DON VITTO GIOVANNI

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lunes, 9 de enero de 2012

GRANDES CIVILIZACIONES : .Los orígenes de las culturas etrusca y romana



DON VITTO GIOVANNI

PRESENTA


Los orígenes de las culturas etrusca y romana



En el estudio de una cultura o una sociedad determinada siempre nos cuestionamos cuáles son sus orígenes, para así poder establecer unos vínculos determinados con el lugar geográfico de donde son originarios o con la sociedad o cultura del momento anterior.


En esta tarea el historiador debe recurrir a los datos que nos proporcionan las fuentes históricas y la arqueología, teniendo en cuenta que no siempre deben coincidir. Así pues, en este trabajo intentaremos ver las diferentes teorías basadas en las fuentes y en la arqueología sobre los orígenes de dos culturas diferentes: la etrusca y la romana.


Los orígenes de la cultura etruscaRoma y la campiña circundante


Los orígenes de la cultura etrusca han suscitado un largo debate historiográfico denominado la “cuestión etrusca”. Las causas de este debate son según Torelli (1996) en primer lugar, el interés por la nación etrusca, helenizada y diferente, de la historiografía griega y, en segundo lugar, la diversidad étnica, lingüística y cultural respeto a las demás poblaciones indoeuropeas que despertó el interés de la historiografía burguesa del s.XIX, que estaba sumergida en los procesos de unificación nacional europeos. La combinación de ambas historiografías con la propia aureola mítica de los orígenes etruscos incrementó la problemática de los orígenes, a menudo relacionada con la lengua etrusca, y que finalmente dio lugar a la “cuestión etrusca”.


La denominación que recibieron los etruscos de los griegos fue la de tirsenos o tirrenos, mientras que los romanos los denominaban tuscos o etruscos. Por otra parte, ellos se autodenominaban rasenna (ROLDÁN HERVÁS, 2000: 44).


Se pueden establecer tres teorías básicas sobre la configuración de la cultura etrusca: la teoría del origen oriental, la teoría del origen autóctono y la teoría del origen septentrional.


La teoría del origen oriental se basa fundamentalmente en las fuentes clásicas y fue enunciada por E. Brizio al 1885 y defendida posteriormente por representantes de las escuelas historiográficas germana, francesa e italiana en la primera mitad del s. XX, es, pues, una de las teorías que ha tenido más importancia en la historiografía antigua y moderna. Los autores grecorromanos partían de la idea griega de magnificar el prestigio de una polis mediante la creación de una leyenda sobre su pasado mítico (GRACIA y MUNILLA, 2004: 498), así, entendían los orígenes de la polis como la fundación (ktísis) por parte de un héroe mítico (oikistés), como por ejemplo Teseo en el caso de Atenas. De la misma forma, los orígenes se consideraban fruto de una migración dirigida por un caudillo mítico (archegétes) (TORELLI, 1996: 28). Así, para Herodoto (Hist., I, 94), los etruscos habrían llegado a la península itálica desde Lidia (Asia Menor) dónde una carestía producida poco antes de la Guerra de Troya (posiblemente producida en el s. XIII aC.) habría provocado una emigración masiva dirigida por un rey epónimo, Tirreno. Otros autores como Virgilio, Horacio y Ovidio citan con frecuencia a los etruscos con el nombre de “lidios” (GRACIA y MUNILLA, 2004: 498).


“Y he aquí como (los lidios) se defendían contra el hambre con sus inventos: de cada dos días pasaban uno entero jugando para no pensar en la comida, y al día siguiente dejaban los juegos para alimentarse. De este modo vivieron hasta dieciocho años. Pero como la plaga no remitía, antes bien se recrudecía cada vez más, al fin el rey dividió a todos los lidios en dos grupos y designó por suerte el que se quedaría y el que saldría del país. Y el rey puso al frente del grupo al que tocó en suerte quedarse allí, a sí mismo, y del que iba a emigrar, a su hijo, cuyo nombre era Tirreno. Y aquellos a quienes tocó salir del país bajaron a Esmirna, se procuraron navíos, embarcaron en ellos todos los bienes muebles que les eran útiles y se hicieron a la mar en busca de sustento y de una patria, hasta que, después de pasar de largo muchos pueblos, llegaron al país de los umbrios, donde fundaron ciudades y han habitado hasta el presente. Pero cambiaron su nombre de lidios por otro derivado del que tenía el hijo del rey que los había guiado; de él tomaron su nuevo nombre y se llamaron tirrenos.”






