literatura es que el deseo es absurdo, las pulsiones son delirantes y nuestros gustos, meros caprichos. Somos como niños que jamás maduran. En eso tiene razón Colette, tal como se lo puede ver en el diálogo que se preserva en Plegarias atendidas, de Truman Capote. El personaje que funciona como un álter ego del autor cuando era joven realiza una visita a la anciana escritora, ya en el final de su vida. Ella le pregunta, qué es lo que más desea y él responde: “ser adulto”. Colette se ríe porque “ser adulto es imposible; jamás maduramos; el cuerpo se degrada, envejecemos, nos enfermamos y morimos, pero la mente siempre es caprichosamente infantil”. En el mundo culinario, al menos, las palabras de Colette son una regla sin excepciones.


Es sabido que nada es tan nuevo como una vieja tradición. Por si hacía falta confirmarlo se pueden ver las comidas “tradicionales” tal como aparecen en los relatos y en los libros de cocina. La ratatouille, el plato provenzal por excelencia, aún no figuraba en el texto clásico Cuisinière provençale, de Reboul, que data de los últimos años del siglo XIX (ni siquiera denominada niçoise o bohémienne, que es como se lo conoció en París, años más tarde). Según Jean-François Revel, a pesar de que la papa y el tomate, productos americanos, se conocieron en Europa apenas producida la Conquista, su uso masivo recién se produjo después de la Revolución Francesa. Durante 3 siglos apenas si engalanaban la mesa de algunos nobles sibaritas o de los burgueses que se animaban a experimentar nuevos sabores. La carne vacuna era muy poco apreciada en la Europa de comienzos del siglo XVII: recordemos el comienzo del Quijote, en el que Cervantes, para demostrar que su personaje era muy poco pudiente, dice que en su casa hay “una olla de algo más vaca que carnero”. La receta más antigua que se conserva de la paella valenciana dice que la carne que se le incorpora es exclusivamente la de conejo. En otras recetas antiguas se sabe que se le ponía pollo, pato y hasta caracoles de tierra. Es una moda muy reciente la incorporación de mariscos; hasta tal punto que a esa variedad se la llama paella marinera, para diferenciarla de la “verdadera”.


La gastronomía sofisticada sólo puede surgir en épocas y lugares en los que no se pasa hambre. A pesar de que muchos de los sabores y hasta de los productos que se nombran en los textos grecolatinos nos son desconocidos, vemos en los libros de Petronio, Marcial, Platón o Aristófanes que la sociedad a la que pertenecían no se privaba de los placeres de la mesa. En cambio es muy difícil encontrar menciones gastronómicas en los textos de la Edad Media profunda. Incluso en el Renacimiento todavía perdura la memoria del hambre. En El lazarillo de Tormes (y en toda la saga de las novelas de pícaros) cada vez que se habla de comida, da náusea. Para no morir de hambre, el pobre lazarillo hace vomitar al avaro ciego que lo contrata para rescatar del vómito un trozo de fiambre a medio masticar y pocas legumbres sin digerir.


Las dos grandes fuentes de la cocina (la campesina y la imperial) están presentes en todas las tradiciones, en todos los continentes y en todas las etapas históricas: en estas dos bases se apoya la cocina profesional, que es la que hoy ocupa el centro de la vida contemporánea. La cocina campesina se transmite de generación en generación, sin textos, casi sin innovación (o con innovaciones tan sutiles que pasan inadvertidas). Son los platos que conforman el menú cotidiano de las familias. La cocina imperial es sabia, experimental, rica, sofisticada y, por lo general, está escrita: se apoya en tratados y sus grandes momentos quedan inmortalizados en textos literarios. En El banquete de los sabios, de Ateneo (que vivió en el siglo II de nuestra era), se incluye una gran recopilación de citas sobre comida, entre ellas las recetas del sibarita Arquéstrato, que vivió en la época de Pericles. Fue el gran viajero gourmet de su época.


De las dos grandes cocinas imperiales de la América precolombina (la mexicana y la peruana) no se conservaron tratados ni textos de las poblaciones autóctonas. Todo lo que sabemos de la comida americana antes de la llegada de Colón se lo debemos a los cronistas de indias y a los primeros escritores criollos. En los Comentarios reales del Inca Garcilaso de la Vega se habla de las muchas formas de preparar el pescado que tenían los incas. También comenta que la costumbre culinaria más difundida en el Tahuantinsuyu es “ponerle ají a todo”. Un par de veces menciona un plato realizado con pescado crudo, macerado en chicha, en el que algunos historiadores quieren ver un antecedente del ceviche.


La cocina mexicana ha sobrevivido por transmisión oral, lo que presupone que los platos más sofisticados han desaparecido o se han transformado tanto que posiblemente quede muy poco de las recetas originales.


