Berlín, 22 de junio de 1910. Ese día nació Konrad Zuse, un chico al que la historia le tenía preparado un papel trascendental en el devenir de la computación moderna. Graduado como ingeniero civil en la Universidad Técnica de Berlín en 1935, para sacarse la carrera tuvo que realizar una gran cantidad de cálculos a mano, algo que encontraba aburrido, por lo que comenzó a idear una máquina que fuera capaz de llevar a cabo este tipo de operaciones de manera automática.
Tras acabar su etapa universitaria entró a trabajar en la empresa Henschel & Sohn pero un año más tarde dejó su empleo para empezar a construir la máquina programable con la que llevaba soñando desde su época de estudiante.
Sus esfuerzos se vieron recompensados cuando en 1936 creó la primera calculadora mecánica binaria de programabilidad limitada que leía las instrucciones desde una cinta perforada y funcionaba con electricidad. Su nombre: Z1. A pesar de que nunca acabó de funcionar correctamente por la mala calidad de los materiales empleados en su construcción, sentó las bases de los futuros proyectos de Zuse.
Con la llegada de la Segunda Guerra Mundial, Zuse fue llamado a filas, pero se libró de acudir al frente a cambio de utilizar sus conocimientos para desarrollar nuevas computadoras más potentes y funcionales. Así, y tras conseguir el apoyo del Aerodynamische Versuchsanstalt (algo así como Instituto de Investigaciones Aerodinámicas), en 1939 terminó el diseño y construcción de una versión mejorada de la Z1 que incorporaba circuitos eléctricos con relés a la que llamó, cómo no, Z2.
A partir de ese momento, Zuse comenzó a diseñar un nuevo prototipo que vio finalmente la luz el 12 mayo de 1941. Bautizado como Z3, ha pasado a los anales de la historia moderna como el primer ordenador programable y completamente automático del que se tiene constancia. Contaba con 2.000 relés, tenía una frecuencia de reloj de entre 5 y 10 Hz, una longitud de palabra de 22 bits y realizaba los cálculos con aritmética en coma flotante puramente binaria.
El Z3 utilizaba una cinta externa para almacenar los programas con los que trabajaba y, a pesar de que no disponía de ninguna instrucción de salto condicional, se podían construir bucles y llevar a cabo tareas y cálculos que resultaban muy complejos para la época de la que estamos hablando.
Desgraciadamente, esta joya de la computación fue destruida en 1944 durante un bombardeo aliado sobre Berlín. Aún así, existe una réplica completamente funcional del Z3 expuesta de manera permanente en el Deutsches Museum, sito en la ciudad germana de Múnich.
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DON VITTO GIOVANNI
miércoles, 10 de noviembre de 2010
EL DIARIO LA NUEVA PROVINCIA DESPIDIO CON ELOGIOS AL DICTADOR EMILIO EDUARDO MASSERA
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Una patrulla perdida del Almirante Cero
El diario aseguró que el máximo responsable de los crímenes de la ESMA “demostró un espíritu abierto a la reconciliación y ajeno a todo sectarismo, que lo honra”. Vicente Massot, director del medio, fue visitante de la ESMA y viceministro de Carlos Menem.
Emilio Eduardo Massera “demostró un espíritu abierto a la reconciliación y ajeno a todo sectarismo, que lo honra”. Su muerte despertó “la ira de quienes no saben perdonar y el odio de los que no pueden olvidar”. El elogio a la honorabilidad de uno de los mayores iconos del terrorismo de Estado y la crítica solapada a millones de personas que en todo el mundo lo despreciarán hasta el final de los días por golpista y asesino cerraron la necrológica que le dedicó ayer el diario La Nueva Provincia de Bahía Blanca. El artículo, que circuló por redes sociales y cosechó muestras de rechazo generalizadas, refleja la línea editorial histórica del diario de la familia Massot, portavoz de la Armada y de los sectores integristas de la Iglesia Católica, que aplaudió todos los golpes de Estado de la segunda mitad del siglo pasado y que aún se permite dudar si estuvo “bien o mal aplicar los métodos antiterroristas” que convirtieron a la Argentina en símbolo universal de la desaparición forzada de personas. Como conocen los lectores de Página/12, se trata también del diario donde trabajaban los obreros gráficos Enrique Heinrich y Miguel Angel Loyola, delegados gremiales secuestrados, torturados y fusilados en 1976 luego de enfrentar durante años a la patronal de La Nueva Provincia, que dio la noticia en veinte líneas y nunca rindió cuentas ante el Poder Judicial.