Heródoto (Historia I, 94)










Para Helánico de Lesbos (s.V aC.), según Dioniso de Halicarnaso (Ant. Romo., I, 28), los tirrenos de Etruria se identificarían con los pelasgos, un pueblo migratorio que, tras vagar por el Egeo, se establecería en la península itálica. De la misma opinión fue


Anticlides, según Estrabón (V, 24), aun cuando para él los pelasgos que se establecerían serían de la misma estirpe que los pelasgos que colonizaron las islas de Lemnos y Imbros en el Egeo, por lo cual, se podrían analizar similitudes entre la lengua etrusca y determinadas variantes dialectales del norte del Egeo. Algunos lo han argumentado con una estela funeraria procedente de Lemnos del s.VI aC. (GRACIA y MUNILLA, 2004: 499) que atribuyen a un dialecto etruscoide que hablarían los habitantes de la isla anteriores a la conquista de Temistocles (BLOCH, 1981: 54).


Así pues, estos autores coinciden en establecer una relación entre los etruscos y Oriente, aun cuando con disidencias pues, para algunos, la relación era con los lidios mientras que, para otros, era con los pelasgos (TORELLI, 1996: 28). En consonancia, Tácito (Anales, IV, 55), refiriéndose a una visita de Tiberio el s.I dC. a Sardes (Asia Menor) y a un decreto relativo a los habitantes de la ciudad, dice que en el texto se los identifica como hermanos y que el emperador alude al pasado común entre ambos pueblos (BLOCH, 1981: 50 – 51), pero esta cita se ha de entender desde la perspectiva de los romanos que se consideraban parcialmente descendentes de los etruscos por el periodo monárquico y reclamaban un origen culto y civilizado (GRACIA y MUNILLA, 2004: 499).


“Yo sé que también muchos otros historiadores han tratado este tema del origen de los tirrenos, unos en los mismos términos y otros, cambiando el tipo de colonización y época. Algunos dijeron que Tirreno era hijo de Heracles y de Onfale, la lidia, y que, en cuanto llegó a Italia, expulsó a los pelasgos de sus ciudades, pero no de todas, sino de las que estaban al otro lado del Tíber, en la parte norte. En cambio, otros explican que Tirreno era hijo de Télefo y que vino a Italia después de la toma de Troya. Pero Janto el lidio, experto en historia antigua como ningún otro, considerado como una autoridad sin competencia en la historia de su país, no nombra a Tirreno en ninguna parte de su historia como jefe de los lidios, ni sabe de ninguna colonia de menonios que haya llegado a Italia, y no hace ninguna mención de Tirrenia como fundación de los lidios, aunque presta atención a otras cosas más insignificantes.


Dionisio de Halicarnaso (Antica I, 28-30)


Además, en las fuentes egipcias correspondientes al reinado de Ramses III (c. 1197 - 1165 aC.) referidas a las invasiones de los Pueblos del Mar, se hace referencia a diferentes grupos étnicos entre los cuales se cita a los trŝ.w (tursha), identificados por algunos autores como los tyrsénoi (tirrenos), es decir, los etruscos. Aun cuando esta hipótesis está poco fundamentada, los hechos coinciden cronológicamente con la narración de Herodoto (TORELLI, 1996: 29 - 30).


Por lo que respecta a las evidencias arqueológicas, en el denominado periodo Orientalizante (770 – 535 aC.) se detectan muchos objetos foráneos de la cuenca oriental mediterránea, seguramente por la demanda de la aristocracia etrusca, que era el resultado de un importante movimiento comercial.


Este periodo se caracteriza por la sustitución en el mundo funerario de la incineración de los cadáveres, tradicional en la cultura villanoviana, por la práctica de la inhumación, costumbre de algunos pueblos de Oriente, así como por determinadas formas de vida cotidiana y religiosas muy comunes en el Antiguo Oriente (vestidos, tipos de calzado, revelación sagrada, prácticas adivinatorias, auspicios, etc.), (LARA PEINADO, 2007: 39 – 40 y 46).


