MIGUEL HERNANDEZ - 1910 1941
EL POETA EN SU TIERRA. EN SU PUEBLO, ORIHUELA.
Por Irene Gruss
La escritora Irene Gruss emociona al contar cómo se lo leía y cómo se lo lee hoy.
Mi madre, férrea militante de izquierda, solía decirnos que Miguel Hernández era feo pero también, y sobre todo, un gran poeta. Que tener en cuenta su fealdad era de superficiales. Franco lo mandó a la cárcel, quiso separarlo de su familia y de sus compañeros republicanos para que sufriera las torturas y el castigo por leer sus poemas en las calles, al pueblo todo.
Por esa época, nunca me quedaba muy en claro la anécdota de cuando escribió “Nanas de la cebolla” a su hijo, a quien le habían salido cinco dientes. Esto era complejo; antes de leerlo, mi madre debía explicarnos que la esposa del poeta había quedado sola y tan pobre después que lo apresaron, que le daba al hijo jugo de cebollas para alimentarlo, o bien era ella la que comía cebollas y después lo amamantaba pero, a pesar de todo, le habían salido dientes, señal de que estaba creciendo. Todo esto se lo contaba al marido en una carta que le envió a la cárcel de manera clandestina. Y lo que intentaba decir Hernández ahí, seguía el relato, es la injusticia por la que estaban pasando y que la vida iba a vencer y no la muerte como pregonaba Franco. Mi madre agarraba un pañuelo anticipándose al llanto seguro que vendría al final, y luego nos leía el poema entero.
Un maestro exigente y amoroso
Hasta aquí, mi vivencia de cómo fue presentado el poeta en nuestra casa. Los libros de Losada, recuerdo, pasaban de mano en mano tanto o más que un Billiken. A decir verdad, lo que me conmovía o lo que prefería de ese poema no era sólo la historia que llevaba detrás sino cómo formaba cada metáfora o cada imagen; no era el empalagamiento nerudiano ni el casi surrealismo de Lorca; yo sentía por primera vez que no se dibujaba ni se vestía a las palabras: se decía. Miguel Hernández buscaba precisar, y significar con cada una de ellas: “La cebolla es escarcha / cerrada y pobre”, dice, o: “Vuela niño en la doble / luna del pecho / él, triste de cebolla, / tú satisfecho. / No te derrumbes. / No sepas lo que pasa / ni lo que ocurre”.
Con los años, mi relación con la poesía de Hernández se fue haciendo más intensa, una conversación entre un maestro exigente, no por ello menos amoroso, y una que empezaba a garabatear alguna que otra emoción análoga. Era, lo sigue siendo, como el que da el alerta cada vez que aparecía la cosa fácil, la repetición, lo falso.
En 1972 saludé la idea de Joan Manuel Serrat de musicalizar sus poemas, y aún hoy me cuesta separarlos de la melodía que Serrat les puso (o Alberto Cortez, en el caso de “Nanas…”). Creo que hay un antes y un después de ese disco para el lector de habla hispana. O, mejor dicho, me pregunto cuántos lo leen además de haber escuchado ese homenaje.
Si bien mi generación no escapó a la noble politización de la poesía de Miguel Hernández, creo que sí lo hicieron las generaciones siguientes; así como también desconozco cuál será la vivencia de éstas, o si conseguirán tamizar no sólo la ideología o su sonoridad. Del entusiasmo con que empecé estas líneas a la vana pregunta de por qué hoy se leería menos al poeta, es un trecho que puede explicarse con mil y un argumentos. Hernández leía sus textos subido a tarimas o barricadas; hoy la gente y los poetas en general suelen arrimarse a Google y curiosear no más de diez poemas. O no. O escucharán el nuevo disco de Serrat, en conmemoración del centenario de su nacimiento. “Umbrío por la pena, casi bruno / porque la pena tizna cuando estalla”; así siento yo también la pérdida de este gran poeta. Y me animaría a repetirle, como a un niño, entre otras tantas cosas: “No te derrumbes. / No sepas lo que pasa / ni lo que ocurre.”
La breve vida de un grande
30/10/10 -
Nació en Orihuela, un pueblito español. Nació el 30 de octubre de 1910, nació segundo hijo varón y y nació pastor. Mientras cuidaba rebaños empezó a leer con avidez y a escribir sus primeros poemas. Murió poeta y murió preso político 31 años después. En el medio, creó un poética enorme y signada por el compromiso con los pobres del mundo. Se alistó en el bando republicano de la Guerra Civil española. Perdió. Fue preso dos veces. La primera intercedió Neruda y lo liberaron. La segunda, lo condenaron a muerte. Por la intercesión de intelectuales amigos, cambiaron la pena a 30 años de prisión. Pero lo mataron igual las condiciones de vida de la prisión: bronquitis, tifus y tuberculosis
NANAS DE LA CEBOLLA
La cebolla es escarcha
cerrada y pobre:
escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla:
hielo negro y escarcha
grande y redonda.
En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.
Una mujer morena,
resuelta en luna,
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete, niño,
que te tragas la luna
cuando es preciso.
Alondra de mi casa,
ríete mucho.
Es tu risa en los ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que en el alma al oírte,
bata el espacio.
Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.
Es tu risa la espada
más victoriosa.
Vencedor de las flores
y las alondras.
Rival del sol.
Porvenir de mis huesos
y de mi amor.
La carne aleteante,
súbito el párpado,
el vivir como nunca
coloreado.
¡Cuánto jilguero
se remonta, aletea,
desde tu cuerpo!
Desperté de ser niño.
Nunca despiertes.
Triste llevo la boca.
Ríete siempre.
Siempre en la cuna,
defendiendo la risa
pluma por pluma.
Ser de vuelo tan alto,
tan extendido,
que tu carne parece
cielo cernido.
¡Si yo pudiera
remontarme al origen
de tu carrera!
Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.
Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.
Vuela niño en la doble
luna del pecho.
Él, triste de cebolla.
Tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.
Miguel Hernández, 1939
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