En varios momentos de los cuatro tomos de las Mitológicas, Claude Levi-Strauss hace un pormenorizado repaso por las cocinas (y el protocolo gourmet) de las distintas etnias de América. Lo que salta ante los ojos del sorprendido lector es la enorme diversidad culinaria y los distintos tabúes entrecruzados: para unos pueblos es nauseabundo lo que para otros constituye la cima del placer. La cocina etnográfica demuestra que la boutade de Oscar Wilde es una regla de oro: “No trates a los otros como querrías que te traten a ti; los otros pueden tener gustos diferentes”.


El gran innovador de la cocina sabia es Antonin Carême (1783-1833). Fue abandonado por sus padres a los 10 años. El dueño de una taberna se apiadó del niño y le permitió trabajar como ayudante de cocina. Desde entonces, Carême reinó en el mundo de las cacerolas. Fue el cocinero del zar Alejandro I y del futuro rey de Inglaterra, Jorge IV. Los años finales de su carrera los pasó en la mansión de los Rothschild. En 1829 se retiró, para dedicarse exclusivamente a escribir. Murió mientras corregía una receta de albóndigas que había desarrollado un discípulo. Carême llevó la cocina profesional a su cumbre. Poco se ha agregado desde entonces al reino gastronómico. Algunos de sus excesos de decoración han sido atenuados y ahora se usan algunas cocciones más simples que las que él se permitía en sus platos más complejos. Pero lo esencial permanece. En el último siglo y medio, los herederos de Carême han oscilado entre una fase de cocina complicada y pesada (efecto de amontonamiento con presentaciones decorativas) y otra fase de cocina simple y ligera (cantidades menores, presentaciones sobrias). Ese movimiento se da en paralelo con una tendencia hacia una cocina internacional y luego una tendencia a una cocina regional.


La cocina es la moda de nuestra época. Comer ya no se relaciona (o se relaciona poco) con la nutrición. Es un complejo sistema semiótico, cargado de valores y de símbolos. Desde hace unas décadas, sentarse a la mesa ya no significa alimentarse, sino leer
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Piaceri, unità, desideri e capricci in ogni momento c'erano regole che sono state considerate assoluta ed eterna per rimanere in disuso, pochi anni più tardi. Esplorare il cibo e la bevanda nella letteratura - Don Chisciotte ai commenti"reali" - consentono contributi relativi del complesso sistema di valori e simboli che entrano in gioco per mangiare e bere. DA Daniel Molina











At all times there were rules which were considered absolute and eternal to stay into disuse a few years later. Explore the food and drink in literature - Don Quixote to the "real comments" - allow relative contributions of the complex system of values and symbols that come into play to eat and drink. BY Daniel Molina










Во все времена существуют правила, которые были признаны абсолютным и вечной остаться в употребления спустя несколько лет. Исследовать еда и напитки в литературе - Дон Кихот на «реальный комментарии» - разрешить относительный вклад сложной системы ценностей и символы, которые вступают в игру, есть и пить. ОТ Даниэль Молина










Freuden, Laufwerke, Wünsche und Launen zu allen Zeiten es Regeln wurden die absolute und ein paar Jahre später in Nichtgebrauch bleiben ewig betrachtet wurden. Entdecken Sie das Essen und Trinken in der Literatur - Don Quixote, die "real Kommentare" - ermöglichen relative Beiträge von das komplizierte System der Werte und Symbole, die kommen ins Spiel zu essen und zu trinken. VON Daniel Molina














HISTORIA- FILOSOFIA -Las cosas que el cuerpo no olvida




DON VITTO  GIOVANNI


PRESENTA



HISTORIA- FILOSOFIA - IDEAS -16/11/11



Las cosas que el cuerpo no olvida

Leer, andar en bicicleta y silbar son destrezas que, aprendidas, nos acompañan de por vida. “Pero qué se puede silbar cuando todas las melodías suenan al unísono”, se pregunta el autor en esta reflexión sobre pasado y presente.


POR Luis Sagasti




SAGASTI. Licenciado en Historia y escritor. Su nuevo libro es "Perdidos en el espacio".


La noche del 27 de octubre de 1910 Leon Tolstoi, harto ya de todo, abandona a su mujer, su casa, sus bienes y da inicio a su libertad absoluta, es decir, inicia su agonía. Había escrito en su diario: “Me están destrozando. Quiero huir de todos”. Dejó una carta y se marchó con su médico y su hija Alexandra. Tomó el tren. Su periplo fue seguido como un vía crucis por los diarios del mundo. Cuando alcanza los 40 grados de fiebre, el médico ordena detenerse en la estación de Astápovo. Allí muere el 20 de noviembre. Tres meses exactos después y con la misma temperatura en el cuerpo, Gustav Mahler dirige en el Carnegie Hall su último concierto. Nada deslumbrante se había programado para la ocasión. El progreso de su agonía es materia de prensa en todas partes: llega a París en diez días y de allí marcha a Viena. El viaje en tren es como el adagio de su Novena: la orquesta languidece hasta que queda sólo un violín para abrirle paso al silencio.