Además, el periodo Orientalizante significa la introducción y adaptación de nuevos conceptos técnicos y sociales, como las tácticas militares políticas griegas, las nuevas técnicas constructivas representadas en las tumbas de cámara y en las plantas de los palacios, la expansión del torno y la adaptación de formas de trabajo metalúrgico como el granulado y la filigrana (GRACIA y MUNILLA, 2004: 507).

Como hemos visto, la teoría de el origen oriental tiene muchos argumentos a favor, y algunos muy sólidos, pero también es criticada por muchos autores puesto que las fuentes antiguas no son contemporáneas a los hechos a los que hacen referencia ni utilizaron siempre datos contrastados, pues incluso en el caso de Herodoto éste puede reflejar un proceso migratorio muy posterior como son las migraciones foceas en el Mediterráneo oriental que él mismo describe en su obra (GRACIA y MUNILLA, 2004: 500), mientras que la asimilación tursha – tirrenos en las fuentes egipcias es más que dudosa por propias razones filológicas. Además, la cultura orientalizante no fue exclusiva de la península itálica sino de todo el Mediterráneo (LARA PEINADO, 2007: 40).


Por otra parte, parece ser que los datos provenientes del periodo Orientalizante (la única influencia externa que se conoce en Etruria durante el periodo de formación de las ciudades-estado) no permiten hablar de un asentamiento poblacional importante entendido desde la perspectiva de la colonización de poblamiento, aun cuando sí se constata una amplia presencia de grupos especializados de origen diverso. Por último, las relaciones lingüísticas entre el dialecto de Lemnos y el lidio y el licio, son incidentales y por esto no pueden ser considerados pertenecientes a un idioma común (GRACIA y MUNILLA, 2004: 500 - 501).


La teoría del origen autóctono fue definida ya en la historiografía antigua por Dioniso de Halicarnaso (Ant. Romo., I, 28) quien se basaba en el estudio antropológico de las costumbres de las ciudades etruscas donde afirmaba que eran propias e identificaba la lengua etrusca con un tipo idiomático específico no emparentado con el resto de lenguas. Aún así, el reconocimiento de los etruscos como una población autóctona se hizo a partir de la interpretación del registro arqueológico, cuando se identificó una continuidad cronosecuencial entre los niveles de ocupación correspondientes a los periodos Villanoviano, Orientalizante y Etrusco clásico, en los yacimientos de la Italia septentrional (GRACIA y MUNILLA, 2004: 501 - 502).


Para algunos autores como Lara Peinado (2007), esta teoría no tiene en cuenta las influencias europeas y orientales presentes en la cultura etrusca, mientras que para otros como Bloch (1981), esta teoría no niega los vínculos con Oriente sino que son explicados de manera diferente (supervivencia del sustrato preitálico a las invasiones indoeuropeas del norte), punto de vista seguido por los discípulos del científico A. Trombetti. Esta teoría, junto con la teoría del origen oriental, es la más difundida entre la historiografía moderna.


"(...) Es posible que los que más se acerquen a la verdad sean los que declaran que este pueblo no vino de ningún sitio, sino que es autóctono, puesto que se nos revela como muy antiguo y no coincide ni en la lengua ni en la forma de vida con ningún otro pueblo."


Dionisio de Halicarnaso (Antica I, 28-30)


La teoría del origen septentrional fue postulada por Nicolas Fréret en el s.XVIII, quien se basaba en un pasaje de Tito Livio (Ab urbe condita, V, 33) donde afirmaba que los etruscos estaban emparentados con los retios, un pueblo originario de los Alpes centreorientales.


Así, la asimilación del término retios con rasenna, gentilicio con el que Dioniso de Halicarnaso denominaba a los etruscos, se utiliza para defender la teoría septentrional (GRACIA y MUNILLA, 2004: 501). Según Fréret, los retios habrían atravesado los Alpes para finalmente asentarse entre el Arno y el Tíber. Además, la teoría septentrional se vio reforzada por la hipótesis que defendía el carácter septentrional de las incineraciones de la cultura de las terramares, de la que derivaría la villanoviana y a la vez la etrusca (LARA PEINADO, 2007: 40 - 41), pero el registro arqueológico nos demuestra la expansión del mundo etrusco de sur a norte, desde el núcleo originario del área de la Toscana hasta el valle del Po.


