DON VITTO GIOVANNI

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viernes, 30 de septiembre de 2011

Una larga historia de desigualdades





DON  VITTO  GIOVANNI

PRESENTE


Una larga historia de desigualdades


29/09/11 Las distancias entre pobreza y riqueza y la injusta distribución de los bienes hunden sus raíces en la estructura social y económica sobre la que se levantó la Argentina moderna. Pero de ningún modo debería ser éste un destino ineluctable.



PorJorge Gelman PROFESOR TITULAR DE HISTORIA ARGENTINA (UBA) INVESTIGADOR PRINCIPAL DEL CONICET. COORDINADOR DEL LIBRO “EL MAPA DE LA DESIGUALDAD” (PROHISTORIA, 2011)


Una larga historia de desigualdades

Resulta un lugar común hablar de las grandes desigualdades en Argentina y en América latina. Las imágenes que nos muestran las situaciones de extrema pobreza conviviendo con el lujo y las grandes mansiones nos lo recuerdan constantemente. Sabemos que la región no es la más pobre del orbe, pero sí aquélla en la que los desequilibrios entre las personas y entre las regiones son las más agudas.


Sin embargo no siempre fue así . Si nos referimos a las regiones del país, parece difícil discutir con quienes sostienen que “Dios siempre atendió en Buenos Aires”, y sin embargo estudios recientes muestran que durante el período colonial esto no era así.

Inclusive cuando se crea el Virreinato del Río de la Plata estrenando capital porteña, algunas regiones interiores competían bien con Buenos Aires en el tamaño de su población, en su riqueza y en otros terrenos.

Pero esto va a cambiar rápidamente luego de la Independencia . La crisis de los mercados interiores, que antes eran el motor de las economías coloniales, y el desarrollo de una economía atlántica poderosa impulsada por la revolución industrial, vuelcan la balanza rápidamente hacia aquellas regiones en condiciones de producir los alimentos y materias primas demandados por las naciones del norte, cuyo precio crecía en relación a los bienes industriales, como sucede actualmente.

Las regiones interiores tuvieron grandes dificultades para aprovechar este proceso tanto por la menor aptitud de sus recursos para producir estos bienes, como sobre todo por la distancia a los puertos que encarecía mucho sus costos para llegar al mercado mundial. En esta etapa -entre 1800 y 1860 aproximadamente- crece espectacularmente la distancia entre las regiones a favor de Buenos Aires y de algunas zonas del litoral.

Esto a su vez acelera migraciones internas desde esas regiones empobrecidas hacia el litoral y sobre todo Buenos Aires, cuya población crecerá a ritmos exponenciales cuando la inmigración europea le sume un torrente que se concentra sobre todo en esta región.

El desarrollo del ferrocarril en la segunda mitad del siglo XIX permite corregir una parte de estas desigualdades al incorporar a varias regiones interiores al mercado mundial o permitirles competir con sus productos en los grandes mercados del litoral, ahora más cercanos para ellas. Los casos más notables en el primer sentido serán las zonas pampeanas de Santa Fe y Córdoba y en el segundo, el azúcar de Tucumán y los vinos cuyanos. Sin embargo, el ferrocarril no termina de corregir las desigualdades generadas en el período anterior , así como deja de lado a muchas otras regiones que terminan por convertirse en marginales, en donde la única opción para sus habitantes parece ser la migración hacia aquellas otras bendecidas por la naturaleza o … por el trazado del ferrocarril.

Un discurso parecido se puede hacer sobre la desigualdad entre los grupos sociales y las personas . La distancia entre pobres y ricos así como el peso de los sectores intermedios, no sólo difieren mucho entre las regiones argentinas sino que también han variado fuertemente a lo largo de la historia.

Se puede decir que algunas regiones del litoral fueron tradicionalmente más favorables a la movilidad social , así como permitieron un reparto de la riqueza algo más equilibrado que algunas regiones del interior. En esto puede haber influido desde los tiempos coloniales la existencia en las últimas de una más numerosa población indígena discriminada en el reparto de los recursos y del poder , así como la constitución de sectores dominantes más cerrados y con un control más completo de los bienes básicos como la tierra.

La existencia en la región pampeana de una oferta de tierra abundante a través del largo proceso de expansión de la frontera (que evidentemente generaba una atroz desigualdad en relación a los indígenas despojados en ese mismo avance), permitió un acceso más fluido a la tierra a muchas familias, así como otorgó mayor capacidad de negociación a los escasos trabajadores ante sus potenciales patrones .

Sin embargo, a lo largo del siglo XIX se pueden encontrar asombrosas diferencias a veces en regiones muy cercanas. Así por ejemplo un estudio sobre Jujuy nos muestra que mientras la zona de Puna y Quebrada, con sus grandes haciendas tradicionales y su amplia población indígena, era una de las más desiguales del país en la que un puñado de propietarios podía concentrar más del 90% de toda la tierra , en los valles centrales cercanos a la ciudad de Jujuy los niveles de desigualdad eran muy parecidos a los de Buenos Aires o de otras zonas más equitativas.