El almirante
“Falleció el almirante Massera”, provocó La Nueva Provincia desde el título, simulando ignorar que había perdido su condición de marino luego de la condena a prisión perpetua en el juicio a los ex comandantes de 1985. En la nota sin firma se reconoce la pluma del director Vicente Massot, visitante de la ESMA en plena dictadura y ex viceministro de Defensa de Carlos Menem, cargo al que debió renunciar luego de reivindicar la tortura.
La semblanza recorre las internas navales, destaca las “dotes de negociador y conductor político” de Massera y la división que sus ambiciones personales provocaron en la Armada. Junto con Isaac Rojas fueron los dos únicos almirantes que durante el siglo XX “despertaron pasiones encendidas a favor o en contra, poco importa” para el editorialista. Massera “tuvo especial protagonismo a partir del pronunciamiento militar (sic) del 24 de marzo de 1976”, aunque “no fue la mezcla de Maquiavelo y asesino serial que han pintado sus enemigos, tan feroces a la hora de enjuiciarlo con la pluma como lo habían enfrentado antes en esa tremenda guerra civil (sic) en la cual ellos llevaron la peor parte”, que Massot nunca se dignó a contar en sus páginas.
Recuerda La Nueva Provincia que Massera “tuvo la descomunal y trágica potestad a la vez de ser –junto a los otros miembros de la Junta de Comandantes– dueño de la vida y de la muerte de las personas, algo que ni siquiera Rosas en el siglo XIX y tampoco Perón en el siguiente tuvieron en esa escala”. “A veces ese poder se usó mal”, admite Massot. No especifica si refiere a cuando robaban criaturas, cuando arrojaban monjas y Madres de Plaza de Mayo desde aviones en vuelo o sólo cuando torturaban y mataban. Luego justifica una vez más el genocidio criminalizando a las víctimas: “Todas las formas de guerra irregular terminan de la misma manera: al terror se le opone el contraterror”.
Igual que en 1993, cuando como funcionario del presidente Carlos Menem defendió los ascensos de los capitanes Antonio Pernías y Juan Carlos Rolón (entonces impunes, hoy a punto de recibir su primera condena), Massot se permitió dudar sobre la legitimidad del Estado para secuestrar, torturar, matar y desaparecer personas. “Si hicieron bien o mal en aplicar los métodos antiterroristas por todos conocidos es algo que seguirá siendo materia de discusión por espacio de décadas”, aseguró ayer La Nueva Provincia, que nunca publicó con qué interlocutores debate el tema. Luego, una vez más, el aplauso: “El flagelo subversivo fue cortado de raíz, ahorrándole males inimaginables al país”. La crítica a la dictadura se limita a “las rencillas absurdas entre los miembros de la primera junta y la incapacidad para acometer los cambios de fondo que la Nación pedía a gritos”.
Claro y preciso
El interlocutor naval de confianza de la directora de La Nueva Provincia durante la dictadura, Diana Julio de Massot, no era Massera, sino el contraalmirante Luis María Mendía, el mismo que informó a 900 oficiales en el cine de la base de Puerto Belgrano sobre la “muerte cristiana” desde las alturas que iban a aplicar las tres Fuerzas Armadas. Diez meses antes del golpe de Estado, sin embargo, el diario ya celebraba el trabajo sucio de la Armada y elogiaba en sus páginas las arengas de Massera, designado al frente de su fuerza por Juan Domingo Perón.
“La Armada vive en guerra y participa con la energía y decisión clásicas de su patrimonio histórico”, afirmó Massera en la base Puerto Belgrano, el Día de la Armada, al lado de la presidenta Isabel Perón y su gabinete. Con las tribunas del estadio repletas, el marino habló aquella tarde sobre su vocación democrática, su convicción sobre “la libertad individual como bien más preciado inherente a la naturaleza humana”, pero diferenció a “los subversivos” y aseguró que la Marina estaba “segura en fuerza y en derechos para enfrentarlos y destruirlos” (LNP 17.5.75).
Fue “una de las más claras y precisas manifestaciones castrenses sobre el sentido del proceso que el país protagoniza y el rol que las Fuerzas Armadas deben cumplir”, lo elogió el mismo día La Nueva Provincia, y reafirmó: “No se trata de comprometerse con la letra fría de la Carta Magna, sino de solidarizarse con lo que ella consagra para el bienestar de la familiar argentina”. En noviembre, mientras se orquestaba el asalto al poder, Massera contaba al periodismo local que “ya hace tiempo que la Armada está actuando contra la subversión”, aunque “en una forma más silenciosa” que el Ejército (LNP 20.11.75).