La tesis lingüística que argumentaba la pertenencia de los etruscos al grupo denominado retio-tirrenico difundido por el área del Danubio y los Balcanes hacia Grecia e Italia, es decir, relacionando la lengua etrusca con el indoeuropeo, queda descartada por los estudios del indoeuropeo (GRACIA y MUNILLA, 2004: 501), además de que resulta extraño que si itálicos y etruscos entraron juntos en Italia introdujeran lenguas diferentes (LARA PEINADO, 2007: 41).


“Sin duda alguna, todas las poblaciones alpinas han tenido el mismo origen [que los etruscos], principalmente los retes, a quienes la aspereza de aquellos parajes los hizo rudos, hasta el punto de que no han conservado de su antigua patria más que el acento de su lengua y éste muy corrompido.”


Tito Livio (Ab Urbe condita V, 33)


Aún así, las tres teorías expuestas se basan en la tradición, la arqueología y la lingüística pero siempre de manera parcial según sus intereses. Por ello, algunos autores como H. Mühlestein han defendido posturas eclécticas, argumentando un doble origen de procedencia: una primera oleada proveniente del centro y del norte de Europa a través de los Alpes o del Adriático, y una segunda, posterior, por mar desde el Asia Menor.


Con todo, las tres teorías podrían ser aceptadas, pues contienen elementos válidos históricamente, pero hace falta tener en cuenta que las tres están planteadas en términos de procedencia o invasión (LARA PEINADO, 2007: 43), por ello M. Pallotino rechazó estos conceptos que determinaban el origen geográfico para introducir la hipótesis de la formación de los etruscos (GRACIA y MUNILLA, 2004: 502), que originaría una cultura (un ethnos) en Etruria entre la Edad del Bronce y la Edad del Hierro, que daría lugar a la cultura etrusca, pero esto no se debe confundir con la teoría autoctonista (LARA PEINADO, 2007: 43). Así, Bloch afirma que con esta última teoría “los etruscos son de nuevo lo que nunca han dejado de ser, un fenómeno exclusivamente itálico” (BLOCH, 1981: 61).


Los orígenes de Roma


Por otra parte, los orígenes de la cultura romana también son controvertidos pues hace falta reconciliar la tradición antigua con la arqueología. El relato sobre la fundación de Roma y el período monárquico ha sido escrito por autores de finales de la República (Cicerón) y de época augusta, donde algunos son historiadores (Tito Livio y Dioniso de Halicarnaso) y otros son poetas (Virgilio y Ovidio). Para Dioniso de Halicarnaso Roma era una ciudad griega desde sus orígenes y llega a enumerar hasta cinco oleadas de inmigrantes helénicos, entre las cuales se encuentra la migración de Eneas y sus compañeros que huirían tras la destrucción de Troya a la península itálica donde se encontrarían con el rey Latino.


Según la tradición, Eneas se casó con Lavinia y reunió a sus seguidores con los aborígenes, dando lugar a los latinos. Según Nevio y Enio, Rómulo y Remo, los fundadores de Roma según la mayoría de las fuentes antiguas, son nietos de Eneas, hecho imposible cronológicamente pues se había situado la caída de Troya en el 1184 aC. y la fundación de Roma en el 753 aC., con cuatro siglos de diferencia. Por lo cual, se hubo de inventar una dinastía albana, en la que el hijo de Eneas, Julio o Ascanio, fundaría Alba Longa, dónde reinarían él y sus descendentes hasta Numitor, abuelo de Rómulo y Remo. La leyenda finaliza con la fundación de Roma por Rómulo puesto que había recibido una señal divina, matando a Remo por una discusión sobre la interpretación de la señal o por el desafío de Remo al cruzar el perímetro de la muralla (LÓPEZ y LOMAS, 2004: 25 - 27).


