Las vidas de algunos personajes históricos están cargadas de desvergüenza, deshonestidad y osadía. Farsantes que se hicieron pasar por reyes, ladrones con piel de cordero... Aquí están las biografías de tres grandes impostores de la Historia.
Frank Abagnale Jr. (1948)
Nunca fue piloto pero llevó los mandos de numerosos aviones. Nunca fue abogado pero defendió a varios acusados en juicios. Nunca tuvo un trabajo estable pero cobró carísimos cheques. Nunca fue médico pero pasó consulta como pediatra. Y todo esto antes de haber cumplido 21 añitos. En realidad, el estadounidense Frank Abagnale Jr. ha sido uno de los tíos con más morro de la Historia.
Es tan sorprendente el desparpajo con el que el Abagnale adolescente engañó a medio mundo, que resulta difícil no rendirse a su audacia. Y con esta cuasi admiración dirigió Steven Spielberg la película que recoge su historia, Atrápame si puedes (2002), en la que Leonardo DiCaprio da vida a este impostor, perseguido por un incansable agente del FBI encarnado por Tom Hanks. Frank Abagnale Jr. comenzó a tangar muy pronto y su primera víctima elegida fue su propio progenitor. Abagnale Jr. dio un giro al clásico “no te fíes ni de tu padre” y lo cambió por el “no te fíes ni de tu hijo”, al estafar a su padre con 16 añitos: logró que algunos dueños de gasolineras cargaran en la tarjeta de su padre compras no realizadas. Luego se repartían el dinero con aquel adolescente engatusador.
Tras hacer este “becariado” en el hogar familiar, pasó al fraude bancario, cobrando cheques falsos por un valor de unos 40.000 dólares. ¿Cómo lo hacía? Muy sencillo: imprimiendo su número de cuenta en cheques en blanco. Todavía con 17 años se hizo pasar por piloto de la PAN AM, compañía con la que voló hasta 250 veces, durante las que visitó 20 países. De paso también consiguió que los hoteles en los que dormía corrieran a cargo de la PAN AM.
Sin alcanzar los 18, y ya con el FBI un tanto escamado, le dio por ejercer otras dos profesiones: la de médico y abogado, en las que a punto estuvo de ser descubierto. Finalmente, fue detenido en un viaje a Francia en 1969 y, tras pasar un año en prisión, reclamaron su extradición... ¡hasta 12 países! Fue el primer tropezón de Abagnale que, sin embargo, todavía logró escapar de las autoridades en dos ocasiones –en una de ellas se evadió de la cárcel–. Abagnale acabó cumpliendo con la ley: un año de cárcel en Francia, 6 meses en Suecia y otros 12 años en un penal norteamericano. El gobierno de EE UU acortó su pena a condición de que les ayudara a combatir el fraude, para lo que fundó su empresa Abagnale y Asociados con la que, evidentemente, ha logrado el éxito. Desde luego, es un tío listo.
Richard Adams Locke (1800-1871)
Como la mayor parte de los hombres imaginativos, Mr. Locke posee una paradójica combinación de sangre fría y entusiasmo”. Esta descripción que Edgar Allan Poe realizara de Richard Adams Locke en su Literatos de Nueva York es una de las escasas referencias que tenemos del editor de The New York Sun, autor de uno de los mayores bulos periodísticos de la Historia. La biografía de este inglés es la común de un periodista decimonónico con ideas liberales, pero lo que realmente nos interesa de su historia es su autoría del Bulo de la Luna (The Moon Hoax).
El 25 de agosto de 1835, la portada de The New York Sun sorprendía con un espectacular titular: “Grandes descubrimientos astronómicos realizados por Sir John Herschel”. Gracias a un novedoso telescopio, Herschel habría logrado contemplar la Luna con todo detalle, descubriendo vida en ella.
Durante los días 26 y 27, Locke describió en el periódico las nueve especies animales observadas en nuestro satélite; entre las más exóticas, unicornios azules y una especie de grandes bichos-bola que rodaban en lugar de andar. El mayor golpe de efecto llegó el 28 de agosto, cuando Locke describió en su artículo la existencia de una especie de humanos, los vespertilio-homo o man-bat, que poseían alas y pequeñas piernas, y que se congregaban en torno a un gran templo de zafiro azul.
Alegando la rotura del telescopio, las bizarras historias sobre la vida en la Luna dejaron de publicarse. ¿Qué ocurrió en realidad? A pesar de las protestas de Herschel por la utilización de su nombre, The New York Sun nunca reconoció que aquello había sido una gran mentira o una singular broma. La opinión mayoritaria es que, en realidad, fue una crítica que Locke trató de realizar sobre la piadosa sociedad neoyorquina –de ahí el detalle del templo–, pero su fina ironía quedó sepultada bajo toneladas de falsedad morbosa.
Mary Baker (1791-1864)
En 1817, muchos miraban con triste romanticismo hacia la isla de Santa Helena, donde Napoleón reposaba su exilio. Era una Europa necesitada de sueños de grandeza; o, por lo menos, de sueños. Y allí, de entre la niebla inglesa, surgió una belleza que satisfizo durante un tiempo las ansias soñadoras de Inglaterra.
La aparición de Mary Baker, la Princesa de Caraboo, ocurrió el 3 de abril de aquel 1817, en la pequeña villa de Amondsbury (Bristol). Ataviada con un turbante y extrañas vestiduras, y hablando un idioma incomprensible, apareció en el pueblo una joven totalmente exhausta. El pueblo la contempló con sorpresa y le ofrecieron comida y cobijo. La extranjera sólo aceptó una taza de té que, antes de beber, bendijo con una larga oración y raros aspavientos.
Según pasaban los días, la historia de aquella bella mujer de modales aristocráticos y extravagantes se fue haciendo célebre por toda Inglaterra. En este punto entró en escena un personaje fundamental, el pescador portugués Manuel Eynesso. Se presentó en el pueblo alegando un vasto conocimiento de lenguas y, efectivamente, afirmó entender el idioma de la desconocida. Se trataba de la Princesa de Caraboo, una isla de la Polinesia, y había sido capturada por unos piratas, pero había logrado escapar del barco en el que estaba retenida, lanzándose al mar a la altura del canal de Bristol. ¿Se conocían Mary y Eynesso? Nadie ha logrado desvelar si existía una relación entre ellos o si fue una colaboración espontánea, pero a la Baker le vino fenomenal la manita del pescador. Tan creíble resultó la versión, que muchos periódicos se hicieron eco de la historia y allí estaba la flamante Princesa de Caraboo instalada en las portadas.
No fue muy lista la Baker ya que, en un par de días, algunos vecinos de su Gloucestershire natal alertaron a las autoridades de la verdadera personalidad de la impostora, a la que no le quedó más remedio que huir a Estados Unidos, donde continuó su engaño. Murió finalmente en Inglaterra, en 1864. Todavía algunos ingleses comentaban en susurros cómo la Princesa de Caraboo había visitado en 1820 a Napoleón en Santa Helena. Un pueblo soñador el británico...
çAna Ormaechea
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