El 24 de marzo, en un editorial titulado “Refundar la Patria”, la dirección del diario sostuvo que “la Argentina es una nación occidental y cristiana”, enumeró como enemigos “al aparato subversivo, el ‘sacerdocio’ tercermundista, la corrupción sindical, los partidos políticos”, entre otros, y encomendó “destruirlos allí donde se encuentren, sabiendo que sobre la sangre redentora debe alzarse la segunda república”.
Seis meses después, mientras el secretario de redacción Mario Gabrielli publicaba fotos junto a Massera y paseaba en la fragata Libertad por Europa, La Nueva Provincia le dedicó al hombre fuerte de la ESMA un editorial repleto de elogios. Su discurso “contiene los fundamentos de un anhelo que es común a la ciudadanía”, aseguró. Destacó uno en particular: “aniquilar a la subversión, tanto si empuña un arma como si distribuye un panfleto o miente y desvirtúa para confundir” (“El almirante Massera y la realidad”, LNP, editorial, 19.9.76).
Nota de Don vitto Giovanni : Cual es vuestra opinion sobre esta publicacion del diario La Nueva Provincia y su direccion, responsable de sus manifiestos ???????
Una patrulla perdida del Almirante Cero
El diario aseguró que el máximo responsable de los crímenes de la ESMA “demostró un espíritu abierto a la reconciliación y ajeno a todo sectarismo, que lo honra”. Vicente Massot, director del medio, fue visitante de la ESMA y viceministro de Carlos Menem.
Emilio Eduardo Massera “demostró un espíritu abierto a la reconciliación y ajeno a todo sectarismo, que lo honra”. Su muerte despertó “la ira de quienes no saben perdonar y el odio de los que no pueden olvidar”. El elogio a la honorabilidad de uno de los mayores iconos del terrorismo de Estado y la crítica solapada a millones de personas que en todo el mundo lo despreciarán hasta el final de los días por golpista y asesino cerraron la necrológica que le dedicó ayer el diario La Nueva Provincia de Bahía Blanca. El artículo, que circuló por redes sociales y cosechó muestras de rechazo generalizadas, refleja la línea editorial histórica del diario de la familia Massot, portavoz de la Armada y de los sectores integristas de la Iglesia Católica, que aplaudió todos los golpes de Estado de la segunda mitad del siglo pasado y que aún se permite dudar si estuvo “bien o mal aplicar los métodos antiterroristas” que convirtieron a la Argentina en símbolo universal de la desaparición forzada de personas. Como conocen los lectores de Página/12, se trata también del diario donde trabajaban los obreros gráficos Enrique Heinrich y Miguel Angel Loyola, delegados gremiales secuestrados, torturados y fusilados en 1976 luego de enfrentar durante años a la patronal de La Nueva Provincia, que dio la noticia en veinte líneas y nunca rindió cuentas ante el Poder Judicial.
El almirante
“Falleció el almirante Massera”, provocó La Nueva Provincia desde el título, simulando ignorar que había perdido su condición de marino luego de la condena a prisión perpetua en el juicio a los ex comandantes de 1985. En la nota sin firma se reconoce la pluma del director Vicente Massot, visitante de la ESMA en plena dictadura y ex viceministro de Defensa de Carlos Menem, cargo al que debió renunciar luego de reivindicar la tortura.
La semblanza recorre las internas navales, destaca las “dotes de negociador y conductor político” de Massera y la división que sus ambiciones personales provocaron en la Armada. Junto con Isaac Rojas fueron los dos únicos almirantes que durante el siglo XX “despertaron pasiones encendidas a favor o en contra, poco importa” para el editorialista. Massera “tuvo especial protagonismo a partir del pronunciamiento militar (sic) del 24 de marzo de 1976”, aunque “no fue la mezcla de Maquiavelo y asesino serial que han pintado sus enemigos, tan feroces a la hora de enjuiciarlo con la pluma como lo habían enfrentado antes en esa tremenda guerra civil (sic) en la cual ellos llevaron la peor parte”, que Massot nunca se dignó a contar en sus páginas.
Recuerda La Nueva Provincia que Massera “tuvo la descomunal y trágica potestad a la vez de ser –junto a los otros miembros de la Junta de Comandantes– dueño de la vida y de la muerte de las personas, algo que ni siquiera Rosas en el siglo XIX y tampoco Perón en el siguiente tuvieron en esa escala”. “A veces ese poder se usó mal”, admite Massot. No especifica si refiere a cuando robaban criaturas, cuando arrojaban monjas y Madres de Plaza de Mayo desde aviones en vuelo o sólo cuando torturaban y mataban. Luego justifica una vez más el genocidio criminalizando a las víctimas: “Todas las formas de guerra irregular terminan de la misma manera: al terror se le opone el contraterror”.
