PRESENTA : ESCRITORES
EL ZUMBIDO DE LOS BICHOS CULTURALES.
POR IRENE ICKOWICZ.
ME CONTABA UN AMIGO QUE EN
“
Entre el saber y el no saber se juega el destino de cualquier creación. En el acto de narrar algo de nuestra naturaleza nos resulta desconocido y este misterio impulsa el relato. Pero, como somos bichos culturales, los conocimientos y las preceptivas circulan dentro de nuestros organismos creativos y no es posible ignorarlos. Vuelo y altura dependen de la fricción de estas dos potencias. Narrar es una travesura, donde lo conocido y lo desconocido atraviesan todos los planos que esta experiencia abarca: la historia, el relato, los personajes, las metáforas, el proceso creativo, el narrador, el receptor, etc. Y, si bien, en todas las épocas el arte ha tratado de imaginar una expresión libre de normativas, el tiempo se ha encargado de demostrar lo utópico del intento, con todo el valor que las utopías encierran. En la última década, como suele suceder cíclicamente en nuestro cine, se han dado cambios en la manera de narrar, cambios que renuevan y angustian porque nos remiten a otras formas de observar y procesar lo percibido. Basta transitar por encuentros de gente de la cultura y del cine en particular, para que asome un tópico común: la narrativa como problema. Algunos centran la responsabilidad en el guión y otros en la realización. Pero las prácticas actuales dan cuenta de que la narrativa se origina y circula relacionando escritura y filmación y es en éste vínculo donde se definen tanto los logros como las fallas. En nuestro medio no existe un mercado para el guión. Los concursos son de proyectos. Tanto los autores de trayectoria como los guionistas que recién se inician dependen de la convocatoria de los directores o productores, quienes también inciden en la génesis del relato. Por otra parte, salvo ciertas especificidades propias de la escritura, las cuestiones que se proponen resolver el guión en términos de narrativa, no son diferentes a las que se plantea el cine en su conjunto.
En otras épocas, los autores llegaban al cine desde el periodismo, la literatura, el teatro. Hoy la mayoría de los relatos se conciben audiovisualmente y esta realidad imprime diferencias. En las últimas décadas ha proliferado la literatura sobre el guión y la narrativa fílmica, tanto como los centros de estudio donde se indaga y elabora sobre estos temas. Se sabe mucho más de cine. ¿es suficiente este conocimiento específico para narrar mejor?
La narrativa cinematográfica está marcada por la manera en que se sueña, se concibe, se produce y se desarrolla una película, inscripta dentro de la realidad del cine, de la sociedad y de la cultura.
El descrédito a tanto discurso social no sostenido en las prácticas, ha llevado en estos últimos años a una fuerte voluntad de desechar el artificio y abrazar lo genuino. Esta intención anima a aquellas propuestas que persiguen alcanzar la mayor perfección en la narrativa clásica, a las que con ruptura dialogan con las narrativas anteriores, a las que toman lo que les interesa sin hacerse cargo de ninguna herencia cultural. Este interés por lo genuino da resultados diversos, ya que como cualquier otro valor puede ser interpretado de maneras diferentes. En sí mismo, no es garantía de calidad ni de reconocimiento del público, pero su búsqueda promueve transformaciones.
Ya es tradición que las innovaciones sean acompañadas por sectores que, dentro y fuera del cine, pretenden imponer preferencias y establecer disyuntivas insalvables. Lo preceptivo huele mal y la imposibilidad de tomar una perspectiva histórica frente a lo que se vive en el presente, hace perder de vista que se instalan nuevas preceptivas, que no son novedad ni en el cine local ni en el mundo.
En todo momento de transición también caen cosas valiosas. El arte de la composición no cuenta hoy con buena prensa. La construcción dramática, que continúa evolucionando según el pensamiento filosófico de cada tiempo, se linealiza como creación- propiedad- modelo hollywoodense y se asocia con atributos de manipulación y de engaño. Así, se confunden éticas y poéticas con construcciones del drama. Cierto es que la dramaturgia nos enfrenta a un dilema con un “otro” y a la urgencia por resolverlo. Reconocerse en conflicto con otro, indefectiblemente nos sitúa en dilemas sociales y nos plantea ensayar respuestas. El drama, con todas las variables que ofrece, según el género y la visión que se tenga del ser humano y de la sociedad, según como se considere al espectador y cuáles resoluciones se elijan: catárticas o patéticas, didácticas o paradojales, causales o azarosas, determina comportamientos. Los personajes no sólo tienen problemas, quieren resolverlos. Y el narrador se esconde tras ellos para ser descubierto por el espectador cuando terminó la película. Pero las variables y recursos que se cruzan con la dramática son infinitos, según sus autores y las culturas a las que pertenecen. En una atrevida generalización podría señalarse, por ejemplo, que la cultura norteamericana se interroga sobre el hacer, el personaje se define en sus actos y por consecuencia se privilegia la acción. Según la tradición europea, el personaje es una esencia que actúa y se enfatiza su dialéctica interna sobre otros aspectos de la narrativa. Latinoamérica, que no cancela su pasado ni se priva de influencias culturales, centra las indagaciones en términos de identidad. Nuestros personajes hacen y se debaten para saber quiénes son. En este sentido, cada película ofrece una alquimia cultural diferente y hace que la diversidad de propuestas sea una característica perdurable de nuestro cine. Pero se acentúe donde se acentúe, quién soy, cuál es el sentido de mi existencia y qué hago al respecto, son interrogantes que aparecen de manera manifiesta o como contexto del relato, y cobran significados según las posturas filosóficas de los narradores. Desde su manera de ver las cosas, cada autor aportará un tratamiento diferente al drama y no al revés.
