DON VITTO GIOVANNI
PRESENTA
HISTORIA- FILOSOFIA - IDEAS -16/11/11
Las cosas que el cuerpo no olvida
Leer, andar en bicicleta y silbar son destrezas que, aprendidas, nos acompañan de por vida. “Pero qué se puede silbar cuando todas las melodías suenan al unísono”, se pregunta el autor en esta reflexión sobre pasado y presente.
POR Luis Sagasti
SAGASTI. Licenciado en Historia y escritor. Su nuevo libro es "Perdidos en el espacio".
La noche del 27 de octubre de 1910 Leon Tolstoi, harto ya de todo, abandona a su mujer, su casa, sus bienes y da inicio a su libertad absoluta, es decir, inicia su agonía. Había escrito en su diario: “Me están destrozando. Quiero huir de todos”. Dejó una carta y se marchó con su médico y su hija Alexandra. Tomó el tren. Su periplo fue seguido como un vía crucis por los diarios del mundo. Cuando alcanza los 40 grados de fiebre, el médico ordena detenerse en la estación de Astápovo. Allí muere el 20 de noviembre. Tres meses exactos después y con la misma temperatura en el cuerpo, Gustav Mahler dirige en el Carnegie Hall su último concierto. Nada deslumbrante se había programado para la ocasión. El progreso de su agonía es materia de prensa en todas partes: llega a París en diez días y de allí marcha a Viena. El viaje en tren es como el adagio de su Novena: la orquesta languidece hasta que queda sólo un violín para abrirle paso al silencio.
En el último cuarto del siglo XIX la educación pública se extiende por el mundo: la cabeza del niño inclinada sobre el libro avanza sobre las palabras en un movimiento de negación continuo del mismo modo en que se desplazan las manos cuando, espontáneamente, se dirige una melodía de entonces. Eso es leer una trama, una historia, eso es hacer Historia. Difícil labrar el propio destino o acuñar el de una nación, si no se niega antes lo recibido. Claro que, una vez puesta en marcha la locomotora, el maquinista y los pasajeros de primera clase admiten y discuten toda negación que no corrija el sentido de las vías ni el carbón que es combustible.
Hay ciertas cosas que no pueden olvidarse por más esfuerzo, acaso sea porque se las aprende sin teoría, porque es el cuerpo el encargado de lidiar con el asunto. Nadie olvida cómo se anda en bicicleta porque el equilibrio no se aloja en las piernas sino en la cóclea, que es un huesecito en espiral que atrapa para siempre la tensión del cuerpo. Tampoco nadie se olvida de silbar. Y cuando se aprende a leer no se puede dejar de leer nunca más. Las letras, las palabras, dejan de ser dibujos mágicos; la estética queda recluida en los ideogramas chinos tatuados en un hombro.
Las novelas de Tolstoi son desmesuradas. Entre Ana Karenina y La guerra y la paz pueden contarse unas tres mil páginas. A la octava sinfonía de Mahler se la denomina de los mil por la cantidad de intérpretes que requiere su puesta en escena. Acaso ambos sean los últimos grandes y excesivos narradores de un siglo donde el hombre requiere de un relato urgente que dé cuenta de su destino histórico.
La cabeza del chico quieta frente a la pantalla de la computadora. Se abren y se cierran ventanas todo el tiempo. Lo real aparece fragmentado, o sólo lo fragmentado se presenta como real. No es negando con la cabeza como se lo comprende porque todo pareciera suceder al mismo tiempo. A un click de casi todo lo que el hombre ha compuesto y escrito. Mayormente uno queda detenido en las cartas que Beatriz Viterbo escribió: todo lo demás pasa a un segundo plano, que es donde suceden realmente las cosas. Excluida la negación, se complica poner en marcha de nuevo la Historia. Es difícil ver lo que se ha perdido, cuando todo parece ganancia.
Nicholas Carr en su libro Qué está haciendo internet a nuestros cerebros escribe que la Web “nos aleja de formas de pensamiento que requieren reflexión y contemplación, nos convierte en seres más eficientes procesando información pero menos capaces para profundizar en esa información y al hacerlo no sólo nos deshumanizan un poco sino que nos uniformizan”. La atención se dispersa, la capacidad de interpretar languidece; una suerte de Mar Muerto donde es casi imposible sumergirse en profundidad. Se pregunta Carr, entonces, quién será capaz de leer La guerra y la paz. Quiénes son los últimos viajeros de un tren que se ha detenido en la nieve. Hoy interesa más leer los diarios de Tolstoi por fragmentarios antes que Ana Karenina. El adagio de la Quinta de Mahler se prefiere a la sinfonía completa. Y también: un tema musical antes que el álbum, ver en Youtube el final de una película, expresar el estado de ánimo con inocencia rupestre mediante un emoticón.
El tren del progreso pierde velocidad en la Primera Guerra. La melodía ya no se alcanza de inmediato. Difícil se hace silbarla; se complica anticipar las notas futuras. Si la música es una narración sin argumento, pues con la de tradición escrita compuesta en el siglo XX andamos en veremos si queremos seguir la trama. Una música que no mantiene el discurso con el que fuimos educados en la escuela. La música de Tom y Jerry late en un segundo plano: sólo tiene sentido porque se siguen las peripecias de los personajes. O acaso sea al revés. Joyce, Faulkner, Macedonio…: la trama es una excusa, la narración se fragmenta.
El tren se detiene, pero no se comprende qué clase de progreso trae si la estación de arribo es Auschwitz.
El sentido de la Historia se pierde, o es otro, acaso, al que haya que buscar con otras estrategias. No está clara la geometría implícita en todo el asunto, porque la cabeza se encuentra inmóvil frente a la pantalla, la vista salta sobre su superficie en una rayuela sin cielo. Una nueva forma de negar es lo que se impone. Pero qué se puede silbar cuando todas las melodías suenan al unísono.
Antes de detenerse, el tren pega un par de pitazos y hace algunas paradas imprevistas. María, la hija predilecta de Tolstoi, muere en 1906. María, una de las dos hijas de Mahler, en 1907.
Y el chico se aburre en clase y traza un círculo con el lápiz sobre el papel y otro y otro más, porque nada parece tener sentido allí en el aula. Ningún trazo es preciso, pero entre todos forman un círculo perfecto. Como cuando las ovejas van marcando la huella: ninguna pasa por el centro exacto del camino. Y en nadie habita la totalidad del lenguaje.
Mahler: “Una sinfonía debe ser como un mundo: abarcarlo todo”.
Tosltoi: “Escribir a lo largo de la vida un buen libro es más que suficiente. Y también leer uno”.
Es casi imposible desafinar cuando se silba.
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