Igual que en 1993, cuando como funcionario del presidente Carlos Menem defendió los ascensos de los capitanes Antonio Pernías y Juan Carlos Rolón (entonces impunes, hoy a punto de recibir su primera condena), Massot se permitió dudar sobre la legitimidad del Estado para secuestrar, torturar, matar y desaparecer personas. “Si hicieron bien o mal en aplicar los métodos antiterroristas por todos conocidos es algo que seguirá siendo materia de discusión por espacio de décadas”, aseguró ayer La Nueva Provincia, que nunca publicó con qué interlocutores debate el tema. Luego, una vez más, el aplauso: “El flagelo subversivo fue cortado de raíz, ahorrándole males inimaginables al país”. La crítica a la dictadura se limita a “las rencillas absurdas entre los miembros de la primera junta y la incapacidad para acometer los cambios de fondo que la Nación pedía a gritos”.
Claro y preciso
El interlocutor naval de confianza de la directora de La Nueva Provincia durante la dictadura, Diana Julio de Massot, no era Massera, sino el contraalmirante Luis María Mendía, el mismo que informó a 900 oficiales en el cine de la base de Puerto Belgrano sobre la “muerte cristiana” desde las alturas que iban a aplicar las tres Fuerzas Armadas. Diez meses antes del golpe de Estado, sin embargo, el diario ya celebraba el trabajo sucio de la Armada y elogiaba en sus páginas las arengas de Massera, designado al frente de su fuerza por Juan Domingo Perón.
“La Armada vive en guerra y participa con la energía y decisión clásicas de su patrimonio histórico”, afirmó Massera en la base Puerto Belgrano, el Día de la Armada, al lado de la presidenta Isabel Perón y su gabinete. Con las tribunas del estadio repletas, el marino habló aquella tarde sobre su vocación democrática, su convicción sobre “la libertad individual como bien más preciado inherente a la naturaleza humana”, pero diferenció a “los subversivos” y aseguró que la Marina estaba “segura en fuerza y en derechos para enfrentarlos y destruirlos” (LNP 17.5.75).
Fue “una de las más claras y precisas manifestaciones castrenses sobre el sentido del proceso que el país protagoniza y el rol que las Fuerzas Armadas deben cumplir”, lo elogió el mismo día La Nueva Provincia, y reafirmó: “No se trata de comprometerse con la letra fría de la Carta Magna, sino de solidarizarse con lo que ella consagra para el bienestar de la familiar argentina”. En noviembre, mientras se orquestaba el asalto al poder, Massera contaba al periodismo local que “ya hace tiempo que la Armada está actuando contra la subversión”, aunque “en una forma más silenciosa” que el Ejército (LNP 20.11.75).
El 24 de marzo, en un editorial titulado “Refundar la Patria”, la dirección del diario sostuvo que “la Argentina es una nación occidental y cristiana”, enumeró como enemigos “al aparato subversivo, el ‘sacerdocio’ tercermundista, la corrupción sindical, los partidos políticos”, entre otros, y encomendó “destruirlos allí donde se encuentren, sabiendo que sobre la sangre redentora debe alzarse la segunda república”.
Seis meses después, mientras el secretario de redacción Mario Gabrielli publicaba fotos junto a Massera y paseaba en la fragata Libertad por Europa, La Nueva Provincia le dedicó al hombre fuerte de la ESMA un editorial repleto de elogios. Su discurso “contiene los fundamentos de un anhelo que es común a la ciudadanía”, aseguró. Destacó uno en particular: “aniquilar a la subversión, tanto si empuña un arma como si distribuye un panfleto o miente y desvirtúa para confundir” (“El almirante Massera y la realidad”, LNP, editorial, 19.9.76).
Nota de Don vitto Giovanni : Cual es vuestra opinion sobre esta publicacion del diario La Nueva Provincia y su direccion, responsable de sus manifiestos ???????
El ultimo Samurai- Hoy en Buenos Aires nos deleita: Paul MacCartney en concierto musical.