El cine que se aparta de la construcción dramática y de la narrativa clásica, desde hace décadas trabaja con recursos y procedimientos que también son posibles de reconocer y nombrar: ruptura de la causalidad, difusión de puntos de vista, motivos recurrentes, fragmentación de los sucesos, acción descentralizada, no progresión, imagen cita, articulación del relato en torno a una idea sobre la que el espectador debe completar su tematización, discontinuidad visual y sonora, quiebre de la lógica de las acciones y de los personajes, fracturas en la historia que producen inestabilidad y tensión interna en el universo ficcional, no identificación del espectador, acentuación de las transiciones, etc. Etc. El sentido que adquieren estas maneras de organizar los elementos, depende de la mirada que el autor tenga sobre los asuntos que narra. En estas propuestas el narrador no se oculta, por el contrario, convoca al espectador para dialogar de manera explícita con él.
La novedad en las maneras de contar no se centra en los recursos sino en el tratamiento, donde puede reconocerse cierta tendencia a privilegiar el “estado” de las cosas y de los personajes que se describen, marcados por conflictos con los cuales no interactúan. Esta característica mucho nos habla de la época en que vivimos, con fuerte impronta individual signada por el desconcierto de todas las generaciones pertenecientes a los sectores sociales que aún pueden gozar y sufrir con la cultura artística y sus manifestaciones.
Como en todo cambio, algunas cosas se pierden, otras se transforman y otras se exageran. “El cine no está para dar respuestas”, “lo genuino es trabajar sin actores”, “sin dramaturgia no se cuenta nada”, “en la nueva narrativa no hay mirada ideológica”, “en la narrativa clásica se baja línea y se da todo servido al espectador” y tantas otras expresiones que reiteran exclusiones y expulsiones con deseos de autoafirmación, propias de nuestra sociedad.
Hay narradores en nuestro cine que nos conmueven y nos dejan pensando, otros nos hacen pasar un buen momento, otros no tanto. Narrar es difícil, demanda talento y práctica. La continuidad en la producción es un movimiento que convierte la cantidad en calidad. Encuentro grandes autores que persiguen la perfección en la narrativa clásica y otros que eligen los quiebres, dejándonos ver que en algún punto se han sentido cuestionados por las narrativas anteriores. Sus respuestas nos invitan a pensar lo no pensado. También lo distinguen verdad de verismo y reproducen una galería de estereotipos de autenticidad acuñados en la improvisación televisiva. Hacer que emerja como simple lo profundamente elaborado ha sido un desafío artístico constante en la historia de nuestra cinematográfica.
Narrar es proceso complejo que nos exige comportarnos como personajes complejos y utilizar todaslas capacidades humanas a un mismo tiempo: emoción, intuición, voluntad y razón. Hoy predomina el unipersonal, los soliloquios, el ombliguismo. Compartir fatasías, tarzar caminos de encuentro resulta complicado, los celulares no alcanzan. Y si el conocimiento no es suficiente para desplegar las alas, el desconocimiento tampoco.
Los grandes autores saben mucho más que cine. Saben que ignoran demasiadas cosas sobre el mundo y sobre sí mismos, por eso no pueden dejar de contar lo que están buscando.
La diversidad es saludable. Y aunque algunos organicen velorios masivos, sólo mueren los que sufren del confort intelectual del que habla Lacan, y no hay edad ni inclinación narrativa que esté a salvo de padecerlo.
Como en todos los tiempos hay películas y películas. Cada uno las adjetivará como quiera o pueda. Es una pena que la tolerancia no sea una virtud argentina. Abundan juicios y condenas. Preferimos tener razón y anulamos la curiosidad descalificando los conocimientos de los otros. Y si los saberes no circulan, los no saberes desarrollan potencias. No vuelven ignorantes en vez de impulsarnos a levantar vuelo.
Por Irene Ickowicz
Fuente: revista "Cine y Artes Audiovisuales"
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