Espejo etrusco de Bolsena donde un animal amamanta a dos niños


La fundación de la ciudad se presenta no como un hecho singular sino como un proceso lento y gradual, aun cuando parece ser que hay dos tendencias encontradas, una “actualizadora” según la cual no habrían muchas diferencias entre la Roma primitiva y el período republicano, y otra más romántica según la cual la ciudad sería un poblado de pastores con una vida sencilla (CORNELL, 1999: 83 - 84). Parece ser que la principal finalidad de la leyenda era explicar los diferentes nombres de los lugares y monumentos de Roma y encontrar una causa en un hecho excepcional ocurrido en un pasado lejano (LÓPEZ y LOMAS, 2004: 29).


Esta tradición literaria es secundaria puesto que procede de épocas muy posteriores (ROLDÁN HERVÁS 2000: 55) aun cuando para la mayoría de historiadores “refleja” hechos históricos reales, posición que Cornell califica de ingenua (CORNELL, 1999: 95). Si tenemos en cuenta la arqueología, podemos observar una serie de rasgos a inicios de la Edad del Hierro, en torno el 800 aC., que serían el inicio de una larga etapa de transformación, que llevaría al sinecismo de las aldeas. La población de este proceso estaría formada por la superposición de gente indoeuropea, los latinos-faliscos, en el sustrato preindoeuropeo.


Esta etapa se subdividiría en cuatro periodos: en los dos primeros tan sólo estarían habitados algunos de los montes en pequeñas aldeas dispersas que no serían homogéneas, mientras que en los dos últimos períodos la población se extendería al resto de montes y a los valles intermedios, además de abrirse a las influencias externas griegas y etruscas (ROLDÁN HERVÁS 2000: 56).


Así pues, parece ser que los intentos de hacer coincidir ciertos pasajes de la tradición, erudita o histórica, de la que desconocemos la cronología, con los restos arqueológicos no han dado los resultados esperados, pues no podemos creer que Roma era una ciuitas antes del periodo orientalizante. En los montes, se han descubierto aldeas parcialmente delimitadas por muros y necrópolis así como ciertas referencias a ritos arcaicos que pueden hacer pensar en vínculos religiosos que las aglutinarían, aun cuando serían vínculos débiles (LÓPEZ y LOMAS, 2004: 37), pues hemos de esperar hasta el inicio de la monarquía para que se produzca el sinecismo de estas aldeas.


Emplazamiento de Roma


Según la tradición, la monarquía se iniciaría con la fundación de la ciudad en el 754 aC., pero las evidencias arqueológicas indican que el lugar estuvo ocupado permanentemente desde siglos anteriores y que no fue hasta una fecha tardía, a mediados del s. VII aC., cuando se produjo un cambio decisivo en la organización y la estructura de la sociedad, relacionado con los procesos de urbanización y la formación del estado (CORNELL, 1999: 107).


Sin embargo, la arqueología parece demostrar que la monarquía duraría aproximadamente dos siglos y medio, desde la fundación hasta la caída de Tarquinio, problema resuelto si consideramos que los primeros reyes pertenecían a una fase preurbana, mientras que la transformación del s. VII coincidiría con la llegada de los Tarquinio que para muchos representa el final de la dinastía latino-sabina y el inicio de la dinastía etrusca (CORNELL, 1999: 151 - 152).


Esta fase etrusca ha sido vista por la historiografía de diferentes formas: algunos hablan de conquista etrusca, otras de ascendencia etrusca y finalmente algunos de presencia etrusca. La conquista etrusca de Roma se basa en la atribución de las fuentes literarias de un origen etrusco a las ciudades de Capua, Nola y Pompeia, entre otras, así como en las inscripciones etruscas que confirmarían la ocupación de la Campania, lo que hace suponer que este hecho habría sido precedido por la conquista del Lacio pero esta suposición es bastante débil.


Por otra parte, algunos han querido ver en la dinastía etrusca el indicio de la dominación etrusca, aun cuando las fuentes subrayan el hecho de que Lucio Tarquinio era corintio y emigró a Etruria por razones personales. Aun cuando probablemente Roma no fue conquistada ni dominada por los etruscos, es posible que su cultura se transformara por los contactos con Etruria (CORNELL, 1999: 186 - 193). Para Ogilvie, “los etruscos llegaron a Roma y se asentaron allí en gran número, como artesanos, mercaderes, constructores, expertos religiosos, doctores y gobernantes. Fue un caso de una usurpación foránea del trono, sino que se trataba de una profunda interpretación de la sociedad en todos los niveles” (OGILVIE, 1982: 31), pero no da ninguna explicación de cómo, cuándo y por qué.