No soy vos, soy yo----Lennon y MacCartney
Por Diego Fischerman PAGINA 12 ----RADAR 7—nov. 2010
> COMO LA SOMBRA DEL OTRO LOS PERSIGUIO EN SUS DISCOS SOLISTAS (Y COMO INTENTARON ESCAPAR DE ELLA)
En Más que humano, una vieja novela de ciencia ficción de Theodore Sturgeon, se cuenta cómo muchos seres, todos ellos imperfectos, conforman un nuevo ser colectivo y perfecto, el “homo gestalt”. Se trata de una lectura infantil. O de su recuerdo, seguramente infiel. Pero elijo citar de memoria –es decir citar a la memoria y no al libro– y elijo la primera persona por dos motivos. En primer lugar porque no me interesa verdaderamente lo que el libro decía sino mi impresión lejana. Y en segundo, porque las impresiones lejanas no podrían estar ausentes cuando, como en este caso, se trata precisamente de la música más antigua y duradera de mi vida –aunque, desde ya, no sólo de la mía–. Tal vez hoy los tiempos sean más lentos que otrora. 2001 quedó en el pasado y lo hizo sin trajes plateados ni hombres en la luna. Ya los discos no sorprenden con cada canción ni los músicos con cada disco –y claro, los mismos discos se están yendo de nuestro mundo–. Y, entonces, todavía la gran noticia sigue siendo ese homo gestalt llamado The Beatles.
Por una parte, acaban de publicarse, remasterizados y con bellísima presentación, ocho de los discos solistas de John Lennon editados originalmente entre 1970 y 1984. Por otra, el próximo miércoles Paul McCartney, que ya tuvo 64, que ya se volvió a quedar solo y que sigue componiendo canciones –como siempre: las más burdas y las más geniales, una al lado de la otra, con la misma facilidad y como si fueran la misma cosa– actuará nuevamente en Buenos Aires. Pasaron 41 años desde la última obra conjunta de The Beatles. No era un tiempo pequeño, en otras épocas. Solía separar mundos estéticos absolutamente diferentes. Fue la distancia entre las Variaciones Goldberg de Johann Sebastian Bach (1740) y la Sinfonía No. 35 de Wolfgang Amadeus Mozart (1781). O entre las primeras grabaciones de King Oliver o Jelly Roll Morton y la Mahavishnu Orchestra. O, si se prefiere, entre el primer film sonoro de la historia, El cantor de jazz (1927), y el Album Blanco. En cambio, es imposible no sentir la referencia a los Beatles, más o menos lejana, más o menos enmascarada, en cada canción o en cada grupo actual. Y, sobre todo, es imposible escuchar a Lennon y a McCartney sin escuchar, como sonido de fondo y como inevitable unidad de medida, aquel fugaz homo gestalt en el que ambos fueron mejores que sí mismos.
Entre muchas imágenes posibles de cómo el mundo Beatle transformaba la vida de quienes los escuchábamos elijo un simple. Nunca nada me sonó tan diferente a todo, tan bello e inquietante a la vez, tan nuevo y al mismo tiempo revelador de un deseo anterior sólo pasible de ser revelado con la aparición de su objeto. Al escuchar “Strawberry Fields Forever” y “Penny Lane” se tenía la sensación de que se lo esperaba y, al mismo tiempo, se sabía que era imposible haber esperado algo así. Y elijo ese disco de dos temas –esa exacta unidad creativa ya desaparecida– porque allí el homo gestalt estaba en su momento áureo. Porque antes estaba en gestación (una gestación, de todas maneras, con momentos extraordinarios como “For No One” o “Tomorrow Never Knows”) y porque después no volvió a ser el mismo. “Strawberry Fields forever” es la mejor canción de McCartney compuesta por Lennon y “Penny Lane” la mejor pieza de Lennon escrita por McCartney. Allí uno y otro buscan imitarse, seducirse. Y allí se mejoran y completan. Ni uno es tan obcecada y premeditadamente tosco ni el otro tan cursi. Lo que vendría después, lo que empezaría a aparecer en el Album blanco y en Abbey Road –también en Let it Be, su versión lastimosa– sería ni más ni menos que lo que continuaría en sus carreras solistas: la lucha de Lennon por dejar de ser un Beatle y la de McCartney por continuar siéndolo.
