DON VITTO GIOVANNI

DON VITTO GIOVANNI

lunes, 12 de marzo de 2012

Camporismo gerencial


DON VITTO GIOVANNI

PRESENTA

Camporismo



Por Pepe Eliaschev
@peliaschev

10/03/12 - 10:27


Treinta y ocho años son bastante más que nada. Pero ese 11 de marzo de 1973 los argentinos eligieron a Juan Perón como jefe, después de 17 años de haber sido derrocado. ¿Jefe? Sin dudas: la consigna era “Cámpora al gobierno, Perón al poder”. Cámpora estuvo en funciones sólo 49 días y en esas fugaces siete semanas anduvo pisando huevos, hasta que le quitaron la alfombra bajo sus pies. Perón puso a López Rega al mando, mediante la interpósita persona del yerno del “Brujo”, hasta que el 12 de octubre el Viejo (así se lo llamaba, con cariño y respeto, en la militancia) asumió lo que sería un mandato de apenas nueve meses. ¿Por qué se llama “la” Cámpora esta guardia de hierro del actual gobierno? ¿Qué poder y proyección tiene ese simbolismo a 38 años de que un Cámpora de carne y hueso jurara el cargo de presidente?


Ese Cámpora era la encarnación de la “jotapé”. Nacida embrionariamente en los tempranos años sesenta, la Juventud Peronista bajo crisol montonero se prefigura a fines de esa década, pero se plasma hacia 1970-1971. Es una “jotapé” de peronismo visceral que se mece con los acordes de la época, bajo la batuta de un Perón que homenajea al Che, saluda las barricadas del ’68 francés y se entusiasma con el presidente Mao. Es una generación aguerrida y endurecidamente aposentada en “frentes” y territorios. No les debe nada al Estado, a los privados, ni al dinero. En ella hay, incluso, colosales choques ideológicos. Una disputa lunática pero frontal, entre las interpretaciones más dispares, cruza el escenario de aquella disputa militante en plazas y universidades. No es lo mismo la versión nacionalista revolucionaria, que quiere ver en Perón un reivindicador de estirpe vagamente socialista, que la variedad “jotapé” ortodoxa y hasta claramente fascista. Así, JP son todos, desde las “regionales” filomontoneras hasta los pesados del gangsteril Comando de Organización, pasando por la sugestivamente llamada Guardia de Hierro y su versión universitaria, el Frente Estudiantil Nacional.


Todos estos aparatos, incluyendo a la Juventud Argentina para la Emancipación Nacional (JAEN) de Rodolfo Galimberti, son, al margen de sus demasías y extravíos, experiencias de fornida militancia vocacional. No disponen de smartphones, autos con chofer, o escritorios con secretaria. La deriva se modifica ya para 1973, cuando los cuadros montoneros y las falanges ortodoxas desembarcan en el aparato del Estado, del que se servirán, ahí sí, sin mayores escrúpulos. Pero los verdugos de la JP de la República Argentina (“jotaperra”) y los militantes de la JP dirigida por Montoneros jamás de asumirán como gerentes. Procuran y consiguen su dinero, pero odian “la gestión” y prefieren destruir al Estado “oligárquico” antes que reformarlo desde adentro. En ese sentido, serán más “puros”.


Van a la guerra por el poder, pero desde afuera del poder. Se matan y matan, liquidan patrones y generales, torturadores y tránsfugas, pero desde una marginalidad rotunda respecto del poder real. Cuando se aproximan a los factores del poder (Operativo Reconstrucción en 1973, cuando la JP de Gullo desfila junto a las brigadas castrenses del general Carcagno y del coronel Harguindeguy) es porque pretenden de alguna manera difuminar la hostilidad de los militares, pero no mucho más.


Este camporismo exótico de hoy, plasmado 38 años después, es –por eso– una extravagancia farsesca. Es repentino, fugaz y vertical; nace arriba y se queda allí. No hubo ninguna JP en la Santa Cruz de 1991 a 2003, cuyos gobiernos kirchneristas se sentían entonces en gran medida representados por Menem y Cavallo. Ya posesionados de la Casa Blanca, los Kirchner no arman JP alguna entre 2003 y 2008.


En ese primer quinquenio K, entretanto, se incuba –en cambio– una juventud que asocia lo que llama “militancia” con concretas aspiraciones gerenciales. Pichones de burocracia técnica, están empalagados de retórica retromontonera. Tienen una vida política que no proviene de la lucha, sino de la prebenda otorgada por la nueva monarquía.


Los jóvenes peronistas montoneros de 1973 configuraban encuadramientos blindados y opacos, porque eran clandestinos. Llevaron al paroxismo la noción de que a la “conducción” no se la cuestiona. Pero eran tiempos de balas. Cada madrugada el país aparecía rociado de cadáveres. Ese esquema celular y cerrado es, cuatro décadas después, expresión insultante de un totalitarismo arcaico. Disfrazada de guardia de hierro de un gobierno de matriz legal, “la” Cámpora de 2012 es el mundo al revés: “primero-gerencio-luego-milito”.


¿Cuál es el simbolismo de la palabra “camporismo”? La venerada “lealtad” de Cámpora, ¿a quién y a qué fue? A Cámpora lo echa Perón de mala manera. Lo maltrata, lo despide, lo manda a México y no lo recibe nunca más. ¿Cuál era la lealtad de Cámpora, entonces? ¿Fidelidad a la jefatura que incluía su obsecuencia total, hasta el punto de la inmolación? El llamado “tío Camporita” hace lo que le dicen, ni se le pasa por la cabeza dar pelea, aunque tampoco será explícitamente fiel a sus muy jóvenes adoradores. Se disipa, agraviado desde 1976 por el régimen militar, después de haber sido vilipendiado en 1973 por el mismo Perón. ¿Qué es, entonces, el camporismo? ¿Qué historia y qué narrativa evoca y resume? Si es la lealtad de Héctor Cámpora en 1973 lo que celebra “la” Cámpora en 2012, ¿qué lealtad era? ¿Acaso la lealtad a la causa por la que lo echaron del gobierno? Cámpora perpetró pura obediencia debida y aceptó el ostracismo de la embajada en México, que también se la sacaron al final.


“La” Cámpora, convertida en este tercer mandato kirchnerista en estado mayor y reservorio de la eternización K en el poder (“Cristina eterna”, pidió Diana Conti), vocifera consignas turbulentas, mal digeridas y súbitamente aprendidas. Algo han hecho, eso sí, muy bien: impulsados por sus padres políticos, han enterrado anclas en un poder gerencial colonizado. Alguien debería contarles a sus ensimismados comandantes que al Cámpora real lo echó Perón, y que la lealtad era una cualidad que Perón apreciaba muy relativamente.

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