Fragmento del Acta Capitolina Triumphalia donde se nombran a algunos monarcas etruscos







Aún así, la interacción entre Roma y Etruria parece evidente, pero nos vemos en la dificultad de identificar algo como una aportación específicamente etrusca a la cultura romana, sobre todo en el análisis de los testimonios arqueológicos (CORNELL, 1999: 194 – 199).


El testimonio de las fuentes indica que el contacto con los etruscos tuvo unos efectos superficiales sobre la vida y cultura de Roma, coincidiendo con la poca influencia de la lengua etrusca en la lengua latina. Parece ser que los préstamos etruscos se limitan a aspectos arcaicos de la vida política y religiosa de Roma (CORNELL, 1999: 204).


Finalmente, tras la expansión etrusca de los siglos VII y VI aC., la nueva coyuntura de la política
 internacional de la primera mitad del siglo V aC, supuso el inicio de la decadencia etrusca. Las ciudades griegas de Italia y Sicilia vencieron a Cartago y derrotaron a los etruscos en la batalla de Cumas, lo que significó el final de la influencia etrusca en el sur de Italia.


En el Lacio, la influencia sobre las ciudades latinas se debilitó y los oscos y samnitas ocuparon la Campania aprovechando la debilidad etrusca. A inicios del s. IV aC., empezaron los conflictos en Roma, que anexionó una a una a las ciudades etruscas, hasta que cien años después Etruria perdió su independencia y, finalmente, a inicios del s. I aC., Roma anexionó todo el territorio etrusco, que perdió su identidad cultural (ROLDÁN HERVÁS, 2000: 47).


En conclusión, en este trabajo hemos podido ver las diferentes explicaciones que se dan a los orígenes de la cultura etrusca y de la cultura romana, basándonos en las fuentes clásicas y en las evidencias arqueológicas e intentando conciliarlas puesto que en muchas ocasiones se contradicen. También hemos podido observar como ambas culturas interaccionan entre ellas como dos potencias igualitarias, comerciando manufacturas e intercambiando ideas, lo que supone una serie de préstamos culturales. Finalmente, hemos visto como esta relación igualitaria entre las dos potencias acaba con la dominación de Roma hacia las ciudades etruscas.


BIBLIOGRAFÍA


-BLOCH, Raymond (1981): Los etruscos, Editorial Universitaria, Buenos Aires.
-CORNELL, Tim (1999): Los orígenes de Roma c. 1000 – 264 aC.: Italia y Roma de la Edad del Bronce a las guerras púnicas, Editorial Crítica, Barcelona.
-GRACIA ALONSO, Francisco y MUNILLA, Gloria (2004): Protohistoria: pueblos y culturas en el Mediterráneo entre los siglos XIV y II aC., Publicacions Universitat de Barcelona, Barcelona.
-LARA PEINADO, Federico (2007): Los etruscos: pórtico de la historia de Roma, Editorial Cátedra, Madrid.
-LÓPEZ, Pedro i LOMAS, Francisco Javier (2004): Historia de Roma, Ediciones Akal, Madrid.
-MÁRQUEZ, Ernesto (2001): “Aspectos de la historia de los etruscos en el marco del mundo Mediterráneo”. En: Pharos, Ciencia, Arte y Tecnología, Mayo – Junio 2001, Vol. 8, num. 1, pp. 95 – 101.
-MARTÍN, Fernando (1996): Historia antigua, Publicacions Universitat de Barcelona, Barcelona.
-OGILVIE, Robert Maxwell (1982): Roma antigua y los etruscos, Taurus, Madrid.
-PASTOR, Bárbara (2008): Breve historia de la antigua Roma: Monarquía y República, Ediciones Nowtilus, Madrid.
-ROLDÁN HERVÁS, José Manuel (2000): Historia de Roma, Universidad de Salamanca, Salamanca.
-TORELLI, Mario (1996): Historia de los etruscos, Editorial Crítica, Barcelona


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