Los discos de Lennon reeditados por EMI son John Lennon/Plastic Ono Band (1970), Imagine (1971), Some Time in New York City (1972), Mind Games (1973), Walls and Bridges (1974), Rock ‘n’ Roll (1975), Double Fantasy (1980), y Milk and Honey (1984). La primera diferencia evidente con la publicación anterior en CD es la presentación. Cada uno de los discos, con cubiertas que reproducen el formato de vinilo con tapa doble, incluye un completísimo folleto con fotos, buenos análisis cotenxtuales y las letras de todos los temas. Pero el contraste más significativo es en el sonido. Paradójicamente, el efecto es más notable en las tomas donde se buscaba explícitamente un sonido lo más crudo posible. Allí el bajo y la percusión, la resonancia de la pulsación en las cuerdas de las guitarras, ganan una presencia y una calidez –o una aspereza– que la compresión anterior había borrado del mapa sonoro. La otra novedad es un segundo disco, en Double Fantasy, que reproduce al primero pero sin las sobregrabaciones y arreglos del original. Y en realidad la operación de desnudamiento es más radical si se piensa que en este caso los discos se han invertido: el primero es la nueva versión y el editado en el ochenta queda relegado, por la voluntad de Yoko Ono, responsable de la idea y la producción junto a Jack Douglas, al lugar de referencia adicional, casi de borrador. El criterio es similar al que guió la edición “naked” de Let it Be pero, en rigor, las circunstancias no podrían ser más diferentes: en el disco de los Beatles los arreglos de cuerdas y los coros no habían sido consensuados mientras que en este caso el disco originaria puede leerse como la respuesta –o por lo menos una lectura– de Lennon sobre el sonido de fines de los setenta y comienzos de la década siguiente. En todo caso, el resultado, aunque no sea fiel a nada anterior, es bello. Y el nuevo tratamiento tampoco cambiará, por otra parte, la inveterada costumbre de escuchar sólo las pistas impares y evitar con prolijidad las canciones solistas de Yoko.
Eventualmente, si algo siguió uniendo a Lennon y McCartney después de los Beatles fue la imposición de la voz –y los por lo menos dudosos méritos musicales– de sus mujeres. Lo demás es la comprobación de esas características que antes giraban, opuestas, alrededor de un mismo núcleo y que después destacaron, como si se tratara de agujeros en una tela, aquello que el otro ya no aportaría. Es claro que en ninguno de los discos de Lennon se escuchará aquello que sobra en los de McCartney: precisión, detalle, orfebrería. Que Lennon nunca tuvo –y nunca quiso tener– una banda que sonara como la impresionante maquinaria con la que McCartney registró sus actuaciones del año pasado en Nueva York (Good Evening New York) y con la que llegará esta semana a Buenos Aires. Hasta la desmañada Wings sonaba prolija, como demuestra Band on the Run, que también en estos días reeditará Universal con la debida remasterización. Y es obvio, también, que a Paul le faltará, para siempre, la visceralidad, cierta concepción de la canción como algo real –y vital– que Lennon nunca dejó de tener. Los que crecimos con ellos –y con ellos aprendimos a escuchar otras músicas: canciones isabelinas, operetas inglesas, música india, Bach, Stockhausen o Penderecki– los queremos a ambos como se quiere a viejos amigos. Se les perdona casi todo y el reencuentro siempre es grato, aunque haga tiempo que los rumbos se han vuelto divergentes. Pero, al mismo tiempo, no acabamos de apreciarlos como son. Buscamos –y por supuesto encontramos– esas nuevas canciones de McCartney en que aparecen los rastros de “Eleanor Rigby” y de los arreglos de George Martin. Volvemos a escuchar las viejas canciones de Lennon en que parecía ser el mismo –la extraordinaria “Jealous Guy”, por ejemplo– y jugamos a adivinar lo que hubiera hecho Martin con las cuerdas de “Imagine” –en lugar de la ramplonería sacarosa de Phil Spector que, es obvio, Lennon prefería–. Nos solazamos, a pesar de todo, en esos momentos en que Lennon no lograba su objetivo –dejar de ser Beatle– y donde el de McCartney –continuar siéndolo– sí se consigue. En ese territorio imaginario, y todavía presente, donde el homo gestalt sigue cantando.