En el último cuarto del siglo XIX la educación pública se extiende por el mundo: la cabeza del niño inclinada sobre el libro avanza sobre las palabras en un movimiento de negación continuo del mismo modo en que se desplazan las manos cuando, espontáneamente, se dirige una melodía de entonces. Eso es leer una trama, una historia, eso es hacer Historia. Difícil labrar el propio destino o acuñar el de una nación, si no se niega antes lo recibido. Claro que, una vez puesta en marcha la locomotora, el maquinista y los pasajeros de primera clase admiten y discuten toda negación que no corrija el sentido de las vías ni el carbón que es combustible.


Hay ciertas cosas que no pueden olvidarse por más esfuerzo, acaso sea porque se las aprende sin teoría, porque es el cuerpo el encargado de lidiar con el asunto. Nadie olvida cómo se anda en bicicleta porque el equilibrio no se aloja en las piernas sino en la cóclea, que es un huesecito en espiral que atrapa para siempre la tensión del cuerpo. Tampoco nadie se olvida de silbar. Y cuando se aprende a leer no se puede dejar de leer nunca más. Las letras, las palabras, dejan de ser dibujos mágicos; la estética queda recluida en los ideogramas chinos tatuados en un hombro.


Las novelas de Tolstoi son desmesuradas. Entre Ana Karenina y La guerra y la paz pueden contarse unas tres mil páginas. A la octava sinfonía de Mahler se la denomina de los mil por la cantidad de intérpretes que requiere su puesta en escena. Acaso ambos sean los últimos grandes y excesivos narradores de un siglo donde el hombre requiere de un relato urgente que dé cuenta de su destino histórico.


La cabeza del chico quieta frente a la pantalla de la computadora. Se abren y se cierran ventanas todo el tiempo. Lo real aparece fragmentado, o sólo lo fragmentado se presenta como real. No es negando con la cabeza como se lo comprende porque todo pareciera suceder al mismo tiempo. A un click de casi todo lo que el hombre ha compuesto y escrito. Mayormente uno queda detenido en las cartas que Beatriz Viterbo escribió: todo lo demás pasa a un segundo plano, que es donde suceden realmente las cosas. Excluida la negación, se complica poner en marcha de nuevo la Historia. Es difícil ver lo que se ha perdido, cuando todo parece ganancia.


Nicholas Carr en su libro Qué está haciendo internet a nuestros cerebros escribe que la Web “nos aleja de formas de pensamiento que requieren reflexión y contemplación, nos convierte en seres más eficientes procesando información pero menos capaces para profundizar en esa información y al hacerlo no sólo nos deshumanizan un poco sino que nos uniformizan”. La atención se dispersa, la capacidad de interpretar languidece; una suerte de Mar Muerto donde es casi imposible sumergirse en profundidad. Se pregunta Carr, entonces, quién será capaz de leer La guerra y la paz. Quiénes son los últimos viajeros de un tren que se ha detenido en la nieve. Hoy interesa más leer los diarios de Tolstoi por fragmentarios antes que Ana Karenina. El adagio de la Quinta de Mahler se prefiere a la sinfonía completa. Y también: un tema musical antes que el álbum, ver en Youtube el final de una película, expresar el estado de ánimo con inocencia rupestre mediante un emoticón.


El tren del progreso pierde velocidad en la Primera Guerra. La melodía ya no se alcanza de inmediato. Difícil se hace silbarla; se complica anticipar las notas futuras. Si la música es una narración sin argumento, pues con la de tradición escrita compuesta en el siglo XX andamos en veremos si queremos seguir la trama. Una música que no mantiene el discurso con el que fuimos educados en la escuela. La música de Tom y Jerry late en un segundo plano: sólo tiene sentido porque se siguen las peripecias de los personajes. O acaso sea al revés. Joyce, Faulkner, Macedonio…: la trama es una excusa, la narración se fragmenta.


El tren se detiene, pero no se comprende qué clase de progreso trae si la estación de arribo es Auschwitz.
El sentido de la Historia se pierde, o es otro, acaso, al que haya que buscar con otras estrategias. No está clara la geometría implícita en todo el asunto, porque la cabeza se encuentra inmóvil frente a la pantalla, la vista salta sobre su superficie en una rayuela sin cielo. Una nueva forma de negar es lo que se impone. Pero qué se puede silbar cuando todas las melodías suenan al unísono.


Antes de detenerse, el tren pega un par de pitazos y hace algunas paradas imprevistas. María, la hija predilecta de Tolstoi, muere en 1906. María, una de las dos hijas de Mahler, en 1907.


Y el chico se aburre en clase y traza un círculo con el lápiz sobre el papel y otro y otro más, porque nada parece tener sentido allí en el aula. Ningún trazo es preciso, pero entre todos forman un círculo perfecto. Como cuando las ovejas van marcando la huella: ninguna pasa por el centro exacto del camino. Y en nadie habita la totalidad del lenguaje.


Mahler: “Una sinfonía debe ser como un mundo: abarcarlo todo”.


Tosltoi: “Escribir a lo largo de la vida un buen libro es más que suficiente. Y también leer uno”.


Es casi imposible desafinar cuando se silba.