Todo esto nos permite avizorar que la desigualdad no es un destino ineluctable de nuestras poblaciones y que estudiarla puede ayudarnos a entender nuestro presente de injusticias y quizás a modificarlo, aunque sea parcialmente.



La prima Vera

 
 
DON  VITTO  GIOVANNI
 
PRESENTA
 
La prima Vera


24/09/11



PorMarcelo Birmajer

 
Aquel septiembre de mediados de los 70, el barrio de Once se vio conmocionado por la aparición de una mujer. Literalmente una aparición, como un fantasma o un plato volador. La prima Vera llegó con la frescura de los alcauciles, pálida como un helado de agua, poderosa como las dos potencias. River aún no se había ido a la B y contaba con la mejor delantera del fútbol nacional. La prima Vera también. Venía del Este, más precisamente de Lituania. Sus padres habían sobrevivido milagrosamente a la Shoá, y ella había logrado milagrosamente escapar de los comunistas. Nacida cinco años después del fin de la segunda guerra mundial, en su odisea para atravesar la Cortina de Hierro recorrió Europa Oriental hasta Berlín, y allí, según el relato de su primo Salomón, consiguió traspasar el célebre Muro, por el checkpoint Charlie. Vera se materializó en la casa de Salomón con una carta en idish, un mensaje de sus padres.

Salomón tenía por entonces setenta y siete años, y diecisiete de viudo. Su única hija vivía en Nueva York, con un creador de sándwiches gourmet, el primero del que escuché hablar. Vera, el nombre, era una convención, porque el original en lituano era impronunciable. Todo lo que sabíamos de ella, excepto su belleza apabullante, nos era traducido por Salomón: la prima Vera hablaba sólo lituano. Transmisión, más que traducción, porque Salomón, que no entendía el lituano, le hacía preguntas en idish. En cualquier caso, intentaba por todos los medios que su prima no aprendiera el idioma de los argentinos. No la podía encadenar a la cama –no habría sido bien visto en el barrio–, pero la mantenía encerrada en la ignorancia. La enviaba al almacén con notitas, y se enojaba si alguien intentaba ayudarla. La relación entre ambos era un misterio para todos, también para ellos dos. Salomón apenas si guardaba para mantenerse, no sé si una jubilación o ahorros; habiendo sido su único sustento, hasta la muerte de su esposa, una pajarería. No recuerdo haber visto nunca a ningún vecino comprándole siquiera un canario; mientras que, por el contrario, muchas veces escuché a sus coetáneas comentar que tantos pájaros juntos no podían ser sino de mal agüero, proveedores de sitacosis y otras enfermedades mortales. La leyenda más importante vinculada al negocio fue la entrada de un gato que provocó un desparramo sangriento. Salomón vestía y caminaba como un mendigo. Pero el arribo de su parienta lo refrescó. Ahora utilizaba pantalones livianos y camisas blancas. Volvió a jugar al ajedrez. Contaba el pasado de su prima como si la entendiera.

Pero el tiempo de los alcauciles es breve. Dos alumnos adolescentes procuraban descifrar un enigma matemático en el bar León Paley, en Corrientes y Boulogne Sur Mer. Vera los divisó casualmente y les resolvió el problema en un santiamén. Se reveló como una eminencia matemática, y todo el barrio lo supo. Desde aquel momento, no pasó un minuto sin que madres y padres la requirieran para salvar a sus hijos de diciembre y marzo. No precisaba hablar castellano.

Salomón no pudo detener el vendaval. La mujer que había escapado del Ejército Rojo, no sería detenida por un primo amarillento. Lentamente, Salomón regresó a su antiguo ser: en menos de un mes, la ropa se le deterioró, reapareció la barba raposa, el caminar desgarbado. Vera seguía viviendo con él, pero ahora decía “buenos días”, ganaba su dinero, elegía sus compras. El comentario obligado aquel diciembre fue que hasta los más aplicados se llevaron la materia a marzo, y que los padres hasta entonces más descuidados requerían reuniones con la profesora particular, en cocoliche o con gestos, para interesarse en el avance o no de sus hijos. No podemos decir que las madres se hayan entristecido cuando la prima Vera dejó de aparecer por las humeantes calles encerradas entre Junín y Pueyrredón, aquel enero condenado, a menos de seis meses de haber llegado con su carta en idish, sin palabras ni color en la piel.

El colegio abrió sus puertas en pleno verano por un torneo de ajedrez, y yo estaba sentado frente al tablero, esperando a mi rival, cuando de pronto se corporizó enfrente Salomón. Parecía un espectro. Vestía como en un invierno moscovita.

Comenzamos a mover las piezas como si fuera un peloteo previo al partido.

–¿Qué viene después de la primavera?– me preguntó.

–El verano– recité, sin prestar atención, intentando un patético “mate pastor”.

–No –replicó Salomón–. El invierno.

Y luego de darme jaque mate, agregó: –Alguien le enseñó a decir adiós