Nota de Don Vitto Giovanni: Tanto Roberto Guarrera como yo, no podemos ir al concierto de Paul estaremos en la radio justamente a la misma hora trasmitiendo THE BEATLES: HOY Y SIEMPRE por http://www.gama1400.com/ Hoy miercoles 10-Nov-2010 de 20 a 21 hs , no saben cuanto lo lamentamos, son momentos que marcan una parte de nuestra vida " yo estuve en Bs As cuando vino Paul......" el mejor homenaje sera tratar de lograr el mejor programa que tengamos memoria. Gracias.... Paul, toda Argentina te lo agradece. Mi querido Ultimo Samurai de la musica.-
Por Diego Fischerman PAGINA 12 ----RADAR 7—nov. 2010
> COMO LA SOMBRA DEL OTRO LOS PERSIGUIO EN SUS DISCOS SOLISTAS (Y COMO INTENTARON ESCAPAR DE ELLA)
En Más que humano, una vieja novela de ciencia ficción de Theodore Sturgeon, se cuenta cómo muchos seres, todos ellos imperfectos, conforman un nuevo ser colectivo y perfecto, el “homo gestalt”. Se trata de una lectura infantil. O de su recuerdo, seguramente infiel. Pero elijo citar de memoria –es decir citar a la memoria y no al libro– y elijo la primera persona por dos motivos. En primer lugar porque no me interesa verdaderamente lo que el libro decía sino mi impresión lejana. Y en segundo, porque las impresiones lejanas no podrían estar ausentes cuando, como en este caso, se trata precisamente de la música más antigua y duradera de mi vida –aunque, desde ya, no sólo de la mía–. Tal vez hoy los tiempos sean más lentos que otrora. 2001 quedó en el pasado y lo hizo sin trajes plateados ni hombres en la luna. Ya los discos no sorprenden con cada canción ni los músicos con cada disco –y claro, los mismos discos se están yendo de nuestro mundo–. Y, entonces, todavía la gran noticia sigue siendo ese homo gestalt llamado The Beatles.
Por una parte, acaban de publicarse, remasterizados y con bellísima presentación, ocho de los discos solistas de John Lennon editados originalmente entre 1970 y 1984. Por otra, el próximo miércoles Paul McCartney, que ya tuvo 64, que ya se volvió a quedar solo y que sigue componiendo canciones –como siempre: las más burdas y las más geniales, una al lado de la otra, con la misma facilidad y como si fueran la misma cosa– actuará nuevamente en Buenos Aires. Pasaron 41 años desde la última obra conjunta de The Beatles. No era un tiempo pequeño, en otras épocas. Solía separar mundos estéticos absolutamente diferentes. Fue la distancia entre las Variaciones Goldberg de Johann Sebastian Bach (1740) y la Sinfonía No. 35 de Wolfgang Amadeus Mozart (1781). O entre las primeras grabaciones de King Oliver o Jelly Roll Morton y la Mahavishnu Orchestra. O, si se prefiere, entre el primer film sonoro de la historia, El cantor de jazz (1927), y el Album Blanco. En cambio, es imposible no sentir la referencia a los Beatles, más o menos lejana, más o menos enmascarada, en cada canción o en cada grupo actual. Y, sobre todo, es imposible escuchar a Lennon y a McCartney sin escuchar, como sonido de fondo y como inevitable unidad de medida, aquel fugaz homo gestalt en el que ambos fueron mejores que sí mismos.
Entre muchas imágenes posibles de cómo el mundo Beatle transformaba la vida de quienes los escuchábamos elijo un simple. Nunca nada me sonó tan diferente a todo, tan bello e inquietante a la vez, tan nuevo y al mismo tiempo revelador de un deseo anterior sólo pasible de ser revelado con la aparición de su objeto. Al escuchar “Strawberry Fields Forever” y “Penny Lane” se tenía la sensación de que se lo esperaba y, al mismo tiempo, se sabía que era imposible haber esperado algo así. Y elijo ese disco de dos temas –esa exacta unidad creativa ya desaparecida– porque allí el homo gestalt estaba en su momento áureo. Porque antes estaba en gestación (una gestación, de todas maneras, con momentos extraordinarios como “For No One” o “Tomorrow Never Knows”) y porque después no volvió a ser el mismo. “Strawberry Fields forever” es la mejor canción de McCartney compuesta por Lennon y “Penny Lane” la mejor pieza de Lennon escrita por McCartney. Allí uno y otro buscan imitarse, seducirse. Y allí se mejoran y completan. Ni uno es tan obcecada y premeditadamente tosco ni el otro tan cursi. Lo que vendría después, lo que empezaría a aparecer en el Album blanco y en Abbey Road –también en Let it Be, su versión lastimosa– sería ni más ni menos que lo que continuaría en sus carreras solistas: la lucha de Lennon por dejar de ser un Beatle y la de McCartney por continuar siéndolo.
Los discos de Lennon reeditados por EMI son John Lennon/Plastic Ono Band (1970), Imagine (1971), Some Time in New York City (1972), Mind Games (1973), Walls and Bridges (1974), Rock ‘n’ Roll (1975), Double Fantasy (1980), y Milk and Honey (1984). La primera diferencia evidente con la publicación anterior en CD es la presentación. Cada uno de los discos, con cubiertas que reproducen el formato de vinilo con tapa doble, incluye un completísimo folleto con fotos, buenos análisis cotenxtuales y las letras de todos los temas. Pero el contraste más significativo es en el sonido. Paradójicamente, el efecto es más notable en las tomas donde se buscaba explícitamente un sonido lo más crudo posible. Allí el bajo y la percusión, la resonancia de la pulsación en las cuerdas de las guitarras, ganan una presencia y una calidez –o una aspereza– que la compresión anterior había borrado del mapa sonoro. La otra novedad es un segundo disco, en Double Fantasy, que reproduce al primero pero sin las sobregrabaciones y arreglos del original. Y en realidad la operación de desnudamiento es más radical si se piensa que en este caso los discos se han invertido: el primero es la nueva versión y el editado en el ochenta queda relegado, por la voluntad de Yoko Ono, responsable de la idea y la producción junto a Jack Douglas, al lugar de referencia adicional, casi de borrador. El criterio es similar al que guió la edición “naked” de Let it Be pero, en rigor, las circunstancias no podrían ser más diferentes: en el disco de los Beatles los arreglos de cuerdas y los coros no habían sido consensuados mientras que en este caso el disco originaria puede leerse como la respuesta –o por lo menos una lectura– de Lennon sobre el sonido de fines de los setenta y comienzos de la década siguiente. En todo caso, el resultado, aunque no sea fiel a nada anterior, es bello. Y el nuevo tratamiento tampoco cambiará, por otra parte, la inveterada costumbre de escuchar sólo las pistas impares y evitar con prolijidad las canciones solistas de Yoko.
Eventualmente, si algo siguió uniendo a Lennon y McCartney después de los Beatles fue la imposición de la voz –y los por lo menos dudosos méritos musicales– de sus mujeres. Lo demás es la comprobación de esas características que antes giraban, opuestas, alrededor de un mismo núcleo y que después destacaron, como si se tratara de agujeros en una tela, aquello que el otro ya no aportaría. Es claro que en ninguno de los discos de Lennon se escuchará aquello que sobra en los de McCartney: precisión, detalle, orfebrería. Que Lennon nunca tuvo –y nunca quiso tener– una banda que sonara como la impresionante maquinaria con la que McCartney registró sus actuaciones del año pasado en Nueva York (Good Evening New York) y con la que llegará esta semana a Buenos Aires. Hasta la desmañada Wings sonaba prolija, como demuestra Band on the Run, que también en estos días reeditará Universal con la debida remasterización. Y es obvio, también, que a Paul le faltará, para siempre, la visceralidad, cierta concepción de la canción como algo real –y vital– que Lennon nunca dejó de tener. Los que crecimos con ellos –y con ellos aprendimos a escuchar otras músicas: canciones isabelinas, operetas inglesas, música india, Bach, Stockhausen o Penderecki– los queremos a ambos como se quiere a viejos amigos. Se les perdona casi todo y el reencuentro siempre es grato, aunque haga tiempo que los rumbos se han vuelto divergentes. Pero, al mismo tiempo, no acabamos de apreciarlos como son. Buscamos –y por supuesto encontramos– esas nuevas canciones de McCartney en que aparecen los rastros de “Eleanor Rigby” y de los arreglos de George Martin. Volvemos a escuchar las viejas canciones de Lennon en que parecía ser el mismo –la extraordinaria “Jealous Guy”, por ejemplo– y jugamos a adivinar lo que hubiera hecho Martin con las cuerdas de “Imagine” –en lugar de la ramplonería sacarosa de Phil Spector que, es obvio, Lennon prefería–. Nos solazamos, a pesar de todo, en esos momentos en que Lennon no lograba su objetivo –dejar de ser Beatle– y donde el de McCartney –continuar siéndolo– sí se consigue. En ese territorio imaginario, y todavía presente, donde el homo gestalt sigue cantando.
Nota de Don Vitto Giovanni: Tanto Roberto Guarrera como yo, no podemos ir al concierto de Paul estaremos en la radio justamente a la misma hora trasmitiendo THE BEATLES: HOY Y SIEMPRE por http://www.gama1400.com/ Hoy miercoles 10-Nov-2010 de 20 a 21 hs , no saben cuanto lo lamentamos, son momentos que marcan una parte de nuestra vida " yo estuve en Bs As cuando vino Paul......" el mejor homenaje sera tratar de lograr el mejor programa que tengamos memoria. Gracias.... Paul, toda Argentina te lo agradece. Mi querido Ultimo Samurai de la musica.-
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